domingo, 6 de julio de 2014

Capítulo IX: Terrores nocturnos

- ¿Por dónde está la entrada a la caverna?- preguntó en voz baja Rolf al fanático que tomaron de rehén, mientras apretaba la daga contra las costillas.

- En el pasadizo, antes de entrar a la mina verde - respondió el hombre - Pobres de ustedes; podrán entrar, pero serán servidos a los hijos oscuros, como las putas seguidoras.

Arnout, con los ojos cargados de rabia, fue más rápido que Rolf y le hizo un corte al tipo, era la hermana del rubio a la que insultaba. La sangre fluyó por la piel del sectario, aunque de manera superficial. Al escudero le pesaba dejar amarrado entre los pasadizos y a su suerte al fanático. Fue drástico, por los pasadizos eran un mundo aparte y complejo aún para los propios habitantes, pero no tenían tiempo que perder. Los dos jóvenes recorrieron los últimos trancos antes de tener que usar las ropas que habían robado en los niveles superiores de las cavernas.

- ¿Por qué la mina verde?- Preguntó Rolf a su amigo, que no se veía para nada contento.

- Esto es malo, la mina verde fue cerrada, a pesar de estar llena de cristal verde que es uno de los mejores para hacer explosiones y otros inventos de los alquimistas. Esos de la esfera o algo redondo. Se morían mucho mineros, siempre por motivos extraños. Decían incluso que había criaturas oscuras que vivían ahí.

- Los alquimistas son del círculo. ¿Y tú?, ¿qué crees? - le preguntó el escudero.

- No sé tanto, pero es extraño que el culto tenga su templo tan cerca de la mina verde, quizás sea porque nadie se aparece cerca de acá. De todas maneras ellos son raros, dejan a su familia y todo atrás, no los entiendo y me enferman. Cuando los fanáticos empezaron a sacrificar gente, se volvieron enemigos de todos; antes eran sólo unos chiflados que se tomaban a las diosas como las culpables de sus pesares. - Las palabras de Arnout mostraban el desprecio que tenía por el culto, pero a Rolf aún le parecía extraña la ubicación del lugar sagrado de la secta.

El caos de los pisos más arriba fue lo que salvó el plan de Arnout, los cultistas y simpatizantes no tuvieron que pensar dos veces al decidir entre dejar de perseguir a dos muchachuelos y luchar contra los guardias y los fieles a las diosas de la tríada. Para Rolf no era simple suerte, de hecho estaba orgulloso de la carta bajo la manga que usó, sabía que el rescate y búsqueda de Berna por parte de Ser Varus y la guardia de Ser Reginald habían resultado el factor crucial, ahora sólo importaba ver como conseguirían llevarse a los prisioneros de esas cavernas.

- Recuerda, Rolf, si ves humo verde debes alejarte y no respirarlo, vuelve loca a la gente.

- No es locura, sus sentidos son cambiados, es como si soñaran despiertos.

- Magia de las más oscuras, esos fanáticos han vendido sus almas a los seres del abismo.

- No es magia, son esos vapores que inhalan y... - Rolf suspiró y se dio cuenta de que era difícil explicarle a otras personas lo que había leído en los textos del Círculo.

- Que las diosas nos guíen contra estos esbirros del vacío - Arnout se marcó los tres puntas del triángulo de las diosas y bajó su cabeza con ceremonía como un sacerdote de la tríada más que un guerrero.

- Los diosas están ocupadas de otras cosas, nosotros debemos hacernos cargo de nuestras vidas- le dijo Rolf tratando de no ofender a su nuevo amigo - aunque con el bacúlo-triángulo será difícil salvar a tu hermana - bromeó para calmar los ansiosos ánimos.
 
Luego de darle un puñetazo amistoso, Arnout siguió encabezando la búsqueda por los intrincados  pasajes de que se extendían en la periferia del cuarto nivel subterráneo y cerca de las minas, como indicaban con dibujos las señales de peligro y cuidado. Se notaba lo abandonadas que estaban esas rutas por la multitud de telarañas y grupos de murciélagos.

- ¿Estás seguro de que  es por aquí? -Preguntó Rolf cuando la luz de la antorcha reveló un trozo de riel, de esos que guiaba los carros que en otros tiempos trasportaron los distintos minerales que eran extraídos, símbolo de que podían haberse extraviado.

Arnout lo miró con un gesto de impaciencia. Ambos jóvenes eran soberbios y creían que lo sabían todo, algo típico además en su edad. Rolf había aprendido mucho de humildad con el anciano caballero, pero frente a alguien de su edad quería mostrar su valía sobretodo ante el joven nativo,  el escudero  aún en calidad de amigo sentía el desprecio que le mostró Arnout en principio por ser extranjero, y notaba claramente que el rubio estaba tan poco dispuesto como él a dejarse dirigir por alguien de su misma edad. Finalmente siguieron por otro camino que tomaba una bifurcación que no rodeaba los restos de los rieles.

- Hay que tener cuidado, hay alimañas muy peligrosas aquí abajo - le advirtió al escudero el habitante de los subterráneos.

- Una arañita no es una peligro - al darse vuelta Rolf vio una red gruesa como cuerda de barco.

Tuvieron que volver a correr, por culpa de los restos de cristal verde que explotó en ese momento. Lograron salir sólo con un par de rasguños de una araña enorme que cayó a las espaldas de los jóvenes después de que habían creído ver a un fanático que deambulaba por uno de los pasadizos cercanos. Luego de la pequeña explosión vieron que el supuesto fanático era sólo restos del esqueleto que voló desde una de las telarañas, pero por ningún motivo los dejaba más tranquilos, pero tenían que seguir por las excavaciones hasta encontrar los terrenos de la secta, el esqueleto presentaba restos de una túnica y ninguna herramienta cerca, ya estaban más cerca de los sectarios.


Cuando ya empezaban a desesperar al no poder dar con señal alguna del culto escucharon  como en un pasillo cercano se repetían frases extrañas, muchos pasos con un ritmo y cada cierto tiempo el sonido de un cuerno. Los muchachos respiraron hondo y se incorporaron muy disimuladamente entre los últimos fanáticos  que iban en una especie de celebración. Intentaron ver a los rehenes, pero era difícil entre los cultistas y  sus raros movimientos corporales.

Luego de recorrer varios pasajes llegaron a una enorme caverna abovedada que estaba rodeada con cristales y vapores de distintos colores, pero predominaban los brillos verdes. En medio de la caverna de piedra y cristal se emplazaba una plataforma con un orificio en medio que parecía  un  enorme pozo de agua, la pregunta era ¿Que podrían extraer desde las entrañas de esa parte de la montaña?. Los sectarios más corpulentos se mantuvieron cerca de las seguidoras de la tríada, en cambio al otro enfermo que había estado en las piezas aisladas se le reverenciaba como a un dios, sentado entre cojines cercano a una de las paredes de roca, había un par de personas difícil de determinar su sexo por las túnicas, pero trataban con mucho cuidado el convulso cuerpo del chico. Rolf en las lecturas sobre religiones exóticas y lejanas que había en la biblioteca de su padre había visto una muy extraña, que adoraba a criaturas antiguas que ya eran parte de las leyendas, como los Gigantes Yaxian o seres de fuego o de los mares profundos, en ellas preparaban a personas con cegueras, malformaciones y otras enfermedades como las encarnaciones de sus dioses.

La ceremonia, al parecer, estaba por comenzar y los dos muchachos se pudieron mezclar sin mucha dificultad gracias a sus altura con los fanáticos cercanos a Ayla y Colombe. Serían parte de algo que personas fuera de la secta no habían visto nunca antes. Un hombre con una túnica diferente a las de los demás fanáticos, dorada en los bordes y negra en el resto ,  apareció por un abertura en el costado opuesto a la entrada por la que habían llegado a la cueva, y estaba más alto que el resto en un palco rocoso. Era el líder o, al menos, el sumo sacerdote de la extraña religión.

- ¡¡¡Hakkar al salum!!! – rugió el líder y las palabras se amplificaron al chocar con las paredes.

-¡¡¡Salum er ober!!! - repitieron todos. Rolf y Arnout siguieron las voces del grupo; desde el borde en que estaban podían ver una multitud y comprobar que, aunque eran bastantes, había espacio para muchos más.

- Nosotros somos los seguidores del verdadero camino. Aquí tenemos a parte de las anatemas que intentaron impedir el flujo de nuestros señores del triángulo dorado.- Las palabras del hombre encapuchado eran definitivas – Además, gracias a nuestros hermanos que se mezclan con los traidores, salvamos a una de las encarnaciones de los antiguos.

Entonaron salmodías y cánticos, algunos con mucha fuerza, otros de manera solemne; a diferencia de los fieles, a Arnout y Rolf se les hacían eternos. El plan que había ideado el rubio nativo a Rolf le parecía lleno de inconvenientes que en ese momento dejaron de ser pequeño. La multitud era mayor a los números que había considerado Arnout y las posibles fallas que, según los amigos del nativo, deberían haber encontrado entre los guardias del profeta, eran en la realidad mucho menores. Si no ocurría un milagro, cosa en la que el mismo Rolf no creía, sería su final  y seguramente los sacrificarían junto a las cautivas.

A una señal del hombre de la túnica negra, varios de los cultistas incluyendo a Rolf y Arnout, se acercaron a las dos seguidoras de la tríada y las tomaron de los brazos. Las hicieron avanzar hacia el gran pozo, donde las amarraron a dos enormes postes; astutamente quienes se encargaron de las cuerdas fueron el escudero y su amigo. Rolf que en el poco rato había echado a correr las ideas ya tenía pensada una alternativa a los planes que habían considerado. Luego de otra señal, cuatro de las personas que cercaban a las mujeres comenzaron a girar unas manivelas que funcionaban en ese pozo gargantuesco para sacar algo de la excavación.

- Ahora haced venir a los hijos de la entropía, ellos darán a las seguidoras de la traición el fin que merecen - dicho esto el loco profeta levantó las manos y dejó caer la cabeza.

Cuando ya se oían gruñidos y rasguños desde el foso, un acólito de la secta dijo algo al oído del profeta, las palabras causaron espasmos airados de este que con un gesto rápido le indicó que se alejara de él. Multiples murmullos empezaron a  oirse entre la multitud, varias exclamaciones y ciertas palabras revelaban la llegada de varios de los guardias de la secta y algunos de los infiltrados desde los niveles más altos que habían llegado heridos huyendo desde las otras plantas.  Rolf le hizo una seña a Arnout para que estuviera atento.

- Hermanos míos, los impuros y los extranjeros están combatiendo a nuestros hermanos de los niveles más arriba, intentando defender a la más grande de las rameras de la tríada - La voz del profeta consiguió instar la violencia entre los sectarios - Id a combatir a esos herejes invasores; quedaos sólo los necesarios para terminar el rito de adoración al nuevo hijo de la tormenta final

Milagro u oportunidad, este es el momento, pensó Rolf. Ya quedaban muy pocos de los guardias y gran parte de la gente se fue a defender a sus familiares y amigos de los sectores en conflicto. El escudero se movió rápido y lanzó un trozo de cristal verde a la abertura desde la cual hablaba el líder de la secta. Hubo una explosión que hizo retumbar el piso, pero los jóvenes no estaban preocupados de eso; ya estaba Arnout soltando a Ayla, mientras Rolf sacaba su daga y espada corta de entre los pliegues de la túnica para mantener a raya a los sectarios que intentaban acercarse. Usaba la espada como escudo y la daga era terrible para hombres con palos y, más aún, sin formación marcial.

Una nube verde empezó a elevarse de grietas en el piso, al parecer (la expresión está bien, pero siento que la usas mucho. A veces podrías cambiarla por cosas como “Rolf dedujo”, “seguramente”, etc.) había más cristales, lo que volvía más urgente el rescate de los rehenes. Los jóvenes ocuparon las túnicas para embozarse e impedir la inhalación de los vapores. Los sectarios parecían disfrutar del efecto de los vapores: muchos se quitaron las túnicas y comenzaron a danzar, otros olvidaron la prudencia y se volvieron más violentos. Se lanzaron como bestias en contra de los jóvenes que ahora se enfrentaban a ellos como lobos defendiendo a Ayla y Colombe. Cayeronn un par de hombres que volvieron a pararse.

- ¡¡¡A TU DERECHA!!! -  el grito de Rolf alcanzó a avisar al rubio nativo.

- No caen, juro que le herí las piernas - respondió Arnout.

- Concéntrate, esto no acaba hasta que dejen de pararse - en su viaje Rolf había aprendido que un enemigo caído bien podía alzarse y esgrimir todavía las armas

A pesar de los gritos de los fanáticos y los cuerpos a su alrededor, ambos muchachos estaban logrando mantener la posición. Además la muchacha y la mujer se habían hecho con un par de bastones de los hombres caídos y los ayudaban a mantener la distancia del grupo de embrutecidos hombres que los rodeaban. Los defensores ya no sabían qué buscaba ese grupo de personas enardecidas, no les importaban los heridos que incluso los ataques que la misma masa causaba, sólo seguían luchando con dientes y garras, dejando fluir su sed de sangre.  Entre todo ese ruido de golpes y cortes, gruñidos, alaridos e incluso risas histéricas, un bramido no humano ganó en fuerza a todos los demás sonidos. Los jóvenes no lograron saber qué ocurría hasta que ya era demasiado tarde.

- Venid. hijos de la tormenta, ayudadnos a derrotar a los impuros - El sacerdote estimulaba a sus seguidores a luchar lado a lado con los seres de la oscuridad que aparecían desde el subsuelo.

Cuando Rolf vió lo que se venía acercando no supo con cuál de sus armas podría combatir a las monstruosidades que atacaban a los fanáticos y se acercaban a ellos también. Había dos tipos de criaturas, ambas igualmente asquerosas; unas eran similares a humanos pero más pálidas, con los ojos amarillos y furiosos, dientes que parecían de una bestia y, con garras mucho más fuertes que las uñas de un humano, desgarraban la carne de los sectarios. Las otras poco se diferenciaban de los esqueletos que yacen en las catacumbas, pero contaban con algo más que causaría pesadillas al más valiente; una especie de gusanos sanguinolentos se retorcían entre las costillas y alrededor de las extremidades, y esa misma masa era la que salía de su boca en una especie de lengua.

Rolf tomó el último resto de cristal verde que tenía en su morral que era altamente explosivo y cuyo humo provocaba halucinaciones y desinhibición en los humanos. Si no causaba la explosión  de los Necrarios, como había leído en algún libro de mitología del reino de los Gaudos, al menos produciría un derrumbamiento para poder escapar de esas terribles cavernas. Cuando chocó el cristal contra las formaciones rocosas, el estruendo no fue tan grande, pero causó un leve derrumbe que le limpió a las cautivas y sus jóvenes libertadores el camino a la salida. Los horrores que tuvieron que ver fueron peores que la lucha con los fanáticos. Estos últimos, por culpa de sus creencias, no podían luchar contra los seres oscuros, que para ellos eran los enviados de sus divinidades, intocables y terribles. Su religión los condena, pensó Rolf. No sólo eran golpeados y desgarrados, las peores imágenes eran los cuerpos mutilados, miembros sanguinolentos, entrañas colgando e incluso los restos de un cultista saliendo de la boca de una abominación. La sangre fue siendo más común que la tierra, los gritos inundaban la alta bóveda, ni los cuerpos muertos yacían en paz, mordiscos de carne humana estaban en las fauces de los horribles seres. Corrieron de ese espectáculo espantoso, ya no podían hacer nada por el chico enfermo, aunque lo habían buscado entre los muertos y los vivo no lo lograron ubicar.

La comitiva alcanzó uno de los pasajes que comunicaban con la salida. Arnout encabezaba y Rolf defendía la retaguardia, las mujeres corrían en medio apretando el paso, no era un momento para dividirse. En una de las encrucijadas una túnica negra les detuvo el paso, estaba armado el histriónico profeta.

- Ustedes, engendros de las rameras de la tríada, pagarán por haber engañado a los hijos de la tormenta, sus huesos hechos polvos servirán para santificar un nuevo templo - Los vapores de cristal verde habían afectado al profeta que daba rienda suelta a su ira.

Arnout, empuñó sus armas tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos y mordió su labió hasta hacerlo sangrar, su mirada fija en el profeta era la de un perro dispuesto a despedazar a su enemigo; no sólo habían raptado a su hermana, muchos de los sectarios eran pobres hombres que perdieron todo con la invasión de Roger y le creyeron los mensajes de salvación que inyectaba este maldito, sin contar que el falso profeta insultaba a las diosas de su devoción.

- ¡¡Calla tu maldita boca infiel! -  El grito  del rubio, después de esquivar el corte que le mandó el demente profeta, fue seguido por un tajo propio, luego de un segundo y terminando con la daga enterrada en la garganta del maldito. – Mira, Rolf, esto fue realmente un milagro de las diosas.

Rolf sabía que eso era un error, no se podía quedar desarmado en medio de tantos enemigos, menos siendo Arnout uno de los pocos que sabía pelear. Como si el Universo quisiera demostrar su error al pobre amigo del escudero, apareció por su espalda una criatura alta y oscura llena de rasgaduras. No se veían pupilas, sus ojos eran sólo dos ópalos negros.  La terrible figura atravesó con sus garras el costado del joven, simultáneamente Rolf había lanzado su cuchillo contra ella.


- ¡¡¡NOOOOO!!! -  fue el aullido que desgarró la garganta de Rolf.

Despertó sudando. Habían pasado casi dos años, e incontables noches donde se repetía la misma horrible pesadilla que no dejaba de acosarlo. Su lecho había dejado de ser un lugar de descanso, más bien parecía el potro de sus torturas.

- ¿La misma pesadilla? - preguntó Esaú que había remecido a su amigo para sacarlo del espasmo nocturno - Quizás si rezas a las diosas puedas algún día alguna vez dormir en paz.

- ¿Las diosas? - se mofó Rolf - Ya eres grande para creer en cuentos de viejas.

En aquella lejana escaramuza Rolf había logrado salvar a Ayla, a Colombe e incluso habían encontrado a la falsa encarnación divina, pero no sólo había perdido un amigo; después de esa noche, también la poca fe que le quedaba había desaparecido.

¿Continuará…?

lunes, 16 de junio de 2014

Capítulo VIII: Descenso a los subterráneos

Los sonidos de los fanáticos recorriendo las dependencias de las seguidoras de la tríada se fueron apagando y Rolf, a pesar de los golpes y empujones, no logró salir de la habitación. La sala con los enfermos estaba bloqueada desde fuera, fue necesaria la ayuda de uno de los hombres que ya estaban prácticamente recuperados para poder salir de la sala de enfermos. El joven, gracias a los cuidados de las seguidoras de la tríada y al descanso, se sentía mucho mejor. Eso y los enfrentamientos consecutivos lo habían endurecido, en mente, cuerpo y espíritu.

Recorrió Rolf la primera planta y vio que no estaban las mujeres que tan bien lo habían acogido. Después tomó la escalera de caracol para ver el segundo piso, donde deberían estar los aislados y entre ellos Esaú. Avanzó por el pasillo donde se adevertían las distintas puertas a las habitaciones de los enfermos aislados, en ese piso el joven recordaba que además había otras cámaras en el lado opuesto. De todas las habitaciones sólo las últimas estabab cerradas. El primer cuarto de la izquierda estaba vacía; las mantas tiradas y los frascos rotos mostraban que alguien había sido sacado de allí. Cuando se acercó a la segunda pieza, donde debía estar Esaú, no encontró a nadie. Esparcidas por el dormitorio estaban las ropas que tapaban al chico, manchas rojas y algo de sus pertenencias, pero de Esaú no había señal.

Rolf intentaba controlar sus emociones, tocó las manchas y claramente era sangre, golpeó uno de los muebles con impotencia, las palabras del mentor volvían a dar vueltas por su cabeza, debía recobrar la calma, las emociones descontroladas le impedirían pensar. Pero ya estaba harto de que el pequeño sufriera indirectamente por sus decisiones. Si lo encontraba quizá sería el momento de dejarlo en esta ciudad, donde podría estar mejor, tal vez con los guardias o con alguna familia de la ciudado. Cruzaban esos pensamientos por la cabeza del joven, cuando sintió sonidos en la pieza adyacente. Salió corriendo y puso la oreja en la puerta, intentó girar la perilla, pero la hoja de madera no abría.

- Esaú, ¿estás ahí? - la voz de Rolf mezclaba esperanza y preocupación.

Un crujido de la puerta y luego una rendija de la que se asomó el hermano de Ayla con un gesto de silencio y le señaló además que entrara. Allí estaban dos mujeres de blanco que habían recibido sendas heridas. El chico le contó los sucesos. A pesar  de las grandes puertas que cerraban el enclave, había otras maneras de poder entrar a los recintos de las seguidoras. Una de ellas era una escalera que usaban para poder ayudar a los pobres habitantes de los distintos pisos subterráneos.

Ninguna de las autoridades conocía de las actividades de las seguidoras en los distintos niveles bajo el suelo de la ciudad en el interior de la montaña. Los nobles estaban más ocupados en las disputas entre ambos que de los habitantes de los subterráneos, quienes tomaban partido también. Ser Reginald "el albatros", antiguo caballero andante y mariscal del rey, intentaba cumplir con las reglas que el regente exigía. En un principio había llegado como una fuerza externa de moderación entre los antiguos habitantes del sector y los llevados por Roger para intentar ocupar la ciudad y le fuera entregada ante la muerte y desaparición de la familia Leblanc. El conde había llegado con sus tropas pensando que estarían poco tiempo hasta resolver la insurrección de los antiguos habitantes de Blancascumbres, como se llamaba el pueblo antes de la llegada de los usurpadores de Sombrese, de la manera menos sangrienta posible. Pero a medida que pasaba el tiempo, la ciudad fue creciendo con el dinero de las minas y la llegada de los forasteros de las regiones cercanas. Por otra parte, fueron llegando a oidos del Conde rumores de las violentas y brutales actividades de Roger. Adenás siempre fue interés de la familia Lefleur el anexar algunos pueblos de la región de Las Altas Cumbres, ahora repartida en distintos territorios, e incluso se le relacionó a la masacre de la familia Leblanc. Esta nueva información fue la que lo impulsó al mariscal a luchar por el anexo de la ciudad y tratar de traer la paz en el sector. No había sido fácil la misión de calmar a los insurgentes en guerra con la gente de Sombrese, que no veían con buenos ojos a la intromisión del mariscal. Los habitantes de los subterráneos eran los originarios del asentamiento y su resentimiento contra los invasores no había disminuido a pesar de los intentos de Ser Reginald de unir a la gente bajo el espíritu del reino y no sólo de una región, pero a Roger no le importaba lo que no le fuera útil, la gente de Blancascumbres sobraba para sus planes. Todos desconfiaban de todos.

- ¿Y tú como sabes tanto? – A pesar de la preocupación del escudero por la situación de su amigo, era demasiado extraño lo que acontecía en la montañosa ciudad.

- Mi familia era de los sirvientes de la familia Leblanc, nos quedamos aquí después de la masacre.- respondió el otro joven

- ¿Qué masacre? Típico del maldito. ¡Que el abismo se lleve su alma! - A Rolf el muchacho le daba lástima, pero había más de lo que preocuparse - ¿Y el resto de las mujeres?

- No sé, parece que están encerradas en otra de las habitaciones, quizá las de arriba - El otro joven estaba alejándose, evitando la pregunta de Rolf acerca de lo sucedido con la familia Leblanc, preocupado de otras cosas.

Rolf se acercó a la cama y volvió a ver a su amigo después de los días de aislamiento. Se veía levemente mejor, ya no se sacudía, ni tenía las marcas negras, pero todavía no había vuelto en sí. (AHHHH el que le dijo todo era el otro cabro! No sé por qué pero no lo entendí, debió ser que no quedaba claro cuando abrió la puerta) El escudero oyó los crujidos (¿qué crujidos? ¿del piso?) desde el pasillo, al parecer el muchacho de Nievegrís estaba buscando a las mujeres.

- Ey, muchacho, ¿necesitas ayuda? – gritó Rolf al salir al pasillo.

- Me llamo Arnout, "muchacho"  - se mofó del escudero  - lleva a las novicias heridas a las otras camas.

- ¿Novicias? - debían ser las de blanco pensó Rolf - ¿Encontraste a Colombe?

Después de un rato se dieron cuenta de que los fanáticos del triangulo dorado, como les dijo Arnout que se hacían llamar, se habían llevado a un chico que también estaba aislado, a Colombe y Ayla. Las otras señoras de la tríada no estaban en condiciones, una era muy vieja y la tría Monique había resultado herida. Alguien tenía que tomar las decisiones, pero no se ponían de acuerdo, se notaba que acostumbraban a seguir las directrices de Berna y las tríanas. Una de las mujeres de blanco llamada Estee, había logrado calmar a sus compañeras y dar cuidado a las heridas y a los enfermos.

- Debemos salvarlos - dijo el escudero, lo que a Rolf le parecía lo mínimo que podía hacer, para Arnout no era una posibilidad; era un deber.

- Disculpa, Rolf, pero mejor vete con tu amigo cuando esté sano, esto no es asunto tuyo - el joven de Nievegrís estaba molesto,- Cada vez que los extranjeros intentan enderezar  un entuerto dejan un regadero de torcidos.

-  Por favor traigan a Berna, ella sabrá que hacer, a tu amigo nosotras no lo podemos ayudar y el rito no está completo.- La petición de la mujer ponía un gran peso sobre los hombros de Rolf - aunque Colombe también nos podría ayudar, ustedes no podrán contra los locos de dorado.

- ¿Tienen algún ave para dar mensajes? - Una idea  surgió de la mente de Rolf, necesitaba de la ayuda de la guardia y de su maestro para asegurar el plan que tenía en mente.

Rolf y Arnout habían logrado conseguir información y armas para el joven nativo en el segundo nivel subterráneo. Mucha gente conocía al muchacho y al parecer había intentado motivar a la población a dirigir sus frustraciones a otros derroteros. También había quienes eran de la idea de irse de esa región, pero no querían dejar lo que tanto les había costado juntar.

- Mi padre fue fiel al duque blanco y él siempre fue bueno con su gente, yo soñaba con ser caballero algún día - la ayuda desinteresada de Rolf por rescatar a los rehenes le había ganado la confianza del joven - Todo eso fue destruido por la Orden Negra.

- Espera, ¿qué es eso? - preguntó Rolf, a quien no le sonaba para nada bien ese comentario.

- Así llamaba Ser Bernard a las familias que estaban en contra de terminar con la esclavitud- respondió Arnout - lo escuchaba cuando hacía reuniones con Ser Reginald y otros señores cercanos al rey.

Rolf estaba sorprendido, cuando todavía vivía con su familia también había escuchado hablar de algo similar. Su padre más de una vez había llegado apesumbrado de las reuniones de las casas por culpa un grupo que hacía sentir su presencia en las decisiones y leyes que presentaban al rey. Además varias de esas casas tenían vínculos sanguíneos con familias de este reino. Según lo que alguna vez escuchó también eran responsables de la caída de su casa.

Ambos jóvenes conversaron mientras recorrían una red de pasadizos que cada cierto tiempo bajaba. Rolf, a pesar de haber estado muy atento, no podría haber regresado por el mismo camino por sí solo. Entre las conversaciones había logrado reunir gente, enviar mensajeros y avisar lo que intentaba el grupo de fanáticos. Al parecer los miemros de la secta contaban con un vasto grupo de enemigos que se incrementó al saber quienes eran rehenes. La información que habían logrado reunir les indicó que tenían un día para lograr impedir los sacrificios que querían realizar los fanáticos del triángulo dorado.

- ¿Sabes manejar un arma? - Preguntó el escudero, adivinando un día largo y violento.

-  Cuchillos, gladius, corvos, las armas de los subterráneos.- le respondió el rubio joven - Hay una entrada a las cavernas de la secta, pero pasa por las minas-

Antes de poder realizar el viaje por las minas debían conseguir ropas para poder entrar a los recintos principales de la caverna sagrada para los fanáticos, así que tuvieron que buscar entre posibles sectarios para poder llevarse lo necesario, Sino jamás lograrían entrar. Según Arnout, había grupos de delincuentes relacionados e incluso gente de la guardia de Sombrese, esto no era extraño para Rolf, los perros de la guardia y los ladrones sólo se diferenciaban en la armadura.

- Mira, Rolf, entraremos en la caverna cuarta, es el sector más peligroso del que los nobles no tienen idea o no quieren saber - le dijo Arnout en susurros -  aquí viven muchos sectarios, porque no son muy tolerados en otros niveles.

Entraron en una vivienda que, como todas las de los niveles más bajos, era muy pequeña y oscuras, ya que los cristales luminosos resultaban muy caros para los pobladores de ese nivel. Además con los cristales, aunque se lograba calentar, no era como la leña azul  que daba más calor que luz.

- Creo que estamos de suerte - dijo Arnout

- Esto parece demasiado sencillo - replicó Rolf

Después de un rato de buscar, escucharon quejidos, no estaban solos al parecer y se pusieron  alerta. Detrás de unas de las pieles que estaban colgadas para mantener el calor, salió un hombre desnudo bostezando. Al ver a los dos jóvenes que sacaban sus armas mandó un chiflido y fue lo último que logró hacer, Rolf lo apuntaba con la daga y Arnout ya lo tenía agarrado tapándole la boca. Rolf entró por la piel colgante y vió una mujer tapada por pieles. El escudero le hizo un gesto de silencio mientras mantenía apuntada a la mujer con la daga y, luego de amordazarla, volvió con Arnout. Finalmente los jóvenes dejaron al hombre amarrado y amordazado, al igual que la mujer, y los ocultaron bajo las pieles. Iban saliendo de la cueva-casa cuando vieron unos hombres salir de una esquina. Rolf le hizo una seña a su nuevo amigo al ver que los hombres los señalaban.

- Corre - dijo Arnout, mientras que al sacar su cuchillo le mostraba que tendrían que pelear más adelante.

- ¡¡Infieles!! - gritó uno de los tipos, era una voz de alerta.

- Maldita sea, escucha - le dijo Rolf, parecía que el pasillo, calle, lo que fuera, había despertado como un monstruo de su siesta.

De otras cuevas y pasadizos salieron personas con rostros agresivos y armas en sus manos, no parecían dispuestos a dialogar  y menos a invitarlos a tomar una copa. Alguien le tiró un hondazo a Arnout que le dio en un muslo. Tuvieron que bajar la marcha para enfrentar a un par que no les dejaba espacio para avanzar. Un hombre que salió entre unas aberturas de la roca apresó el brazo de Arnout y casi lo hizo caer, pero el joven reaccionó rápido y le dio un par de cuchilladas para lograr la libertad. Rolf por su parte se abalanzó contra uno de los tipos que se interponían en su camino. No, llegar a las cavernas sagradas ya no parecía tan fácil.

Continuará...

lunes, 2 de junio de 2014

Capítulo VII : Las seguidoras de la tríada

El galope de los tres caballos resonó entre las laderas de los pasos montañosos. Al escudero y su maestro ya no les importaba pasar desapercibidos ni mantenerse ocultos, la vida del integrante más joven de la comitiva peligraba y eso era lo único que les preocupaba. Una extraña criatura había aprovechado las condiciones naturales del paisaje rocoso para capturar al pequeño. El anciano caballero, tanto por sus viajes como por motivos todavía desconocidos por los más jóvenes, temía que si no trataban a Esaú con las hierbas y el equipo adecuado podía correr el riesgo de convertirse en algo que sólo se conocía en leyendas. Nievegrís tenía al menos un fuerte, un centro de investigadores del Círculo y una base de sacerdotes de las tres diosas. Por otra parte debían llegar pronto a Nievegrís para poder reabastecerse de pertrechos y comida. A pesar de estar en la frontera aún se encontraban en la región de Sombrese, llena de posibles enemigos.

Tuvieron que unirse a una de las dos filas para entrar en la ciudad; en una estaban mezclados un grupo de campesinos y otro de comerciantes, en además de aventureros, mineros y mucha gente de la región de Sombrese. Esa era sólo una de las dos gigantescas entradas en las inmensas murallas de roca, que tenía arqueros al parecer siempre de ronda. Los encargados de hacer la separación eran guardias con los colores del marqués de LeFleur. Por suerte, o al parecer por asuntos de Ser Varus, ellos estaban en la fila que controlaban los hombres de Ser Reginald.

- ¡Ey, tú, quédate ahí! - gritó uno de los guardias de Sombrese. En su traje estaba bordado el escudo de Roger; este era un campo cortado de sable con una torre de plata en la mitad superior y en la inferior una paloma en plata. Se veía muy joven e intentaba demostrar autoridad.

- Pero yo no he hecho nada- dijo un hombre bajo con una capucha marrón que se apretaba junto a una carreta.

- Se parece al tuerto Phil, Jhon - le dijo a otro de los guardias, quien hablaba con una mujer -

- Aprésalo entonces-  le respondió el guardia llamado Jhon, un tipo grueso a quien no le interesaba nada más que la mujer.

- Ya viste, Phil, me tendrás que acompañar-  Se acercó el guardia más joven al hombre bajo.

- Pero yo no me llamo Phil -  dijo el hombre del capuchón, intentando alejarse.

- No te resistas o será peor, Phil - le dijo el guardia ya molesto.

El tipo intentó correr para entrar a la ciudad, pero era todavía mucho terreno y lo rodeaba una multitud, mirando pero sin inmiscuirse. Cuando ya se había acercado mucho el joven y molesto guardia al hombre, este último intentó empujarlo, lo que enfureció al ya fastidiado centinela, el que botó la lanza y desenfundó su espada. El supuesto Phil intentó meterse en medio de la gente, que lo empujó de vuelta al ruedo, lo que aprovechó el vigilante para darle un corte en la espalda. El tipo, empeorando el asunto, le dio una patada al guardia en la rodilla. Este, ya salido de sus casillas, le enterró la espada en las entrañas y el hombre de marrón dejó de dar golpes. Se acercó Jhon, apartando a empellones a la gente, y miró al hombre que se desangraba.

- Ustedes dos, sáquenlo de aquí - Jhon le ordenó a unos tipos que también querían entrar.

Rolf cuando el asunto empezaba a pintar mal se quiso acercar, pero estaban muy lejos para intervenir, además Ser Varus con un gesto molesto e incómodo le señaló que no se podía hacer nada. Aún aquí los perros de Roger son igual de malditos, pensó el joven.

Después de presenciar la espantosa escena, Rolf vió a un joven aproximadamente de su edad que se alejaba raudamente del caballo de carga de su maestro.

- ¡Ladrón! -  gritó Rolf, que desmontó para perseguir al buscón.

El escudero no logró avanzar mucho entre la gente de esa fila y se le perdió el truhán entre las personas que eran además tan parecidas entre sí, a diferencia con Rolf, quien, más moreno, con sus espaldas más anchas y su pelo más oscuro, se notaba que venía de otro reino. Enojado se devolvió al grupo y Ser Varus, que no lograba moverse con libertad cargando a Esaú en sus brazos, le dijo al joven:

- No te preocupes, Rolf, en esa bolsa no quedaba prácticamente nada – El anciano no era tan  estúpido como para decir que el dinero lo llevaba consigo.

- Parece que la gente del Valle no es tan buena como usted cuenta- dijo Rolf después de haber mordido agriamente la impotencia.

Cuando ya estaban por entrar a la ciudad, uno de los centinelas que custodiaban la entrada los llamó. Rolf esperaba lo peor.

- Ser Varus, nos llegó su grajuro - Empezó a decir un jefe de los guardias, que vestía colores distintos a los de Sombrese - Debe tener cuidado de no cruzar al lado del palomar - esto último lo dijo en tono más discreto. El guardia en jefe se diferenciaba de sus hombres por unos bordados dorados sobre el escudo. Este, más complejo que el del marqués de Sombrese, estaba compuesto por un escusón cuartelado. En él se veía un albatros dorado junto al triángulo de las diosas sobre un campo de gules. El resto tenía varios símbolos más que Rolf todavía no había estudiado, pero eran también dorados sobre campo azur. Al parecer la ciudad no era como cualquier otra ciudad, cada sitio evidenciaba que había dos nobles responsables.

Ser Varus hizo un gesto de despedida a uno de los guardias y se dirigieron por la gran avenida principal hacia donde debería estar la mujer que supuestamente ayudaría a Esaú. Ella dirigía la casa de la acogida donde podrían curar las heridas del escudero que no daba señal de debilidad a pesar de los castigos sufridos. Siguieron el cartel que con un dibjujo  indicaba dónde estaban los recintos destinados a los seguidores de las tres diosas. Además ese sector tenía una sede del Círculo, el cual se instalaban en ciudades que le eran interesantes por sus avances o incluso por razones que no se entendían de buenas a primeras.

Aunque no podían malgastar el tiempo, les fue imposible aumentar la velocidad entre tanta gente que llenaba la avenida. Nievegrís era muy diferente a todo lo que Rolf había visto antes, no encontraba pobreza en medio de las construcciones por donde pasaban. Era una ciudad muy ordenada en su base, pero se notaba que habían tratado de construir en altura  y que en algún momento lo tuvieron que dejar de hacer, porque todos los edificios llegaban a un máximo de alto. El conjunto recordaba a un tronco cortado de un sólo hachazo horizontal.

Llegaron a un edificio casi en el centro de la ciudad, que estaba al costado del templo donde se veía pulular gente de muchas etnias alguns de los cuales probablemente no eran del reino, algo había hecho de esa ciudad un centro muy interesante para más gente de lo que se podía esperar de un pueblo minero perdido y emplazado en medio de dificultosos caminos. Entraron, Ser Varus con Esaú en sus brazos, que al parecer estaba peor que cuando lo había encontrado Rolf, quien les seguía de cerca. El paje tenía ojeras, el escudero lo tocó en la frente y corroboraba lo observado en los febriles ojos del pequeño. Si un alquimista, herbolario o sanador sólo viera esos signos, pensaría en algo pasajero; lo que les inquietaba era el cambio de la piel, en la que habían aparecido ronchas verdes, y la mancha oscura del cuello, que había crecido.

- ¿Hay alguien aquí?- preguntó el caballero en la entrada vacía de una mezcla entre posada y templo. Pasaron unos incómodos minutos de silencio; Rolf estaba molesto y comenzaba a impacientarse.

 - ¿No hay otro lugar donde llevar a Esaú, Ser? - dijo el escudero. Si hubiera sido su decisión, ya estarían buscando donde curar a su amigo, pero oyó pasos que se acercaban.

Una mujer apareció desde una esquina al cabo de un tiempo que les pareció eterno. Por el otro costado habían unas puertas grandes de las que salían murmullos y quejas; debía ser donde estaban los enfermos.

- Buenos días - les dijo la mujer sencillamente vestida de verde y con un triángulo bordado en sus ropas. Lo más rápido que pudo se acercó a ver el bulto que cargaba el caballero.

- Buenos días, necesitamos de la ayuda de Berna.-

La mujer se presentó como Colombe. Era una de las tres encargadas subordinadas a Berna  y le contó que ésta hacía tiempo que estaba ausente ayudando en las cavernas de Nievegrís, donde había surgido un brote de fiebre de cristal. Los guió hacia la esquina desde donde había salido; allí había una escalera de caracol y un pasillo. El suelo era de madera, pero todo el resto era de piedra pulida con cal.

Luego de que Ser Varus le contara los acontecimientos y Rolf describiera a la criatura, la mujer se acercó a Esaú y le hizo una caricia.

- Pobre, tendremos que mantenerlo aislado mientras lo limpiamos- les contó con preocupación Colombe.

- Además este muchacho necesita curar unas heridas - le respondió el anciano mirando con reproche al escudero.

Rolf le devolvió la mirada buscando las palabras indicadas cuando sonó una campanilla. Al parecer era la hora en que hacían rezos en honor a las tres diosas, ya que Colombe los guió hacia fuera de la habitación. Ahí el joven pudo ver que había mujeres vestidas de blanco de distintas edades y dos más con distintos colores una de vestido rojo y otra con vestido azul,

Después de terminadas las oraciones, una mujer se llevó a Rolf para atender sus heridas. Desde entonces había pasado más de dos días bajo los cuidados de las doncellas de la tríada. El joven intentaba dormir sobre un costado, pero se le hacía difícil porque las heridas ya limpias le escocían. No era tarde, pero le recomendaron que reposara, le dieron unos brebajes que le ayudarían a descansar pero aún así la preocupación por su amigo no lo dejaba en paz. En la habitación había trece camas más; no eran tantas considerando lo grande de la ciudad, pero al parece era más que suficiente, porque sólo se veía un par de hombres mayores con distintas extremidades en alto y una mujer que tosía mucho, la cual estaba entre dos pabellones de paño; sólo sabía que era mujer por su voz. En otros lechos  había un par de cuerpos más pequeños que parecían de niños de la edad de Esaú. Su maestro venía cada día a ver cómo estaban y le había traído un pergamino a Rolf. Aunque parecía frío para otras personas, Ser Varus estimaba mucho a Esaú, y para Rolf era un ejemplo; a pesar de las diferencias en el pasado, el escudero había aprendido mucho y tenía en gran estima al experimentado caballero.

Las puertas se abrieron y aparecieron las mujeres, entre las que había una en especial que a Rolf le llamó la atención. Tenía el cabello de la gente del Valle, pero la piel como las personas de Sombrese. Fue ella quien le dio de comer y le arregló las ropas de cama, era muy bella y no mayor que el muchacho.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó Rolf después de darle las gracias al terminar de atenderlo, pero ella hizo unos gestos que él no entendió.

Luego de intentar sin éxito llamar su atención, se rindió e intentó leer en el pergamino que le había dejado su maestro los movimientos de defensa que le había explicado Ser Varus durante su viaje. Cuando ya se iban las doncellas de la tríada, entró corriendo en la habitación un muchacho que a Rolf le pareció igual al que le había robado en la entrada a la ciudad.

- ¡¡Agárrenlo, es un ladrón!! - gritó Rolf mientras intentaba levantarse, a pesar de los parches.

Las mujeres miraron a Rolf con desaprobación. El supuesto ladrón se aferró a la chica atractiva y le hizo gestos que éste no pudo entender. Las demás mujeres le hicieron preguntas al jovenzuelo y el ánimo cambio totalmente; empezaron a moverse de manera frenética revisando las ventanas de la habitación y se desplegaron saliendo rápidamente de la sala, el escudero quería entender que produjo el cambio.

- Ayla no puede hablar y el chico es hijo de su madre  - le dijo la última de blanco mujer que iba a salir.

- ¿Qué ocurre? ¿Por qué corren? - preguntó Rolf, ahora más intrigado aún.

La mujer se devolvió con la encargada de rojo, a la que llamaban tría Monique y esta última le contó que vivía gente en bajo las calles de la ciudad,  la mayoría de ellos mineros e hijos de matrimonios de ambas regiones, que eran rechazados como parias; mientras más abajo, más pobres eran quienes vivían. Entre las personas de los niveles inferiores habían surgido sectas que cometían atrocidades cada cierto tiempo en nombre de los más desposeídos. En un intento por detenerlos, los hombres de Roger habían más bien creado mártires y casi divinidades, al arrasar muchos de esos guetos. Alguien había corrido la voz de la llegada al recinto de un chico poseído por un espiritu maligno y uno de esos grupos de fanáticos quería venir a buscarlo para sacrificarlo en nombre de su divinidad.

- Debemos llamar a la guardia - le dijo Rolf a la tría, que era una de las que estaba a cargo.

- Este asunto es más complejo de lo que parece, si involucramos a la guardia será un caos para todo la ciudad - respondió Monique - No los dejaremos entrar, el asunto pasará cuando tu amigo esté sano, aunque no es el único que está aislado.

Tría Monique estaba cerrando la sala cuando retumbaron las puertas de entrada. Una enorme tranca que les costó mover a seis de las mujeres impedía que las abrieran. Desde debajo  del suelo sonaban una especie de tambores. Rolf buscó con la mirada algo con que luchar si tuviese que hacerlo, ya que no sabía dónde habrían guardado sus armas. Ya estaba en pie cuando se oyeron voces de hombres que bramaban en los pasillos…  habían entrado.

Continuará...



lunes, 19 de mayo de 2014

Capítulo VI: Montañas de ilusión

Iban los tres viajeros camino a Nievegrís; llevaban casi un día de camino por la montañas y hacía  tiempo que había dejado de ser un viaje sencillo. No habían podido hacerse de víveres en Encrucijada y trataban de tomar rutas menos concurridas, todo eso debido a las malas artes de Roger Lefleur. La gran Madregrís, la enorme montaña por la que debían pasar, era una gigantesca formación rocosa, le ofrecía a los hombres sus minerales y piedras preciosas desde tiempos inmemoriales, pero no tenía nada más que dar. Estaba llena de vida, claramente, pero no necesariamente de la que uno desearía encontrar; había muchos cuentos y leyendas acerca de las razas que la habitaron. Fueron tantos los mitos y leyendas que varios asesinatos se asociaron a ataques de criaturas extrañas, seres mitológicos y otros no tanto que incluso un rey fuera de sus cabales construyó un fuerte inexpugnable, demasiado quizás, pero lo seguro fue que jamás nadie quiso probar su poder.

Los señores del Valle de Roca y Sombrese se habían disputado el territorio durante mucho tiempo, por lo que el rey decidió que fuera para ambos. Pero desde la época en que se habían mostrado los dientes, ambos nobles se habían hecho enemigos, Roger siempre con artimañas tratando de conseguir más por menos y Ser Reginald intentando demostrar quién era Lefleur realmente. El señor del Valle de Roca fue muy cercano a Ser Varus en el pasado, razón por la que llegar a Nievegrís era tan necesario.

El más joven del grupo, Esaú, ya había pasado hambre anteriormente, en especial durante el tiempo antes de haber estado viviendo en los campos y bosques al amparo del Grupo Liberador del Claro. En ese momento del viaje ya habían pasado varios días sin probar nada más que agua, aunque habían intentado recolectar frutos pero entre los montes y corriendo para salir de la región, no habían tenido mucha suerte. Rolf no estaba en mejores condiciones; con sus heridas abiertas de suerte no había agarrado una infección.

Estuvieron bordeando uno de los tantos acantilados que como una mujer con su belleza te puede costar la vida. El camino no daba espacio hacia el costado más que para un caballo e incluso así el riesgo de despeñarte era alto. Se podían  ver las múltiples formaciones rocosas y cristalinas que la luz del sol iba transformando en paisajes irrepetibles, arcoiris y prismas de distintos tonos de los que un poeta se maravillaría e incluso se le haría difícil describir. Para Rolf fue la primera vez que andaba por esos lares  y se le hizo maravilloso, las instrucciones de Ser Varus le  hicieron mantenerse a una distancia de muchos pies ya que el terreno era muy peligroso y frágil. Una señal de su maestro le indicó que debía avanzar, antes de hacerlo el escudero  quiso repetirle las instrucciones al paje, pero al volverse el sitio donde debería ir el caballo de carga estaba vacío. Ser Varus vio el gesto de Rolf, pero lo angosto del camino le impidió girar el caballo y sólo pudo avanzar. El escudero comenzó la búsqueda; no  era la primera vez que Esaú no  seguía una orden, pero las pocas veces que no lo había hecho fue por causas justificables, pero Rolf no encontraba nada que explicara su ausencia.

Dejó a Noche, su caballo, al cuidado de su maestro y empezó a devolver los pasos donde pudo encontrar las huellas que ellos mismos habían dejado. Un nuevo juego de luces provocado por un paso de nubes le mostró a Rolf que había caminos que no se veían salvo para conocedores del sendero. Uno tras otro fue revisando numerosos pasos , pero ninguno daba muestras de que el paje hubiera andado por allí. Siguió observando el suelo hasta que creyó ver unas pisadas del caballo rumbo a un pequeño arroyuelo que caía entre las formaciones cristalinas.

El agua que pasaba estaba heladísima como sintió con sus dedos al beber de ella y esta daba vida a una pequeña formación vegetal donde Rolf pudo encontrar arbustos con diversos frutos. El hambriento escudero estuvo a punto de arrancarlos y devorarlos, pero recordó las palabras de su maestro, que durante el viaje le estuvo explicando de ciertos árboles y arbustos que daban frutos que en  humanos causaban diarrea u otras enfermedades. Los frutos se parecían más a los que se podían comer que a los venenosos, pensó el escudero a medida que fue avanzando. A pesar de la comida ser tentadora Rolf se enfocó nuevamente en su principal búsqueda. Siguió recorriendo el lugar en busca de nuevas pistas de Esaú o al menos del caballo. Este no era muy dócil con Rolf, en cambio con el chico se llevaba mucho mejor, igual que la rata que Esaú había bautizado es su honor. El joven nunca había sido  enemigo de los animales, pero el paje tenía un don. Sin pensar, el hambre lo venció, arrancó un puñado de los frutos que se veían más inofensivos, se metió dos de ellos en la boca y el paladear el dulce jugo le avivó más el estómago.

Siguió revisando por un costado de los matorrales donde encontró que había un sendero que se veía extraño, demasiado artificial para estar en esa parte de las montañas. Este delgado camino se empezó a torcer para terminar abruptamente, pero Rolf sabía que tan sólo era un truco visual provocado por la distancia, al acercarse vio que seguía por un costado. Ya había recorrido mucho terreno, pensó el escudero al mirar hacia atrás, era momento de marcar nuevamente para cuando quisiera devolver los pasos. El siguiente hallazgo fue algo más inquietante, era un trozo de ropa que coincidía con la del paje, esta alguien la había dejado en el comienzo de una abertura.

Después de buscar y revisar por pistas habían pasado las horas, el mediodía ya no era más que un recuerdo. Nuevamente cambiaban los tonos, brillos y reflejos, pero lo que en ratos antes había maravillado a Rolf pasó a ser una molestia, no le ayudaban a encontrar a su amigo y el poco equipaje con que contaban. A pesar de todo el tiempo que había pasado buscando era muy poco lo que había encontrado, al parecer el caballo de carga había seguido andando, pero no daba muestras de haber sido arrastrado ni acompañado por más gente.

El escudero no aguantó la curiosidad y entró por la abertura que en un principio le pareció una cueva, pero al avanzar era claramente un túnel labrado, con antorchas encendidas y el piso con detallados mosaicos. Se empezó a sentir confundido y le faltó el aire, la sed volvió y esta vez acompañada de calor, mas siguió avanzando por este extraño laberinto que cada vez le parecía más familiar, de pronto sintió pasos más adelante. Rolf ignoró los malestares, avanzó rápido y sigiloso por la galería que le traía recuerdos fuertes, no, era imposible, la galería que comunicaba los terrenos del círculo externo con los del círculo intermedio estaba en otro continente, no en medio de una montaña, su mente le daba vueltas y vueltas, miró los frutos que quedaban en su mano, había dejado de sentir el dulzor y su boca estaba pastosa.


- Rolf, eres un bruto- recordaba la voz de Xin, uno de los más extraños aprendices del círculo interno, venía de unas islas muy lejanas, de las que no había oído hasta que lo conoció-  Te haces el valiente, pero no irías a la galería negra-

La galería negra era uno de los pocos caminos que comunicaban los círculos prohibidos con el círculo externo, donde vivían, estudiaban y comían los aprendices, hasta que se podían considerar  miembros del Círculo, los que querían seguir investigando, trabajando dentro de la institución o incluso  relacionándose con otras culturas, al menos eso era lo que habían oido de conversaciones y rumores.

- Yo voy y vengo por ahí, ese es "MI" camino - Rolf resultaba más arrogante de lo que él mismo planeaba.

Esa noche el joven recorrió la galería cuando todos dormían menos un testigo. Como habían concertado, el elegido no era amigo de ninguno, debía ser imparcial, consiguieron comprarlo por su parte de los postres. Cuando ya terminaba el recorrido, vio a muchos avanzados que iban custodiando a alguien que ocultaba su cuerpo con un manto y su cabeza con una capucha. Después de ese momento sólo recordaba haber vuelto a las habitaciones, nadie volvió a preguntar del tema, Xin nunca le pidió las pruebas y el testigo fue enviado a otro de los grupos, cada uno de ellos estudiaba aparte a pesar de ser todos aprendices. Cuando intentó hablar con él, el muchacho no lo reconoció y al insistir, el pobre se desvaneció, cayendo al suelo.


Pasadas las nauseas causadas por los recuerdos, Rolf, sintió más cercanas las pisadas, aceleró los pasos al límite de no ser oído pero aún ser rápido, giró en un recodo de la galería y dio con una figura que había perseguido por años y no esperaba encontrar allí, era su adorada actriz ambulante por la que había dado un vuelco a su vida.

- ¿Francine? – Rolf recordaba cada uno de sus rasgos como la primera vez que la vio en las calles de Blackwell, a pesar de que había pasado el tiempo, varios años desde que se empeñó en seguirla y dejar el Círculo.

Era la figura bien contorneada de una mujer esbelta de cabellera azabache, ya no tenía la estatura de una niña, le habían crecido las piernas, cuyo largo se apreciaba a pesar de la falda granate con borde dorado, colores más llamativos de los utilizados por el común de doncellas y damas del reino. Para Rolf sería siempre la mujer más bella. La doncella se  acercó tapando su rostro en un gesto de timidez, el joven embelesado por el contorneo de sus caderas no vió nada más que sus sueños hacerse realidad, la joven con la mano libre le tomo el jubón al escudero que sólo atinó a balbucear.

- Francine, la noche que te fuiste yo estuve castigado, no sabía que dejarían el pueblo con la compañía -

La actriz le hizo un gesto para que se callara y se fue acercando a su pecho, en una especie de baile calmo y seductor que en la corte no sería bien visto. Rolf que jamás había besado una mujer había esperado y soñado tantas noche con ese momento. No sabía cómo alcanzar los labios de su amada. Cuando ella giró su rostro para hundirlo en su cuello el escudero trató de buscar la boca de ella, en su intento de hacerlo mejor el joven abrió uno de sus ojos, para ver... un rostro viejo, arrugado y escamoso y con algo extraño en su boca.

- ¡¡Tú no eres Francine!! - gritó Rolf al empujar a la figura que ahora se veía vieja y roñosa.

La falsa Francine gruñó y se lanzó en pos del joven, el escudero todavía sorprendido por la situación sólo atinó a tomar posición de combate y sacó su puñal. La criatura le pegó un arañazo que rasgó una manga de Rolf quien logró esquivar apenas el golpe. La rabia subió por el cuerpo del muchacho, no era la primera vez que tenía que defender su pellejo, su vida no acabaría en las montañas. La criatura, quien mantenía la ilusión de los ropajes de una bella mujer con los razgos de una vieja con lepra y una boca asquerosa, siguió intentando dañar a Rolf, quien mantuvo la distancia y a pesar de la ira en sus venas. Ser Varus le había enseñado que la frialdad era un arma para un caballero. Un nuevo movimiento de la horrible mujer no llegó a golpear las carnes  del joven guerrero, quien dejó el brazo intencionalmente unos segundos más,  lo que utilizó la mujer para asirlo; utilizando la fuerza del agarre Rolf, se dió un impulso que terminó con el cuchillo enterrado en la garganta de la cosa, sacó el acero y los borbotones de un líquido verde  mancharon el suelo.  Rolf, cansado por la pelea, todavía con sus heridas abiertas sin poder ser curadas, mareado por los recuerdos y los frutos que aunque no le causaron diarrea casi le cuestan la vida, se sentó apoyandose en la muralla, sería sólo un descanso, de a poco fue cerrando los ojos y durmió.


No supo cuanto tiempo había pasado, cuando despertó ya no sentía el calor ni las molestias en su cabeza. Vio el cuerpo envuelto en viejos ropaje, pero le importaba más Esaú que la curiosidad. La caverna era una vieja mina, algo le había causado confusión e ilusiones que le trajeron todos esos recuerdos. Se paró e intentó dar con pistas, todavía no había encontrado a su amigo. Recorrió el túnel y llegó a una salida de la mina. La luz lo cegó los primeros segundos y encontró una construcción de madera que parecía la casa de antiguos mineros emplazada en un pequeño valle entre dos laderas de las enormes montañas. Se sorprendió felizmente, pues allí estaba el caballo amarrado. La cabaña de madera tenía un par de ventanas, el escudero miró por ellas y vio las ropas del paje colgadas en los postes de una cama. Rápidamente Rolf ingresó en la casita y descubrió que dormía  Esaú en ella. Lo levantó y se lo llevó al caballo, el chico despertó a lomos todavía cubierto por las ropas de cama y se inquietó.

- ¿Rhuana? –  preguntó el chico mientras se restregaba los ojos.

- No, Esaú, soy yo - respondió el escudero mientras comía un poco de carne salada, que pensaba que se había acabado

- ¡¡Rolf!! ¿¡¡Viste a Rhuana!!? - preguntó inquieto el paje.

- No era una mujer, era una criatura que me atacó - el cansancio no dio tiempo de ser prudente al escudero.

- ¿QUÉEEEEE? Pero si me dio comida y se parecía a mi mamá - exclamó el paje a punto de comenzar a llorar.

- ¿Cómo te sientes? Te ves cansado - preguntó el escudero , parado junto al caballo, mientras le echaba una mirada más larga a Esaú desde que lo había subido al noble animal.

- Si, no me siento muy bien. La mujer me hizo cariño como mi mamá, pero sólo quería dormir después.- dijo el paje. Rolf  se fijó en el pequeño y a instancias de sus palabras le buscó en la misma zona donde le había atacado la criatura y encontró unas marcas en el cuello del chico.

Siguieron avanzando, el chico a caballo mientra Rolf lo dirigió para entrar a la cueva, luego atravesaron el túnel de la mina. Donde estuvo el cuerpo sólo encontraron la ropa y polvo. Después de andar llegaron a una de las marcas que había dejado Rolf y un poco más tarde vieron al anciano caballero a lomos de Fuego.

- Gracias a las diosas que están bien - dijo Ser Varus al estar a su lado.

- Buenas noches, Ser Varus - se acercó Rolf al caballero y le contó lo ocurrido.

- Debemos partir lo antes posible, necesitamos que limpien a Esaú, debemos llevarlo al enclave de las seguidoras de la tríada - ordenó el caballero mientras se ponía en marcha apurado - Allí nos ayudará Berna.

- ¿Limpiar de qué? - preguntó el escudero.

- Esaú está infectado, si no lo limpiamos lo perderemos.- Respondió el anciano.

Continuará...

martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo V: Polvo y ceniza

El cañón se llenó con gritos. Unos fueron las voces guturales y groseras de los asesinos a sueldo, otras fueron las palabras llenas de dolor del maestro y el amigo del joven escudero que con una rodilla en el suelo parecía desvanecido por el dolor.

- ¡¡Muere!! ¡¡Maldito!! - fueron las palabras dichas socarronamente.

- ¡¡Rolfff !! - fueron los segundos alaridos que parecían compartir el dolor.

El tiempo se iba haciendo lento para Rolf, cada segundo parecía pasar muy lentamente. Los bramidos de ambos bandos no eran más que sonidos ininteligibles, el dolor en la espalda mezclado con los alaridos había hecho recordar al escudero que aún vivía y debía luchar.

Habían sido rodeados, a Rolf la culpa se le mezcló con rabia, había puesto el plan en peligro y con ellos sus vidas por no obedecer. Nunca había sido bueno en eso, pero cuando viajabas con un guerrero experimentado un detalle marca la diferencia, era la delgada línea entre el arrojo y la imbecilidad.

La frialdad le volvía a la cabeza, mas no a sus venas; le carcomían las ganas de acabar a golpes y dentelladas con estos malditos violadores y asesinos. Pese a eso se mantuvo agachado, esperando el momento indicado. Uno de los mercenarios más ágiles había logrado entrar por otra de las grutas y al parecer había ayudado a otro no tan hábil, esa treta era lo que debía haber vigilado Rolf. Confiados en que estaba herido le tiraron una patada, era fácil y ahora tendrían rodeado al viejo cabrón, debían pensar los mercenarios. Rolf aprovechó ese tonto gesto para contraatacar, levantó la lanza con rapidez y le hizo un corte a su enemigo en el pecho, además de rebanarle la oreja.

- Hijo de pu… - Chilló el mercenario, y retrocedió. Era uno de los que ni siquiera se había preparado para atacar a un viejo, su escudero y un niño.

-Ahora concéntrate-  le dijo Ser Varus a su escudero. No podía ser conciliador en esta situación, se había demostrado el exceso de confianza y la poca inteligencia de los mercenarios, pero aún así eran muchos.

Las antorchas, al ir pasando la tarde, se habían hecho pocas, sus luces sólo proyectaban tenues sombras. El mercenario herido cedió el paso dejando al otro Acero Sangriento que lo enfrentaba en primera posición. El asesino más pesado blandía un martillo de guerra y una rodela, tanto maestro como escudero se miraron de reojo, Rolf se convenció finalmente de que Ser Varus confiaba en él plenamente; tendría que corresponder esa confianza.

Con nuevos bríos mantuvieron a raya a sus violentos atacantes, en una rápida ojeada el escudero contó menos enemigos que al comienzo del combate. Quizás huían, aunque eso sería demasiado fácil, pensó Rolf.

- Cuidado, nos van a caer encima - le dijo Ser Varus en praxas, la lengua que utilizaban los miembros del Círculo y eruditos.

El escudero sintió la tensión, su rival en vez de atacar directamente realizó una finta tras otra como un mal aprendiz, no debía estar acostumbrado a mantener la cautela. Quienes enfrentaban al caballero errante sólo lo intentaron distraer lanzando dardos y cuchillo. Entre los dos últimos cuchillos el cielo se hizo más oscuro para el caballero y el joven guerrero por un segundo, luego  vieron lo que parecía sólo unos trapos caer con una sonora crujidera de huesos. Otro sangriento yacía, ya eran tres las bajas de los mercenarios. Nadie se explicaba quien más podía estar allí. Los mercenarios se pusieron inquietos, habían perdido la confianza, pero la fueron reemplazando con rabia y sed de sangre, como si la antes fuera poca.

Volvieron a chocar los aceros, sin haber escondido su fuerza esta vez. El sonido se amplificó en el desfiladero, los gritos fueron menos esta vez. Ser Varus aprovechó para presionar a uno de los guerreros contrarios, el que no resistió el sorpresivo envión y tropezó, recibiendo el canto del escudo en el cuello. Yació el asesino en el suelo dando sus últimos suspiros. Con el mismo movimiento el caballero mandó un corte terrible que no pudo esquivar uno de los sangrientos que cargaba con un martillo; si no estaba muerto, pronto seguiría a su compañero al Pozo infinito.

Rolf escuchó sonidos detrás de sus enemigos, pero no era él quien debería preocuparse. Como nunca antes aceptó las instrucciones y se mantuvo atento a las palabras de Ser Varus y ahora era todo concentración. Los mercenarios y Rolf estaban inquietos, un golpe en sordo fue escuchado por el muchacho y su enemigo, el tercero desapareció entre las sombras. Ya se había oscurecido totalmente, era noche sin Luna. Nadie estaba muy contento, las noches en terrenos montañosos tenían leyendas horribles y los mercenarios, seres que vivían entre la vida y la muerte, solían ser muy supersticiosos. Por su parte, Ser Varus sólo estaba más atento, vigilante y volvió a la posición defensiva.

El rival de Rolf, el asesino más lento, combatió con muy poca precaución, más escondido detrás de su rodela que golpeando con el martillo. Dio miradas constantemente a su espalda, más preocupado por rivales ficticios que de quien tenía enfrente. La oscuridad devoraba el resto del cañón. Esquivó uno de los golpes del joven escudero. mas cuando se tiró a atacar, un sonido extraño lo hizo perder el golpe, el que lo dejó con la guardia abierta. Rolf, ni tonto ni perezoso, atacó nuevamente con un golpe directo a las entrañas, donde terminaba el coleto. Un olor nauseabundo llenó el aire, pero el golpe, aunque terrible, le dio tiempo al mercenario para intentar un golpe en la cabeza desnuda de Rolf. Si no hubiera sido porque que el alma dejó al miserable, este se hubiera llevado al muchacho al Pozo Infinito con él.

- Ser Varus, retaguardia limpia - Eran las palabras triunfales para una victoria que no sabía así, después de sacar la lanza de las vísceras del asesino. Había cuerpos por todos lados, olor a sangre y deposiciones. Ser Varus mantuvo la postura defensiva debido a los múltiples proyectiles que le  lanzaban los mercenarios restantes.

- ¡¡Deténganse!! - Rolf no sabía qué podía tener en mente Ser Varus para decir esas palabras  - Que un duelo termine con esto, ya ha habido demasiada muerte- el anciano terminó de decir con su voz fuerte y ronca.

- Viejo, ¿¡Si yo gano qué me llevo!? –  Se adelantó  mientras gruñía un hombre alto, con unas zonas quemadas y cortes en la cara, debía ser el cara de perro que mencionara Esaú.

- Nos llevas a los dos sin más derramamientos de sangre y sin molestar a los aldeanos- Ser Varus quería obligar a aceptar al jefe de los mercenarios basándose en la confianza que se tenía. -Si yo gano, se van del pueblo con las manos vacías y entierran sus muertos- el caballero sabía que no podía ser suave con esas bestias crueles.

- Esos serán quemados por ser unas basuras blandas- gruñó el gigantón después de escupir entre las rocas.

- Verás que haces con tus pecados - Sentenció, sombrío, el anciano.

Los mercenarios alejaron los cuerpos, los intentaron utilizar para delimitar un sector, pero Ser Varus lo impidió. Rolf iluminó mejor la zona, estaba tenso; no se podía confiar en esos bastardos.

El experimentado caballero se ajustó la armadura ligera, estaba cansado pero no lo demostraba, por su parte el gigante deforme estaba fresco, no había combatido, tenía menos hombres de los que esperaba, pero aún así tenía mucho a su favor, parecía un bárbaro. Rolf lo encontraba similar a un hombre de Xarja, una región distante y perdida según los exploradores de la que sólo se tenían documentos raros en centros de estudios y embajadas.

Los dos guerreros se miraron como si fueran a chocar dos carneros disputándose el territorio, no sería bello y eso lo sabía el anciano, se notaba la experiencia en ambos lados. Por uno era la práctica y el estudio, además de estrategia y calma. Por el lado otro era todo lo contrario, sed de sangre y violencia, quizás hambre en un principio, pero por sobre todo odio y brutalidad.

El hombretón dio un alarido gutural mientras blandió su afilada hacha para fintar y seguir con una patada que iba dirigida a derribar a Ser Varus. Este esquivó y lanzó un corte de manera automática con la espada larga desde abajo hacia arriba, chocó con una de las placas del extraño ropaje del mercenario. Este consistía en cueros de animal teñidos de negro mezclado con trozos de metal, anillos y puntas que no se distinguían. Los Aceros Sangrientos, o lo que quedaba de ellos estaban en el extremo opuesto de Rolf en el cañón, a una distancia de los combatientes. El gigante había vuelto a arremeter haciendo chocar los aceros, el hacha de doble filo  se mantuvo en su mano avivándole la sed, mientras Ser Varus tuvo que dar una par de giros con la espada para controlar la vibración del golpe. Siguieron así un par de golpes, el caballero errante seguía calmado midiendo y calculando al gigante, quien parecía tener energías infinitas.

Rolf miraba fijamente a los demás Aceros Sangrientos, estos habían vuelto a recuperar la confianza, entre mercenarios y aceros de alquiler el título de jefe se ganaba con sangre y se pagaba con la vida. Animaban a su jefe, pero sólo pensando en el dinero que obtendrían a cambio de las cabezas del viejo y el muchacho, no había ni lealtad ni estima.

El gigante intentó un golpe terrible que no dio con el caballero en su mollera por una uña, en cambio  azotó una de las paredes de piedra que provocó una nube de polvo y un sonido fuerte, sordo. Estos se siguieron repitiendo, lo que al caballero lo tuvo intranquilo. Le había logrado dar un par de cortes, pero el jefe de los mercenarios no mostró mayor problema. Cuando menos lo esperaba el gigante le hizo perder la espada y le intentó rematar con un hachazo, que se enterró finalmente en la piedra, dándole tiempo al caballero para recuperar la hoja acerada.

- Bragh, destruye al viejo pronto- le recriminaban las huestes al gigantón, olvidaban los cuerpos sin vida de los que fueron sus camaradas, parecían inquietos por los sonidos del cañón que junto con el viento nocturno producían escalofríos. Uno de los mercenarios ocultaba algo, Rolf no lograba ver tapado por los cuerpos de los combatientes. Un cuchillo arrojadizo cruzó por una de las mejillas de Ser Varus chocando finalmente con la piedra, uno de los mercenarios desaparecidos había vuelto y no sabía del duelo. El asesino estaba apuntando con el siguiente cuchillo dispuesto a lanzarlo al caballero sino hubiera sido por una flecha que cruzó el aire y le impidió el tiro, seguida por otra que le atravesó la mano.

Excepto por Ser Varus y Bragh, todos los  ojos se habían detenido en las cornisas del cañón. No los habían sentido, nadie los vió llegar, eran cinco hombres con arcos más un pequeño grupo de aldeanos repartido en ambos lados de las rocas.

- ¡Traición !- aulló el herido, como todo truhán pidió lo que jamás dió.

Los demás mercenarios ni siquiera miraron a al herido, ya no les quedaba más opción que esperar la victoria de Bragh. Rolf había estado mirando a los hombres sobre las paredes de roca y entre ellos reconoció a Esaú, que le había estado haciendo señas. Iba a dejar de mirar a los arqueros cuando con movimientos desesperados y de espanto se aferraron a donde pudieron.

El gigante, enfurecido por las esquivas del caballero, intentó dar por terminado el duelo con un golpe tal que resonó como el más fuerte de los truenos. Una de las laderas del cañón se desplomó inundando de gritos, polvo, confusión y muerte.



Esaú estaba parado a un lado de Rolf que miraba las piras que había encendido Ser Varus, los cuerpos con los jirones de ropa llenas de sangre sobre montones de paja, no tenían vestimentas apropiadas con las que darle sepultura y tampoco tiempo para gastar. El escudero no estaba contento con su maestro, no había logrado entender la deferencia hacia asesinos y violadores que incluso intentaron acabar con sus vidas.

- Ser Varus, ¿por qué?

- Rolf, estos miserables nunca recibieron nada en la vida. Tú deberías entenderlo, cuando te encontré estabas en un cepo condenado a muerte, nadie te hubiera sepultado. El odio genera odio, debemos tener piedad. Lo que aprendí de las diosas, es que en sus valores las vida crece, como caballeros vivimos y elegimos esos valores. Nunca olvides:

            Las tres diosas justicia ofrecen
            Fortaleza Sorya exige
            y Esperanza con risa da
            Prudencia Ursya exige
            y Caridad sonriente da
            Templanza Varsya exige
            y Fe con felicidad da

- ¿Ser Varus canta? - preguntó el paje.

- Esaú ¿Y tú, dónde estabas?-  Rolf  había estado preocupado por su amigo y entre todos los acontecimientos no tuvo oportunidad de preguntar.

- Yo estaba mirando entre las rocas, no podía perder otro amigo después de la desaparición de Rolfy. Cuando llegaron más personas pensé que estabamos perdidos, pero ellos eran cazadores también del pueblo que vinieron con los campesinos y querían vengarse. - Ser Varus y Rolf al fin se pudieron explicar la desaparición  y muerte del resto de mercenarios.- Yo, también causé la muerte de un mercenario -. Dijo el paje con pena, el caballero lo miró y negó con la cabeza - Pero era él o Rolf, no quería que muriera, nadie debe morir.

Todavía les quedaban preguntas, pero había una que nadie podía responder ¿Qué había pasado con el jefe de los mercenarios?

- Vayan, yo los alcanzo-  les pidió Ser Varus a los chicos, quienes oyeron unos breves cánticos en palabras que no pudieron entender, al alcanzarlos continuó.- Debemos irnos pronto, hemos causado muchos sufrimiento.

Los tres viajeros montaron sus respectivos caballos, no estaban contentos. Habían sobrevivido, pero a un terrible costo; no eran sólo los mercenarios muertos, ellos no habrían dejado a Encrucijada como una mancha de dolor y destrucción si no no los estuvieran buscando. Rolf además luchaba contra sus heridas, que entre corte y latigazos empezaban a sangrar con cada salto del caballo.

Continuará...

domingo, 20 de abril de 2014

Capítulo IV: Encrucijada

El caballero ya entrado en años encabezaba la pequeña procesión. Iba acompañado de su  escudero, quien no era tan joven como debería, y al final iba el paje perdido entre los utensilios que llevaba el caballo de carga. Cualquier hombre viajado se daría cuenta que era una travesía improvisada por el número de caballos. A pesar de ser próscritos estaban optimistas en un principio por el bien logrado escape desde las mazmorras del marqués de Sombrese; de hecho, Rolf había retomado sus clases de esgrima, entre otras, durante el viaje a Encrucijada, el pueblo que estaba en camino a Nievegrís. Este no era muy grande, se había ido formando por gente que tenía sus prados muy lejos de Sombrese y por necesidad de los habitantes del pueblo minero de Nievegrís, que al aumentar sus extracciones de distintos minerales no alcanzaba con los alimentos y herramientas de los pocos campesinos del sector. Ahora Encrucijada ya era un pueblo con sheriff, taberna e incluso una pequeña plaza. Al sur, el camino atravesaba la región, pero el siguiente pueblo estaba muy al sur; este se llamaba Lago Verde. Para poder llegar a él había que atravesar un pequeño cordón montañoso, lleno de pasajes que impedían el paso de grandes caravanas. Estas solo podían cruzar por el camino principal, abierto por los hábiles ingenieros del rey durante una guerra ya remota.
Rolf veía la excitación en el rostro de Esaú, el chico estaba hambriento de nuevas experiencias, tal como él lo había estado en su primer viaje a otra ciudad. Ni siquiera habían llegado al pueblo cuando Ser Varus divisó gente. El anciano caballero dados los años de recorrer el mundo sabía que era mejor tener información del lugar por parte de los nativos y fue la experiencia obtenida en ese tiempo la razón por la que inició  una conversación con un labriego que cambió totalmente el ánimo del grupo.

- Buenas tardes, vamos camino a Encrucijada. ¿Todavía funciona la posada de Luke?-. Preguntó el caballero errante.

- Huff. - Exclamó el labriego, parecía muy cansado.- Usted no sabe, mejor váyase antes de que lo dejen sin nada.

- Pero, ¿qué pasa?- Insistió el caballero. Rolf sabía que Ser Varus no daría pie atrás hasta saberlo todo.

- El pueblo no es un lugar seguro para ir, Ser. Le ruego, mejor váyase. Los aceros sangrientos lo van a matar si lo ven aquí, todo está perdido.

- No, no podemos dejarlo así. Al menos cuéntame lo que ocurre para traer la autoridad si es ese el problema-. Rolf no sabía de que les servía realmente saber eso, pero al haber escuchado de Aceros Sangrientos todo le resultó más claro, debían estar relacionados con Roger, ya había oído de ellos entre los campesinos de los alrededores y sus crueles intervenciones.

El pobre campesino tenía los ojos llorosos, no le importaba demostrar sus emociones. A Rolf esto siempre le parecía algo admirable, ya que los nobles nunca demostraban sentimientos. Todo lo ocultaban, todo le parecía falso, al contrario de los humildes.

- Ellos llegaron buscando a un grupo de viajeros, hace dos lunas, pero no quisieron esperar en un campamento. Tomaron todo lo que quisieron. El sheriff intentó apaciguarlos, pero tenían un pergamino que les daba impunidad de actos. Cuando nuestro sheriff no siguió soportando las humillaciones, Los Aceros Sangrientos lo ejecutaron por traición-. El campesino, fuerte por sus años de trabajo, pero cansado por los mismos, siguió con su relato.- Han violado, saqueado los almacenes, hasta quemaron a un par de jóvenes que se resistieron.

Rolf pensó que sólo él estaba molesto, pero cuando miró a Ser Varus, este estaba rojo, las aletas de su nariz infladas, como pocas veces lo había visto. El paje, que también estaba escuchando, no quería seguir oyendo de atrocidades.

- Rolf, esto no puede quedar así- Ambos, maestro y escudero se miraron; tenían que pensar un plan.

Ser Varus y Rolf dirigían los caballos con sus cargamentos a través de uno de los pasajes del paso. Fuego, aunque grande incluso para un caballo de guerra, se movía tranquilo con su dueño. Noche, en cambio, estaba inquieto, quizás sentía lo perturbado que estaba el muchacho. Esaú debería haber llegado ya.

- Hey, son doce los mercenarios. Parecen algunos muy gordos y otro tiene un tajo en la cara.- Rolf saltó al escuchar la voz de Esaú; no había sentido sus pasos.

- Enano, casi me matas.- Dijo el muchacho volviendo a la calma- ¿Cómo decías?

- Sí, Esaú, cuéntanos lo que pudiste ver.- Ser Varus intervino.

- Eso, Ser. Son doce hombres, seis con espadas, pero no todas las espadas son iguales. Uno de los de espada tiene una cicatriz en la cara; otros tres tienen martillos, dos tienen hachas y uno lanza, no hay arqueros. Hay varios gordos que no creo que corran mucho. Porque además tienen armaduras, no como las de Ser Varus, son cotas de mallas y algunos con coletos de cuero. El más extraño era un gigantón con cara de perro.
Rolf estaba sorprendido del conocimiento de las armas y armaduras del chico:

- Y, ¿dónde aprendiste tanto de armas?

- Es que yo escucho a Ser Varus.- Rió Esaú. A pesar de que estaba todavía agitado por el esfuerzo de ir al pueblo y volver, este ya se había movido entre las rocas del paso para su posición de vigía.


Tenían las armas listas e iban a pie, Ser Varus cargaba su escudo y blandía la espada. Esperaban a los mercenarios en uno de los pasos de cabreros que acortaban el camino entre los campos, cerros y quebradas hacia Lago Verde sin necesidad de usar el camino principal. Tomás debía haber dicho a los crueles matones que había visto por esa ruta a un caballero anciano junto a su escudero y un paje, marchando en un desesperado intento por llegar a través de los cerros a Lago Verde. Rolf esta vez no estaba muy contento con la parte que le correspondía en el plan. ¿Cómo iba a estar mirando solamente hasta que entraran todos los mercenarios por el paso? Estaba molesto y desilusionado. ¿Cúando Ser Varus lo vería como un hombre? Mientras pensaba eso, Esaú silbó dando la señal, ahora debía el niño esconderse.
Un escalofrío le recorrío la espalda, era la misma sensación ante el enfrentamiento con los hombres de Roger, pero esta vez todo saldría bien, estaba Ser Varus y a pesar de su edad, eso le daba confianza. Se escucharon las risas y bravuconadas de Los Aceros Sangrientos,  las que demostraba toda su seguridad de sentirse superiores en número y fuerza. Ese era precisamente uno de los factores en que el anciano caballero confiaba, esa sensación de seguridad nublaba el juicio de los hombres. Estos, a pesar de ser gente de armas, seguramente estaban bajo los efectos del alcohol y sedientos de sangre, lo que sería una vergüenza para un caballero.
Los primeros en llegar ya blandían una lanza y un par de espadas, se reían todavía, incluso se burlaban del anciano caballero.

- ¿Y a este viejo de mierda buscábamos? Ya estás muerto- Se burlaban de Ser Varus, pero este se mantenía frío, lejano, como si su escudo lo protegiera también de las burlas.

- Miren quien lo acompaña, un pendejo flacucho- Ahora las chanzas le tocaban a Rolf, a quien no le eran indiferentes.

El mercenario de la lanza tiró un gargajo al caballero para luego atacar con fuerza. Ser Varus desvió fácilmente el ataque y lanzó un tajo rápido, demostrando que no sería tan fácil  como ellos pensaron. Ya se veían más rostros entre las rocas y el caballero empezaba a retroceder, Rolf no entendía totalmente la idea de su maestro.
Uno de los hombres de espada intentaba plantarle cara a Ser Varus, pero los altos muros de roca no los dejaba atacar en conjunto. No había espacio para más de dos hombres, de modo que el caballero errante mantenía el control además con golpes medidos, tenía que enfrentar a muchos brutos. El tipo de la lanza constantemente intentaba colarse por el costado, hasta que en uno de esos impulsos, el caballero le azotó la cabeza con el escudo y, luego de aplastarlo contra la roca, finalmente le enterró la espada sobre la clavícula. El mercenario cayó mientras Ser Varus volvía a ponerse en guardia cerrada, lo que a Rolf le recordó las clases con su mentor.
El muchacho no podía seguir solo mirando. Contemplar como cedía terreno aunque mantenía el control su maestro fue un teatro macabro que le hizo perder el control. De la nada apareció volando una hacha arrojadiza, el experimentado caballero logró esquivarla con su escudo, pero uno de los espadachines se había colado por el costado. Rolf corrió y echó mano rápidamente a la lanza que estaba tirada. Cuando Rolf frenó al espadachín casi hizo caer a Ser Varus, el caballero bajó un rodilla y uno de los Sangrientos pasó por encima. Rolf mantuvo la lanza en posición defensiva  y gracias a ella defendió su vida y la de Ser Varus, pero este no estaba contento.

- !Rolf, atrás, cíñete al plan¡- Las palabras del anciano caballero no hicieron más que enardecer al joven, quien le enterró la lanza al espadachín en una pierna. El muchacho no podía reconocer el origen del guerrero, el rostro del espadachin no se parecía a nada conocido, además de  barba en zonas extrañas y en el color de sus ojos mostraba una fiereza casi animal, debía ser un bárbaro de los que alguna vez leyó en los textos del Círculo. Rolf le detuvo  el golpe de espada y terminó con la vida de este con un rápido corte en la garganta. Mientras el hombre se desangraba, Rolf sintió una explosión de dolor, fue como la unión de todos los azotes  que le habían regalado en Sombrese en uno solo. El dolor lo hizo caer en una rodilla.!Bastardos¡ pensó Rolf cayendo en la angustia.

domingo, 6 de abril de 2014

Capítulo III: El ataque de los centauros

La noche ocultaba los golpes en el rostro de Rolf. Estaba sucio, marcado por las caricias de los guardias, pero el peor golpe que recibió en el cepo fue ver que Ser Varus, su maestro y mentor en las artes de la caballería, estaba en el pueblo.La vergüenza no le dejaba respirar, la impotencia no lo dejaba pensar, la rabia era finalmente la que lo dejaba manterse en pie.
Cuando trataba de descansar al menos dormitando en su maravillosa cama de madera, sonaron voces a lo lejos, desde el sector del pueblo por donde se encontraba el palacete de Roger y los barracones; allí también se alojarían los nobles más importantes. Cuando la curiosidad no lo dejó resistir más, levantó su cabeza y vio las luces que se acercaban; debían ser los guardias. El marqués no toleraría que nadie más se acercara a su principal víctima y menos a vista de todo el mundo.
Rolf no estaba para sorpresas, la última que le habían dado estuvo relacionada con latigazos y la anterior a ésta lo tenía condenado y a sus amigos encerrados. Bajó la cabeza e intentó hacerse el dormido o al menos inconsciente. De cualquier manera, lo sacaron nuevamente del cepo, esta vez a rastras. El joven no supo calcular cuánto tiempo había pasado hasta que lo lanzaron sobre losa fría. Rolf debía haber sido tirado en alguna habitación, donde se quedó yaciendo inmóvil mientras sentía cómo los pasos firmes y pesados de los guardias se iban perdiendo. ¿Qué se viene ahora?, pensó.

- Estás más delgado, pareces no comer bien. Qué curioso para el líder de los bandidos del Claro- Declamó una voz muy conocida- los famosos salteadores de caminos.

Rolf, no había notado que había otra persona en el cuarto. Perplejo; reconoció la voz de su anciano mentor. Alzó la vista buscando de dónde venía tan molesta afirmación. El lugar era un cuarto de piedra que por la poca iluminación dejaba ver sólo una parte de el, un lugar de aspecto militar, pulcro. Alguien del linaje de Ser Varus podría permitirse incluso la habitación del marqués, pero esto jamás cruzaría por la cabeza del caballero, con orden y limpiez le era suficiente. Entre las tinieblas apareció un hombre de alrededor de cincuenta años, alto, robusto, con una túnica bordada con símbolos que Rolf reconoció como la túnica de descanso de los caballeros errantes, que se ponían cuando estaban en labores sociales. Como dijo su Sire, había pasado el tiempo, tenía este el cabello más blanco que cano, incluso la barba tenía muchas sectores blancos, pero no perdía su imponente figura.

-Ser Varus, yo no soy un delincuente-. A pesar de la humillación pública, jamás Rolf aceptaría que lo metieran en el mismo saco que a ladrones, asesinos y salteadores de camino, sobre todo cuando eso era una gran farsa inventada por su enemigo.Todo es mentira, es asunto del Marqués Lefleur y sus malditos perros.

- ¡Por las tres diosas! Creo que no deberías ser tan malagradecido con quien te perdonó la vida-. Dijo su antiguo maestro, mientras se movía hacía el sector más oscuro de la habitación. Manipuló el caballero objetos de cristal de distintos tamaños que capturaban la poca luz, algunos parecían llenos líquidos de distinto color, todos ellos encima de una mesa con alguna tela sobre ella. Rolf no daba crédito a lo que había dicho el viejo caballero, tenía los ojos abiertos de par en par  y rechinaba los dientes de indignación, él jamás aceptaría la piedad que no había pedido al maldito señor de la región.

-Y que pasará con el resto? -. Rolf sabía la respuesta, pero no quería oírla, menos aún de boca del hombre en que ya no sabía si podía confiar

- Rolf, tú sabes bien qué pasará con ellos - El joven rebelde no tuvo palabras, ya totalmente erguido con ayuda del muro. Pensó en su pequeño amigo Esaú, de quien siempre había pensado que sería liberado.

- Esaú tiene sangre noble- El joven rebelde confesó el secreto que ocultaba-. Y no de cualquiera, sino de la sangre maldita de Lefleur.
Al parecer el secreto no era así para el marqués. Roger Lefleur había buscado durante años a su nieto, se había sentido traicionado cuando su hijo se escapó del hogar con una lavandera e intentó vivir alejado de él, su padre y abuelo del fruto de la pasión entre noble y aldeana. Como todos en la región, la joven familia fue víctima de su furia en forma de la ley de fuego, como le llamaba el marqués.

- Entonces, ¿estoy libre?. - Preguntó Rolf desconfiado. - ¿Cúal es el precio? - Un embaucador y cobarde no actúa sin pedir algo a cambio, pensó.

Ser Varus estaba concentrado terminando de verter el contenido de un cuenco en una copa.

- Tómate esto, te reconfortará. Debemos irnos pronto-. El caballero errante eludió habilmente la pregunta, sin importarle la actitud desafiante con que lo miraba Rolf. Este último, que se iba a negar a beber, respondió:
- No creo haber aceptado irme. Yo no me muevo sin haber matado a Roger. - Dijo Rolf, sabiendo que con eso se terminaría la persecución, la muerte de los aldeanos y lograría salvar a sus amigos.

Con la bebida en sus manos, sintió el aroma de la solución, que le recordó que no había bebido nada en un día al menos. Sediento, Rolf se bebió el delicioso elixir de un sorbo. Cuando iba a seguir atacando verbalmente a Ser Varus, el joven se sumió en un extraño embotamiento, que terminó por derribarlo, mientras balbuceba

- No.... no.. puedo de... jarlos.

Alrededor del mediodía el maltrecho cuerpo de Rolf permanecía artificialmente inmóvil, el joven recién en ese instante sintió los cálidos rayos del sol golpeando su rostro, todavía le dolían algunas partes del cuerpo, volviendo en si percibió el movimiento del caballo que lo llevaba. Respiró hondo y sintió el aroma del bosque de pino que estaba a la salida del pueblo.

- ¿Dónde estoy? -. Fueron las primeras palabras que pudo emitir Rolf con la boca seca y pastosa.

- En el bosque, camino a Nieve Gris. - La voz de Ser Varus lo hizo despertar, aunque sin perder totalmente la confusión. Cuando ya se dio cuenta de su situación, dirigió su caballo hasta interponerse en el camino del caballero con el rostro rojo de indignación.

- ¿Espera que le agradezca por salvarme la vida? Yo debería haber muerto con ellos.

Ser Varus lo miró sonriente, como si hubiera oído algo muy gracioso, y se le escapó una risa.

- ¿¡De qué se ríe?! -. Gritó el joven, incapaz de soportarlo más. La réplica calmada de Ser Varus no se hizo esperar:

- Yo pensaba que eras más audaz y me incitarías a salvar a tus hombres -. Contestó, para asombro del muchacho.

Rolf se estaba confundiendo con los distintos grupos de extranjeros que seguían llegando al pueblo. Tenía que seguir cada parte del plan con suma precaución; si era visto o reconocido todo se iría al traste. Aprovechando la algarabía y la festividad, avanzó junto con vendedores ambulantes, actores itinerantes e incluso nobles, mezclándose con los pobladores habituales. Entre los cortinas de un improvisado escenario, escuchó una obra de teatro ¿Sería la joven y el guisante? Qué lástima que esta vez no podría mirar a ver si reconocía a la compañía que montaba la obra. ¿Sería Francine? Después de una batalla entre la cabeza y el corazón de Rolf, se impuso finalmente la primera, recordándole que no había tiempo para confiar en el azar. Su disfraz por el momento parecía funcionar perfectamente, estaba el joven pensando en la obra, cuando sin darse cuenta se encontró de frente con algo que no tenía calculado, era la madre de uno de sus compañeros muertos, los ojos todavía enrojecidos de la mujer combinaban con el extraño verde de sus iris, tal como los tenía Raoul. Rolf se alejó lo más que pudo, tenía que pasar desapercibido, no podía pedir perdón ni dar rienda suelta a los sentimientos. Sintió el grito de la mujer, la multitud empezaba moverse hacía ella, el joven siguió mezclandose buscando un escondite. Empezaba el mozo a impacientarse, preocupado de que el resto cumpliera con su parte, habían pasado un par de guardias buscando a alquien que respondiera a las señas dadas por la madre de Raoul, pero una mujer al extremo de la histeria no tenía mayor credibilidad, de pronto el bullicio normal de una feria fue interrumpido por el golpe de los cascos de un caballo al galope sobre el empedrado.
 
- ¡Alerta, soldados! -. Gritó el anciano Ser Varus. - Atacan a unos viajantes en el bosque y vienen hacia acá, ¡son los centauros! -. Su maestro organizó un grupo de guardias, mientras mandaba a informar y enviaba más mensajes a las tropas del marqués. Todo este jaleo era la señal que Rolf había estado esperando. En tanto, la multitud se separaba en distintos grupos, algunos corrían a sus casas, otros esperaban oír más información; Sombrese era un avispero recién golpeado. Aún así no todos seguían al caballero.

- Alto ahí, porque siguen a este viejo, debe estar chocheando- replicó uno de los jefes de patrulla, que no conocía mucho de la historia de la región.

- Soldado, está dispuesto a perder su grado por desobediencia- Replicó con dureza el anciano caballero, a pesar de su edad nadie de su rango y menos querría meterse en problemas con alguien que tuviera sangre noble.

- Vamos reúnan las tropas y el resto ordenen a la plebe- Masculló finalmente el jefe de guardia quien fue humillado y seguía no estando convencido.

No era la primera vez que se producía un ataque similar. El último había ocurrido hacía quince años, cuando había sido necesario traer más soldados de otras regiones para detener a las terribles, pero escurridizas y sabias, criaturas que habitaban en los bosques. Últimamente no se sabía mucho de ellos, cosa que Rolf y Ser Varus utilizaban para su conveniencia.
 Rolf, nada lento, corrió junto con la gente que vivía cerca de los barracones militares, principalmente familiares de los guardias o comerciantes del rubro. Ser Varus seguía movilizando a los soldados en un exitoso intento por sacar a la mayor parte de las tropas lejos del pueblo.

El joven líder rebelde caminó de prisa y en silencio. Gracias a la buena maniobra de su maestro, Rolf se dio el lujo de buscar por las mazmorras bajo las barracas sin muchos tropiezos hasta que oyó pisadas entre los pasillos subterráneos. Rápidamente identificó una celda abierta y se metió dentro. El guardia encargado de la celda andaba tranquilo, incluso comenzó a silbar una de esas canciones de taberna, sin esperar sentir unos brazos que saldrían de entre los barrotes para ahorcarlo hasta dejarlo sin aliento. Realmente Rolf andaba de suerte, no sólo porque se hubiera ido la mayor parte del contingente, sino que, a pesar de ser fuertes y desalmados, la inteligencia no era un tesoro que se encontrara en exceso entre esas tropas. Luego de vestirse con los ropajes del carcelero, siguió buscando a sus compañeros.
La oscuridad del calabozo permitía ver muy poco, apenas distinguió un pequeño bulto en un rincón de la última celda, cerca de un par de ratas que peleaban por quién debía tener la comida que permanecía en el plato del jovencísimo reo.

- Esaú, nos vamos. - El entrecejo del chico se contrajo con extrañeza, se mostraba desconfiado ante las palabras del falso guardia. Rolf se sacó el casco, para gran alivio del pequeñuelo, quien se levantó de un salto, tomó una de las ratas y preguntó muy sonriente

- ¿Nos podemos llevar a Rolfy? -. El homenajeado joven se limitó a abrir la puerta y pasarle un par de llaves; todavía faltaba liberar al resto.

Ya llevaban alrededor de una hora galopando por el camino opuesto al bosque tenebroso. El joven ex- líder rebelde lamentaba tener que dejar a sus amigos, pero al menos habían quedado libres y podrían tener otra oportunidad. Rolf aminoró la marcha, habían corrido mucho, no sabían si los seguían buscando, pasados unos minutos, Ser Varus se unió a ellos montado en su alazán, momento que aprovechó el joven para presentarlo.

- Esaú, él es Ser Varus, mi antiguo maestro y caballero errante, a quien debemos nuestra libertad.

- Gracias, Ser Varus. - Dijo el chico. – Pero, ¿cómo lograron hacer todo eso?

- Bueno, Esaú, el marqués de Sombrese mantenía algunos secretos que yo no podía seguir ocultando a menos que liberara a mi antiguo escudero, cosa que no fue muy sencilla. – Explicó el anciano caballero - No podemos volver por aquí a menos que sea con un ejército.

- ¿Pero de verdad los centauros atacaron al pueblo? -. Preguntó el pequeño.

- No, eran los pocos amigos de ustedes que no fueron capturados. Rolf logró dar con ellos y al parecer hicieron muy bien su parte; creo que se contarán un sinfín de historias acerca de centauros invisibles. - Al parecer a Ser Varus le agradaba el pequeñín, él no solía hablar tanto.

- ¿Entonces no existen los centauros? -. Dijo Esaú con un puchero, dejando de ser un subversivo y miembro del grupo liberador del Claro, para volver a ser lo que era, un niño de diez años, ahora paje de un caballero.

- Claro que existen, al igual que las ninfas y muchos otros seres, lamentablemente no teníamos tiempo para servirnos de su ayuda. – Aseguró Ser Varus. Para Rolf el anciano caballero sólo contaba cuentos para entretener a Esaú. De pronto se escuchó un cuerno y un montón de pájaros salieron volando del bosque camino a las lejanas montañas.
- Ahora deben estar de caza, esperemos que tengamos suerte y no nos confundan con sus presas. - Terminó diciendo Ser Varus; después apretó las riendas y puso a correr a Fuego, dejando atrás a Rolf y Esaú que, pasmados, se miraron mutuamente.

Continuará....