lunes, 19 de mayo de 2014

Capítulo VI: Montañas de ilusión

Iban los tres viajeros camino a Nievegrís; llevaban casi un día de camino por la montañas y hacía  tiempo que había dejado de ser un viaje sencillo. No habían podido hacerse de víveres en Encrucijada y trataban de tomar rutas menos concurridas, todo eso debido a las malas artes de Roger Lefleur. La gran Madregrís, la enorme montaña por la que debían pasar, era una gigantesca formación rocosa, le ofrecía a los hombres sus minerales y piedras preciosas desde tiempos inmemoriales, pero no tenía nada más que dar. Estaba llena de vida, claramente, pero no necesariamente de la que uno desearía encontrar; había muchos cuentos y leyendas acerca de las razas que la habitaron. Fueron tantos los mitos y leyendas que varios asesinatos se asociaron a ataques de criaturas extrañas, seres mitológicos y otros no tanto que incluso un rey fuera de sus cabales construyó un fuerte inexpugnable, demasiado quizás, pero lo seguro fue que jamás nadie quiso probar su poder.

Los señores del Valle de Roca y Sombrese se habían disputado el territorio durante mucho tiempo, por lo que el rey decidió que fuera para ambos. Pero desde la época en que se habían mostrado los dientes, ambos nobles se habían hecho enemigos, Roger siempre con artimañas tratando de conseguir más por menos y Ser Reginald intentando demostrar quién era Lefleur realmente. El señor del Valle de Roca fue muy cercano a Ser Varus en el pasado, razón por la que llegar a Nievegrís era tan necesario.

El más joven del grupo, Esaú, ya había pasado hambre anteriormente, en especial durante el tiempo antes de haber estado viviendo en los campos y bosques al amparo del Grupo Liberador del Claro. En ese momento del viaje ya habían pasado varios días sin probar nada más que agua, aunque habían intentado recolectar frutos pero entre los montes y corriendo para salir de la región, no habían tenido mucha suerte. Rolf no estaba en mejores condiciones; con sus heridas abiertas de suerte no había agarrado una infección.

Estuvieron bordeando uno de los tantos acantilados que como una mujer con su belleza te puede costar la vida. El camino no daba espacio hacia el costado más que para un caballo e incluso así el riesgo de despeñarte era alto. Se podían  ver las múltiples formaciones rocosas y cristalinas que la luz del sol iba transformando en paisajes irrepetibles, arcoiris y prismas de distintos tonos de los que un poeta se maravillaría e incluso se le haría difícil describir. Para Rolf fue la primera vez que andaba por esos lares  y se le hizo maravilloso, las instrucciones de Ser Varus le  hicieron mantenerse a una distancia de muchos pies ya que el terreno era muy peligroso y frágil. Una señal de su maestro le indicó que debía avanzar, antes de hacerlo el escudero  quiso repetirle las instrucciones al paje, pero al volverse el sitio donde debería ir el caballo de carga estaba vacío. Ser Varus vio el gesto de Rolf, pero lo angosto del camino le impidió girar el caballo y sólo pudo avanzar. El escudero comenzó la búsqueda; no  era la primera vez que Esaú no  seguía una orden, pero las pocas veces que no lo había hecho fue por causas justificables, pero Rolf no encontraba nada que explicara su ausencia.

Dejó a Noche, su caballo, al cuidado de su maestro y empezó a devolver los pasos donde pudo encontrar las huellas que ellos mismos habían dejado. Un nuevo juego de luces provocado por un paso de nubes le mostró a Rolf que había caminos que no se veían salvo para conocedores del sendero. Uno tras otro fue revisando numerosos pasos , pero ninguno daba muestras de que el paje hubiera andado por allí. Siguió observando el suelo hasta que creyó ver unas pisadas del caballo rumbo a un pequeño arroyuelo que caía entre las formaciones cristalinas.

El agua que pasaba estaba heladísima como sintió con sus dedos al beber de ella y esta daba vida a una pequeña formación vegetal donde Rolf pudo encontrar arbustos con diversos frutos. El hambriento escudero estuvo a punto de arrancarlos y devorarlos, pero recordó las palabras de su maestro, que durante el viaje le estuvo explicando de ciertos árboles y arbustos que daban frutos que en  humanos causaban diarrea u otras enfermedades. Los frutos se parecían más a los que se podían comer que a los venenosos, pensó el escudero a medida que fue avanzando. A pesar de la comida ser tentadora Rolf se enfocó nuevamente en su principal búsqueda. Siguió recorriendo el lugar en busca de nuevas pistas de Esaú o al menos del caballo. Este no era muy dócil con Rolf, en cambio con el chico se llevaba mucho mejor, igual que la rata que Esaú había bautizado es su honor. El joven nunca había sido  enemigo de los animales, pero el paje tenía un don. Sin pensar, el hambre lo venció, arrancó un puñado de los frutos que se veían más inofensivos, se metió dos de ellos en la boca y el paladear el dulce jugo le avivó más el estómago.

Siguió revisando por un costado de los matorrales donde encontró que había un sendero que se veía extraño, demasiado artificial para estar en esa parte de las montañas. Este delgado camino se empezó a torcer para terminar abruptamente, pero Rolf sabía que tan sólo era un truco visual provocado por la distancia, al acercarse vio que seguía por un costado. Ya había recorrido mucho terreno, pensó el escudero al mirar hacia atrás, era momento de marcar nuevamente para cuando quisiera devolver los pasos. El siguiente hallazgo fue algo más inquietante, era un trozo de ropa que coincidía con la del paje, esta alguien la había dejado en el comienzo de una abertura.

Después de buscar y revisar por pistas habían pasado las horas, el mediodía ya no era más que un recuerdo. Nuevamente cambiaban los tonos, brillos y reflejos, pero lo que en ratos antes había maravillado a Rolf pasó a ser una molestia, no le ayudaban a encontrar a su amigo y el poco equipaje con que contaban. A pesar de todo el tiempo que había pasado buscando era muy poco lo que había encontrado, al parecer el caballo de carga había seguido andando, pero no daba muestras de haber sido arrastrado ni acompañado por más gente.

El escudero no aguantó la curiosidad y entró por la abertura que en un principio le pareció una cueva, pero al avanzar era claramente un túnel labrado, con antorchas encendidas y el piso con detallados mosaicos. Se empezó a sentir confundido y le faltó el aire, la sed volvió y esta vez acompañada de calor, mas siguió avanzando por este extraño laberinto que cada vez le parecía más familiar, de pronto sintió pasos más adelante. Rolf ignoró los malestares, avanzó rápido y sigiloso por la galería que le traía recuerdos fuertes, no, era imposible, la galería que comunicaba los terrenos del círculo externo con los del círculo intermedio estaba en otro continente, no en medio de una montaña, su mente le daba vueltas y vueltas, miró los frutos que quedaban en su mano, había dejado de sentir el dulzor y su boca estaba pastosa.


- Rolf, eres un bruto- recordaba la voz de Xin, uno de los más extraños aprendices del círculo interno, venía de unas islas muy lejanas, de las que no había oído hasta que lo conoció-  Te haces el valiente, pero no irías a la galería negra-

La galería negra era uno de los pocos caminos que comunicaban los círculos prohibidos con el círculo externo, donde vivían, estudiaban y comían los aprendices, hasta que se podían considerar  miembros del Círculo, los que querían seguir investigando, trabajando dentro de la institución o incluso  relacionándose con otras culturas, al menos eso era lo que habían oido de conversaciones y rumores.

- Yo voy y vengo por ahí, ese es "MI" camino - Rolf resultaba más arrogante de lo que él mismo planeaba.

Esa noche el joven recorrió la galería cuando todos dormían menos un testigo. Como habían concertado, el elegido no era amigo de ninguno, debía ser imparcial, consiguieron comprarlo por su parte de los postres. Cuando ya terminaba el recorrido, vio a muchos avanzados que iban custodiando a alguien que ocultaba su cuerpo con un manto y su cabeza con una capucha. Después de ese momento sólo recordaba haber vuelto a las habitaciones, nadie volvió a preguntar del tema, Xin nunca le pidió las pruebas y el testigo fue enviado a otro de los grupos, cada uno de ellos estudiaba aparte a pesar de ser todos aprendices. Cuando intentó hablar con él, el muchacho no lo reconoció y al insistir, el pobre se desvaneció, cayendo al suelo.


Pasadas las nauseas causadas por los recuerdos, Rolf, sintió más cercanas las pisadas, aceleró los pasos al límite de no ser oído pero aún ser rápido, giró en un recodo de la galería y dio con una figura que había perseguido por años y no esperaba encontrar allí, era su adorada actriz ambulante por la que había dado un vuelco a su vida.

- ¿Francine? – Rolf recordaba cada uno de sus rasgos como la primera vez que la vio en las calles de Blackwell, a pesar de que había pasado el tiempo, varios años desde que se empeñó en seguirla y dejar el Círculo.

Era la figura bien contorneada de una mujer esbelta de cabellera azabache, ya no tenía la estatura de una niña, le habían crecido las piernas, cuyo largo se apreciaba a pesar de la falda granate con borde dorado, colores más llamativos de los utilizados por el común de doncellas y damas del reino. Para Rolf sería siempre la mujer más bella. La doncella se  acercó tapando su rostro en un gesto de timidez, el joven embelesado por el contorneo de sus caderas no vió nada más que sus sueños hacerse realidad, la joven con la mano libre le tomo el jubón al escudero que sólo atinó a balbucear.

- Francine, la noche que te fuiste yo estuve castigado, no sabía que dejarían el pueblo con la compañía -

La actriz le hizo un gesto para que se callara y se fue acercando a su pecho, en una especie de baile calmo y seductor que en la corte no sería bien visto. Rolf que jamás había besado una mujer había esperado y soñado tantas noche con ese momento. No sabía cómo alcanzar los labios de su amada. Cuando ella giró su rostro para hundirlo en su cuello el escudero trató de buscar la boca de ella, en su intento de hacerlo mejor el joven abrió uno de sus ojos, para ver... un rostro viejo, arrugado y escamoso y con algo extraño en su boca.

- ¡¡Tú no eres Francine!! - gritó Rolf al empujar a la figura que ahora se veía vieja y roñosa.

La falsa Francine gruñó y se lanzó en pos del joven, el escudero todavía sorprendido por la situación sólo atinó a tomar posición de combate y sacó su puñal. La criatura le pegó un arañazo que rasgó una manga de Rolf quien logró esquivar apenas el golpe. La rabia subió por el cuerpo del muchacho, no era la primera vez que tenía que defender su pellejo, su vida no acabaría en las montañas. La criatura, quien mantenía la ilusión de los ropajes de una bella mujer con los razgos de una vieja con lepra y una boca asquerosa, siguió intentando dañar a Rolf, quien mantuvo la distancia y a pesar de la ira en sus venas. Ser Varus le había enseñado que la frialdad era un arma para un caballero. Un nuevo movimiento de la horrible mujer no llegó a golpear las carnes  del joven guerrero, quien dejó el brazo intencionalmente unos segundos más,  lo que utilizó la mujer para asirlo; utilizando la fuerza del agarre Rolf, se dió un impulso que terminó con el cuchillo enterrado en la garganta de la cosa, sacó el acero y los borbotones de un líquido verde  mancharon el suelo.  Rolf, cansado por la pelea, todavía con sus heridas abiertas sin poder ser curadas, mareado por los recuerdos y los frutos que aunque no le causaron diarrea casi le cuestan la vida, se sentó apoyandose en la muralla, sería sólo un descanso, de a poco fue cerrando los ojos y durmió.


No supo cuanto tiempo había pasado, cuando despertó ya no sentía el calor ni las molestias en su cabeza. Vio el cuerpo envuelto en viejos ropaje, pero le importaba más Esaú que la curiosidad. La caverna era una vieja mina, algo le había causado confusión e ilusiones que le trajeron todos esos recuerdos. Se paró e intentó dar con pistas, todavía no había encontrado a su amigo. Recorrió el túnel y llegó a una salida de la mina. La luz lo cegó los primeros segundos y encontró una construcción de madera que parecía la casa de antiguos mineros emplazada en un pequeño valle entre dos laderas de las enormes montañas. Se sorprendió felizmente, pues allí estaba el caballo amarrado. La cabaña de madera tenía un par de ventanas, el escudero miró por ellas y vio las ropas del paje colgadas en los postes de una cama. Rápidamente Rolf ingresó en la casita y descubrió que dormía  Esaú en ella. Lo levantó y se lo llevó al caballo, el chico despertó a lomos todavía cubierto por las ropas de cama y se inquietó.

- ¿Rhuana? –  preguntó el chico mientras se restregaba los ojos.

- No, Esaú, soy yo - respondió el escudero mientras comía un poco de carne salada, que pensaba que se había acabado

- ¡¡Rolf!! ¿¡¡Viste a Rhuana!!? - preguntó inquieto el paje.

- No era una mujer, era una criatura que me atacó - el cansancio no dio tiempo de ser prudente al escudero.

- ¿QUÉEEEEE? Pero si me dio comida y se parecía a mi mamá - exclamó el paje a punto de comenzar a llorar.

- ¿Cómo te sientes? Te ves cansado - preguntó el escudero , parado junto al caballo, mientras le echaba una mirada más larga a Esaú desde que lo había subido al noble animal.

- Si, no me siento muy bien. La mujer me hizo cariño como mi mamá, pero sólo quería dormir después.- dijo el paje. Rolf  se fijó en el pequeño y a instancias de sus palabras le buscó en la misma zona donde le había atacado la criatura y encontró unas marcas en el cuello del chico.

Siguieron avanzando, el chico a caballo mientra Rolf lo dirigió para entrar a la cueva, luego atravesaron el túnel de la mina. Donde estuvo el cuerpo sólo encontraron la ropa y polvo. Después de andar llegaron a una de las marcas que había dejado Rolf y un poco más tarde vieron al anciano caballero a lomos de Fuego.

- Gracias a las diosas que están bien - dijo Ser Varus al estar a su lado.

- Buenas noches, Ser Varus - se acercó Rolf al caballero y le contó lo ocurrido.

- Debemos partir lo antes posible, necesitamos que limpien a Esaú, debemos llevarlo al enclave de las seguidoras de la tríada - ordenó el caballero mientras se ponía en marcha apurado - Allí nos ayudará Berna.

- ¿Limpiar de qué? - preguntó el escudero.

- Esaú está infectado, si no lo limpiamos lo perderemos.- Respondió el anciano.

Continuará...

martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo V: Polvo y ceniza

El cañón se llenó con gritos. Unos fueron las voces guturales y groseras de los asesinos a sueldo, otras fueron las palabras llenas de dolor del maestro y el amigo del joven escudero que con una rodilla en el suelo parecía desvanecido por el dolor.

- ¡¡Muere!! ¡¡Maldito!! - fueron las palabras dichas socarronamente.

- ¡¡Rolfff !! - fueron los segundos alaridos que parecían compartir el dolor.

El tiempo se iba haciendo lento para Rolf, cada segundo parecía pasar muy lentamente. Los bramidos de ambos bandos no eran más que sonidos ininteligibles, el dolor en la espalda mezclado con los alaridos había hecho recordar al escudero que aún vivía y debía luchar.

Habían sido rodeados, a Rolf la culpa se le mezcló con rabia, había puesto el plan en peligro y con ellos sus vidas por no obedecer. Nunca había sido bueno en eso, pero cuando viajabas con un guerrero experimentado un detalle marca la diferencia, era la delgada línea entre el arrojo y la imbecilidad.

La frialdad le volvía a la cabeza, mas no a sus venas; le carcomían las ganas de acabar a golpes y dentelladas con estos malditos violadores y asesinos. Pese a eso se mantuvo agachado, esperando el momento indicado. Uno de los mercenarios más ágiles había logrado entrar por otra de las grutas y al parecer había ayudado a otro no tan hábil, esa treta era lo que debía haber vigilado Rolf. Confiados en que estaba herido le tiraron una patada, era fácil y ahora tendrían rodeado al viejo cabrón, debían pensar los mercenarios. Rolf aprovechó ese tonto gesto para contraatacar, levantó la lanza con rapidez y le hizo un corte a su enemigo en el pecho, además de rebanarle la oreja.

- Hijo de pu… - Chilló el mercenario, y retrocedió. Era uno de los que ni siquiera se había preparado para atacar a un viejo, su escudero y un niño.

-Ahora concéntrate-  le dijo Ser Varus a su escudero. No podía ser conciliador en esta situación, se había demostrado el exceso de confianza y la poca inteligencia de los mercenarios, pero aún así eran muchos.

Las antorchas, al ir pasando la tarde, se habían hecho pocas, sus luces sólo proyectaban tenues sombras. El mercenario herido cedió el paso dejando al otro Acero Sangriento que lo enfrentaba en primera posición. El asesino más pesado blandía un martillo de guerra y una rodela, tanto maestro como escudero se miraron de reojo, Rolf se convenció finalmente de que Ser Varus confiaba en él plenamente; tendría que corresponder esa confianza.

Con nuevos bríos mantuvieron a raya a sus violentos atacantes, en una rápida ojeada el escudero contó menos enemigos que al comienzo del combate. Quizás huían, aunque eso sería demasiado fácil, pensó Rolf.

- Cuidado, nos van a caer encima - le dijo Ser Varus en praxas, la lengua que utilizaban los miembros del Círculo y eruditos.

El escudero sintió la tensión, su rival en vez de atacar directamente realizó una finta tras otra como un mal aprendiz, no debía estar acostumbrado a mantener la cautela. Quienes enfrentaban al caballero errante sólo lo intentaron distraer lanzando dardos y cuchillo. Entre los dos últimos cuchillos el cielo se hizo más oscuro para el caballero y el joven guerrero por un segundo, luego  vieron lo que parecía sólo unos trapos caer con una sonora crujidera de huesos. Otro sangriento yacía, ya eran tres las bajas de los mercenarios. Nadie se explicaba quien más podía estar allí. Los mercenarios se pusieron inquietos, habían perdido la confianza, pero la fueron reemplazando con rabia y sed de sangre, como si la antes fuera poca.

Volvieron a chocar los aceros, sin haber escondido su fuerza esta vez. El sonido se amplificó en el desfiladero, los gritos fueron menos esta vez. Ser Varus aprovechó para presionar a uno de los guerreros contrarios, el que no resistió el sorpresivo envión y tropezó, recibiendo el canto del escudo en el cuello. Yació el asesino en el suelo dando sus últimos suspiros. Con el mismo movimiento el caballero mandó un corte terrible que no pudo esquivar uno de los sangrientos que cargaba con un martillo; si no estaba muerto, pronto seguiría a su compañero al Pozo infinito.

Rolf escuchó sonidos detrás de sus enemigos, pero no era él quien debería preocuparse. Como nunca antes aceptó las instrucciones y se mantuvo atento a las palabras de Ser Varus y ahora era todo concentración. Los mercenarios y Rolf estaban inquietos, un golpe en sordo fue escuchado por el muchacho y su enemigo, el tercero desapareció entre las sombras. Ya se había oscurecido totalmente, era noche sin Luna. Nadie estaba muy contento, las noches en terrenos montañosos tenían leyendas horribles y los mercenarios, seres que vivían entre la vida y la muerte, solían ser muy supersticiosos. Por su parte, Ser Varus sólo estaba más atento, vigilante y volvió a la posición defensiva.

El rival de Rolf, el asesino más lento, combatió con muy poca precaución, más escondido detrás de su rodela que golpeando con el martillo. Dio miradas constantemente a su espalda, más preocupado por rivales ficticios que de quien tenía enfrente. La oscuridad devoraba el resto del cañón. Esquivó uno de los golpes del joven escudero. mas cuando se tiró a atacar, un sonido extraño lo hizo perder el golpe, el que lo dejó con la guardia abierta. Rolf, ni tonto ni perezoso, atacó nuevamente con un golpe directo a las entrañas, donde terminaba el coleto. Un olor nauseabundo llenó el aire, pero el golpe, aunque terrible, le dio tiempo al mercenario para intentar un golpe en la cabeza desnuda de Rolf. Si no hubiera sido porque que el alma dejó al miserable, este se hubiera llevado al muchacho al Pozo Infinito con él.

- Ser Varus, retaguardia limpia - Eran las palabras triunfales para una victoria que no sabía así, después de sacar la lanza de las vísceras del asesino. Había cuerpos por todos lados, olor a sangre y deposiciones. Ser Varus mantuvo la postura defensiva debido a los múltiples proyectiles que le  lanzaban los mercenarios restantes.

- ¡¡Deténganse!! - Rolf no sabía qué podía tener en mente Ser Varus para decir esas palabras  - Que un duelo termine con esto, ya ha habido demasiada muerte- el anciano terminó de decir con su voz fuerte y ronca.

- Viejo, ¿¡Si yo gano qué me llevo!? –  Se adelantó  mientras gruñía un hombre alto, con unas zonas quemadas y cortes en la cara, debía ser el cara de perro que mencionara Esaú.

- Nos llevas a los dos sin más derramamientos de sangre y sin molestar a los aldeanos- Ser Varus quería obligar a aceptar al jefe de los mercenarios basándose en la confianza que se tenía. -Si yo gano, se van del pueblo con las manos vacías y entierran sus muertos- el caballero sabía que no podía ser suave con esas bestias crueles.

- Esos serán quemados por ser unas basuras blandas- gruñó el gigantón después de escupir entre las rocas.

- Verás que haces con tus pecados - Sentenció, sombrío, el anciano.

Los mercenarios alejaron los cuerpos, los intentaron utilizar para delimitar un sector, pero Ser Varus lo impidió. Rolf iluminó mejor la zona, estaba tenso; no se podía confiar en esos bastardos.

El experimentado caballero se ajustó la armadura ligera, estaba cansado pero no lo demostraba, por su parte el gigante deforme estaba fresco, no había combatido, tenía menos hombres de los que esperaba, pero aún así tenía mucho a su favor, parecía un bárbaro. Rolf lo encontraba similar a un hombre de Xarja, una región distante y perdida según los exploradores de la que sólo se tenían documentos raros en centros de estudios y embajadas.

Los dos guerreros se miraron como si fueran a chocar dos carneros disputándose el territorio, no sería bello y eso lo sabía el anciano, se notaba la experiencia en ambos lados. Por uno era la práctica y el estudio, además de estrategia y calma. Por el lado otro era todo lo contrario, sed de sangre y violencia, quizás hambre en un principio, pero por sobre todo odio y brutalidad.

El hombretón dio un alarido gutural mientras blandió su afilada hacha para fintar y seguir con una patada que iba dirigida a derribar a Ser Varus. Este esquivó y lanzó un corte de manera automática con la espada larga desde abajo hacia arriba, chocó con una de las placas del extraño ropaje del mercenario. Este consistía en cueros de animal teñidos de negro mezclado con trozos de metal, anillos y puntas que no se distinguían. Los Aceros Sangrientos, o lo que quedaba de ellos estaban en el extremo opuesto de Rolf en el cañón, a una distancia de los combatientes. El gigante había vuelto a arremeter haciendo chocar los aceros, el hacha de doble filo  se mantuvo en su mano avivándole la sed, mientras Ser Varus tuvo que dar una par de giros con la espada para controlar la vibración del golpe. Siguieron así un par de golpes, el caballero errante seguía calmado midiendo y calculando al gigante, quien parecía tener energías infinitas.

Rolf miraba fijamente a los demás Aceros Sangrientos, estos habían vuelto a recuperar la confianza, entre mercenarios y aceros de alquiler el título de jefe se ganaba con sangre y se pagaba con la vida. Animaban a su jefe, pero sólo pensando en el dinero que obtendrían a cambio de las cabezas del viejo y el muchacho, no había ni lealtad ni estima.

El gigante intentó un golpe terrible que no dio con el caballero en su mollera por una uña, en cambio  azotó una de las paredes de piedra que provocó una nube de polvo y un sonido fuerte, sordo. Estos se siguieron repitiendo, lo que al caballero lo tuvo intranquilo. Le había logrado dar un par de cortes, pero el jefe de los mercenarios no mostró mayor problema. Cuando menos lo esperaba el gigante le hizo perder la espada y le intentó rematar con un hachazo, que se enterró finalmente en la piedra, dándole tiempo al caballero para recuperar la hoja acerada.

- Bragh, destruye al viejo pronto- le recriminaban las huestes al gigantón, olvidaban los cuerpos sin vida de los que fueron sus camaradas, parecían inquietos por los sonidos del cañón que junto con el viento nocturno producían escalofríos. Uno de los mercenarios ocultaba algo, Rolf no lograba ver tapado por los cuerpos de los combatientes. Un cuchillo arrojadizo cruzó por una de las mejillas de Ser Varus chocando finalmente con la piedra, uno de los mercenarios desaparecidos había vuelto y no sabía del duelo. El asesino estaba apuntando con el siguiente cuchillo dispuesto a lanzarlo al caballero sino hubiera sido por una flecha que cruzó el aire y le impidió el tiro, seguida por otra que le atravesó la mano.

Excepto por Ser Varus y Bragh, todos los  ojos se habían detenido en las cornisas del cañón. No los habían sentido, nadie los vió llegar, eran cinco hombres con arcos más un pequeño grupo de aldeanos repartido en ambos lados de las rocas.

- ¡Traición !- aulló el herido, como todo truhán pidió lo que jamás dió.

Los demás mercenarios ni siquiera miraron a al herido, ya no les quedaba más opción que esperar la victoria de Bragh. Rolf había estado mirando a los hombres sobre las paredes de roca y entre ellos reconoció a Esaú, que le había estado haciendo señas. Iba a dejar de mirar a los arqueros cuando con movimientos desesperados y de espanto se aferraron a donde pudieron.

El gigante, enfurecido por las esquivas del caballero, intentó dar por terminado el duelo con un golpe tal que resonó como el más fuerte de los truenos. Una de las laderas del cañón se desplomó inundando de gritos, polvo, confusión y muerte.



Esaú estaba parado a un lado de Rolf que miraba las piras que había encendido Ser Varus, los cuerpos con los jirones de ropa llenas de sangre sobre montones de paja, no tenían vestimentas apropiadas con las que darle sepultura y tampoco tiempo para gastar. El escudero no estaba contento con su maestro, no había logrado entender la deferencia hacia asesinos y violadores que incluso intentaron acabar con sus vidas.

- Ser Varus, ¿por qué?

- Rolf, estos miserables nunca recibieron nada en la vida. Tú deberías entenderlo, cuando te encontré estabas en un cepo condenado a muerte, nadie te hubiera sepultado. El odio genera odio, debemos tener piedad. Lo que aprendí de las diosas, es que en sus valores las vida crece, como caballeros vivimos y elegimos esos valores. Nunca olvides:

            Las tres diosas justicia ofrecen
            Fortaleza Sorya exige
            y Esperanza con risa da
            Prudencia Ursya exige
            y Caridad sonriente da
            Templanza Varsya exige
            y Fe con felicidad da

- ¿Ser Varus canta? - preguntó el paje.

- Esaú ¿Y tú, dónde estabas?-  Rolf  había estado preocupado por su amigo y entre todos los acontecimientos no tuvo oportunidad de preguntar.

- Yo estaba mirando entre las rocas, no podía perder otro amigo después de la desaparición de Rolfy. Cuando llegaron más personas pensé que estabamos perdidos, pero ellos eran cazadores también del pueblo que vinieron con los campesinos y querían vengarse. - Ser Varus y Rolf al fin se pudieron explicar la desaparición  y muerte del resto de mercenarios.- Yo, también causé la muerte de un mercenario -. Dijo el paje con pena, el caballero lo miró y negó con la cabeza - Pero era él o Rolf, no quería que muriera, nadie debe morir.

Todavía les quedaban preguntas, pero había una que nadie podía responder ¿Qué había pasado con el jefe de los mercenarios?

- Vayan, yo los alcanzo-  les pidió Ser Varus a los chicos, quienes oyeron unos breves cánticos en palabras que no pudieron entender, al alcanzarlos continuó.- Debemos irnos pronto, hemos causado muchos sufrimiento.

Los tres viajeros montaron sus respectivos caballos, no estaban contentos. Habían sobrevivido, pero a un terrible costo; no eran sólo los mercenarios muertos, ellos no habrían dejado a Encrucijada como una mancha de dolor y destrucción si no no los estuvieran buscando. Rolf además luchaba contra sus heridas, que entre corte y latigazos empezaban a sangrar con cada salto del caballo.

Continuará...