El sol todavía no comenzaba a salir, pero
Rolf ya llevaba una buena cantidad de horas con la cabeza colgando. Sentía el
dolor de los moretones por el cuerpo, surgidos por los cariñosos guardias. Sus músculos,
que todavía no terminaban de crecer, al igual que sus huesos, reservaban un
poco de fuerza, aún fatigados por la batalla, pero su conciencia era la que llevaba
la peor parte. La perturbadora imagen de los cuerpos de sus amigos yacientes y
esparcidos tanto por el camino como por los lindes del bosque, sus rostros
desfigurados por los tajos se repetía en su mente. En estos momentos debían ser
alimento de las criaturas del bosque, todo eso no lo dejaría dormir nunca más,
aunque no sabía cuánto realmente le quedaba para dormir eternamente. Tenía la vaga
noción de que lo mantendrían con vida hasta que apareciera la comitiva del rey
o al menos sus nobles representantes, que participarían de la fiesta de Sorya,
que celebraba el inicio de la pureza. Quienes más disfrutaban esta estación
eran los ancianos, una ironía para Rolf; los viejos disfrutarían y él moriría
en la hoguera. El joven rebelde pensó con rabia que Roger, como siempre,
conseguiría lo que buscaba, un inmejorable chivo expiatorio. El marqués no
ocultaba a los campesinos los lujos que se daba con el dinero que no enviaba a
su señor, pero este sí necesitaba a quien culpar. Además desalentaría a
cualquier posible disidente. Roger, como todo bravucón, era muy valiente frente
a unos chicos o frente a los pobres campesinos, pero un completo cobarde frente
a los poderosos, ante quienes aparecía siempre como una víctima de las diosas,
las estaciones o de los extranjeros.
Cuando su conciencia lo dejaba
momentáneamente en paz, recordaba a sus padres, a los que nunca volvería a ver.
Jamás entendió su amor por la paz, para Rolf eso era cobardía, el no combatir
las injusticias producidas por otros nobles menores sólo porque algunos estaban
ligados a ellos por sangre, pero ahora los perdonaba. ¿Cómo no ser cobarde si
careces de la fuerza para enfrentarlos? Tan sólo eran débiles. Además, muchos
de esos nobles tenían lazos con importantes casas, regentes de vastas y ricas
provincias a quienes no les importaba nada más que ellos mismos, en el mejor de
los casos; en el peor, se podrían encontrar a alguien como Roger. Aunque ser
tan miserable era difícil algunos competirían con ganas.
Si bien había gente tan malvada como su
enemigo, por el contrario, no conocía a quien se comparara en bondad con Ser
Varus. Quizá junto a su maestro había vivido los pocos momentos en que sintió
que era bueno en algo y que podría la caballería ser su camino. Lamentablemente
Rolf era rebelde, testarudo de naturaleza; Ser Varus, a pesar de toda su bondad,
no se quedaba atrás en testarudez, incluso le llevaba la delantera en muchas
oportunidades. El caballero errante era alto, como el padre de Rolf, pero muy diferente
a él en porte. Era viejo y jamás se dejaría el cabello largo, al contrario, cortaba
su cana y escasa cabellera en cuanto pasaba dos pulgares de largo. Sus ojos
eran del color de la hierba en primavera y su nariz un poco ganchuda junto a
sus cejas despobladas le daban un aspecto simple. A pesar de estos rasgos que formaban
un conjunto débil, su carácter afloraba a través de ellos, mostrándolo a veces
más duro e inflexible de lo que era. Ser Varus perdonaba, pero jamás olvidaba
ni un favor, ni una falta. Alguna vez le preguntaron al caballero si el
muchacho que lo acompañaba era su hijo, pero de inmediato veían los bordados en
su traje, que lo distinguían como caballero errante, que seguía votos de
celibato y era seguidor de la cara sonriente de Ursya. Hablaba poco, pero sus
acciones siempre buscaban el bien de los demás; por eso Rolf tenía un muy buen
recuerdo de su maestro y esperaba que estuviera bien, donde fuera que las
diosas lo llevaran.
Cuando ya empezaba a amanecer oyó sonidos
del pueblo: las pocas tiendas comenzaban a abrir, la gente se movía a realizar
las compras. Rolf, no quería ver los rostros de aquellos a quienes había
tratado de defender y no había podido, quienes lo habían traicionado. No sabía exactamente
quiénes habían sido, pero seguramente estaban allí. De los cincuenta
integrantes del Grupo Liberador del Claro, se habían presentado alrededor de la
mitad en la noche del error. Varios eran huérfanos, pero había también hijos de
campesinos, había un hijo de mercader y un par de bastardos que habían huido de
otros pueblos. Con su muerte era seguro que no volverían a intentar algo
similar, al menos por un buen tiempo. Los sonidos aumentaron, ya salía la gente
del templo dedicado a las tres diosas, muy lleno en época de fiestas; en
general sólo iban los nobles en ese horario, pero previamente al festival de la
pureza todos se querían confesar a su diosa predilecta. Al parecer la noticia
del funesto asalto había corrido en la ceremonia. Llantos, gritos, blasfemias, el
espectáculo estaba por comenzar. Rolf pensó sin temor en el dolor y la
humillación que se avecinaban, pues su verdadera preocupación eran Esaú y los
demás chicos en las mazmorras; estaba seguro de que Roger no sería un anfitrión
amable. De pronto un ruido lo despertó de las ensoñaciones, era una piedra que había
chocado contra el cepo.
- ¡Alto!- gritó un guardia - Pueden
escupirlo, tirarle basura, gritarle, pero lo queremos vivo para la hoguera- Qué
cariñosos, pensó Rolf.
-¡Maldito, tú te llevaste a Raúl, mi pobre
Raúl!- gritó una mujer mesándose los cabellos para luego escupirle en la cara.
-¿Por qué viniste aquí, maldito? Extranjero
de mierda- Se acercó un hombre que los guardias tuvieron problemas para
contener, era el padre de Axel. Al verlo, Rolf comprendió por qué el chico era
tan alto y robusto. Su segundo al mando era uno de los más ansiosos por
demostrar que podrían librarse del yugo del marqués de Sombrese, pero no podía
decirle eso a su furioso padre.
¿Sucedería así todo
el día?, se preguntó Rolf. Veía algunas familias enteras en la multitud y eso
le trajo recuerdos de aquella tercera noche del segundo mes de invierno,
cuando celebraban su décimo año en torno a una cena más suculenta de lo normal.
Aunque nunca pasarían hambre, habían quedado atrás los días donde los visitaban
constantemente otras familias para hacer alianzas y celebrar fiestas. Incluso
Rolf siendo pequeño notaba el trato despectivo de los otros niños.
-Rolf, en
dos días irás a Blackwell e ingresarás al Círculo Externo. – Anunció su padre,
que aún en un momento festivo como ese parecía incapaz de esbozar una sonrisa.
- Brindemos por eso.
Sus padres
levantaron sus copas con el preciado vino de Ricwart, que hacía tiempo había
empezado a ser racionado en su hogar, mientras que Rolf y sus hermanos brindaron
con sidra. Él era el mayor entre sus hermanos; que fueran tres varones era algo
bueno, pues recibirían las dotes de sus futuras esposas y, en el peor de los
casos, podrían hacerse un nombre como espada a sueldo en este o algún otro reino.
Lamentablemente para Rolf, las pruebas para escudero le habían parecido más
sencillas de lo que resultaron finalmente, y nadie quería un escudero mediocre
que además estaba marcado por la desgracia de su mal visto linaje.
- Entonces ningún caballero lo quiso, ¿verdad
padre? -. La voz de Alexis rompió el silencio, incomprensible para una
celebración. - Gabrius lo hubiera hecho mejor, Rolf, tú siempre quieres hacer
todo a tu manera. - Su hermano Alexis era el menor de los gemelos; desde su
nacimiento se notaba que sería el más delgado, pero era muy astuto y rápido, además
de tener un ojo agudo. Como la mayoría en su familia no hablaba mucho, salvo
para mordaces comentarios.
- No es
momento para recriminar a tu hermano, Alex. Rolf lo hará muy bien, nos
representará en el Círculo y quizás hasta llegue a Pontifex. Eso es más honroso
que ser un caballero. - Su madre, quien siempre trataba de mantener la calma en
la familia, sabía que eso era difícil por la tendencia de su primogénito a
hacer amigos que sólo lo acompañaban en sus travesuras. Ella esperaba que
estuviera tranquilo al menos y ayudara a traer el honor de nuevo a su casa.
- El que
Gabrius haya dejado en el piso al hijo de Ser Vecknam no me ayudó mucho,
gracias de todas maneras. - Replicó con sorna Rolf. Su hermano Gabrius, quien
era ya casi de su tamaño y más fuerte que chicos dos inviernos mayores, había
lanzado a un mozuelo que presenciaba la competencia de resistencia física e
insultaba a su hermano y gente de su linaje.
- No dejaré
que alguien insulte a mi familia, aunque sea a Rolf. - Hace un par de meses que
Gabrius se alejaba de Rolf, aparentemente cansado de los reiterados desprecios
de los demás chicos. Porque, ¿qué razón podrían tener sus antiguos amigos para
dejarlos de lado si no la extravagante conducta de su hermano mayor?
- Basta,
puede que sea la última vez que vean a Rolf en años, no es momento para
tonterías. Que las diosas nos guíen y nos mantenga fuertes y unidos. - Zanjó la
discusión su padre, quien siempre quería imponer el orden y sus propias ideas.
Y así había
sido; al siguiente día, Rolf viajó junto con sus padres que lo dejarían en
Luendeck, la ciudad portuaria desde la que partían todos los futuros iniciados hacia
el que sería su hogar hasta que fuera un hombre del Círculo.
Un tomate en el nariz lo devolvió a la
angustiosa realidad, seguían gritándole todo tipo de imprecaciones, no
aceptaban que un extranjero como él fuera el causante de la muerte de sus hijos.
Era el causante, quiso decirles, pero no el culpable.
-¡Roger!- gritó - El asesino es el marqués-
pero nadie prestaría oídos a sus gritos, cuyos únicos oyentes fueron los
guardias.
- Calla, imbécil- le dijo un guardia de voz
rasposa, mientras le golpeaba una mano. Realmente amaba ese canto de sirena, no
había nada más seductor.
Así fueron pasando las horas hasta que el
hambre lo invadió, en ese justo instante llegaron más guardias a sacarlo del
cepo. Esto lo angustió. Le preguntó al guardia a qué venían, a lo que este respondió
muy amablemente con su puño. Te estás a punto de morir y todavía no aprendes,
se dijo Rolf.
Los hombres lo llevaron de vuelta a las
mazmorras, a la bella sala de torturas. Al parecer alguien con poder entre
quienes habían perdido a sus hijos le había pedido un favor a Roger. Cuando vio
el poste y al verdugo lo tuvo claro, tendría que pagar con todavía más dolor. Lo
amarraron brutalmente al tronco, el tiempo comenzó a arrastrarse de una manera
terrible y lenta, sentía el dolor correr por su espalda, cada uno de los
latigazos que rompían su piel le hacía recordar las malas decisiones que había
tomado. Lo querían vivo; fueron muchos azotes, pero todavía estaba consciente y
lo llevaban de vuelta al cepo.
De pronto sonó música y algarabía en el
pueblo, estaban llegando las primeras comitivas de actores y músicos que
antecedían la venida de los nobles. Rolf levantó la cabeza que antes colgaba y
vio en medio de la multitud a un caballo de guerra que no podía ser más
parecido al alazán que tanto había cuidado. Miró mejor y la vergüenza logró más
que el dolor, Rolf comenzó a llorar: era Ser Varus montando a Fuego.