domingo, 23 de marzo de 2014

Capítulo II: La despedida

El sol todavía no comenzaba a salir, pero Rolf ya llevaba una buena cantidad de horas con la cabeza colgando. Sentía el dolor de los moretones por el cuerpo, surgidos por los cariñosos guardias. Sus músculos, que todavía no terminaban de crecer, al igual que sus huesos, reservaban un poco de fuerza, aún fatigados por la batalla, pero su conciencia era la que llevaba la peor parte. La perturbadora imagen de los cuerpos de sus amigos yacientes y esparcidos tanto por el camino como por los lindes del bosque, sus rostros desfigurados por los tajos se repetía en su mente. En estos momentos debían ser alimento de las criaturas del bosque, todo eso no lo dejaría dormir nunca más, aunque no sabía cuánto realmente le quedaba para dormir eternamente. Tenía la vaga noción de que lo mantendrían con vida hasta que apareciera la comitiva del rey o al menos sus nobles representantes, que participarían de la fiesta de Sorya, que celebraba el inicio de la pureza. Quienes más disfrutaban esta estación eran los ancianos, una ironía para Rolf; los viejos disfrutarían y él moriría en la hoguera. El joven rebelde pensó con rabia que Roger, como siempre, conseguiría lo que buscaba, un inmejorable chivo expiatorio. El marqués no ocultaba a los campesinos los lujos que se daba con el dinero que no enviaba a su señor, pero este sí necesitaba a quien culpar. Además desalentaría a cualquier posible disidente. Roger, como todo bravucón, era muy valiente frente a unos chicos o frente a los pobres campesinos, pero un completo cobarde frente a los poderosos, ante quienes aparecía siempre como una víctima de las diosas, las estaciones o de los extranjeros.


Cuando su conciencia lo dejaba momentáneamente en paz, recordaba a sus padres, a los que nunca volvería a ver. Jamás entendió su amor por la paz, para Rolf eso era cobardía, el no combatir las injusticias producidas por otros nobles menores sólo porque algunos estaban ligados a ellos por sangre, pero ahora los perdonaba. ¿Cómo no ser cobarde si careces de la fuerza para enfrentarlos? Tan sólo eran débiles. Además, muchos de esos nobles tenían lazos con importantes casas, regentes de vastas y ricas provincias a quienes no les importaba nada más que ellos mismos, en el mejor de los casos; en el peor, se podrían encontrar a alguien como Roger. Aunque ser tan miserable era difícil algunos competirían con ganas.

Si bien había gente tan malvada como su enemigo, por el contrario, no conocía a quien se comparara en bondad con Ser Varus. Quizá junto a su maestro había vivido los pocos momentos en que sintió que era bueno en algo y que podría la caballería ser su camino. Lamentablemente Rolf era rebelde, testarudo de naturaleza; Ser Varus, a pesar de toda su bondad, no se quedaba atrás en testarudez, incluso le llevaba la delantera en muchas oportunidades. El caballero errante era alto, como el padre de Rolf, pero muy diferente a él en porte. Era viejo y jamás se dejaría el cabello largo, al contrario, cortaba su cana y escasa cabellera en cuanto pasaba dos pulgares de largo. Sus ojos eran del color de la hierba en primavera y su nariz un poco ganchuda junto a sus cejas despobladas le daban un aspecto simple. A pesar de estos rasgos que formaban un conjunto débil, su carácter afloraba a través de ellos, mostrándolo a veces más duro e inflexible de lo que era. Ser Varus perdonaba, pero jamás olvidaba ni un favor, ni una falta. Alguna vez le preguntaron al caballero si el muchacho que lo acompañaba era su hijo, pero de inmediato veían los bordados en su traje, que lo distinguían como caballero errante, que seguía votos de celibato y era seguidor de la cara sonriente de Ursya. Hablaba poco, pero sus acciones siempre buscaban el bien de los demás; por eso Rolf tenía un muy buen recuerdo de su maestro y esperaba que estuviera bien, donde fuera que las diosas lo llevaran.


Cuando ya empezaba a amanecer oyó sonidos del pueblo: las pocas tiendas comenzaban a abrir, la gente se movía a realizar las compras. Rolf, no quería ver los rostros de aquellos a quienes había tratado de defender y no había podido, quienes lo habían traicionado. No sabía exactamente quiénes habían sido, pero seguramente estaban allí. De los cincuenta integrantes del Grupo Liberador del Claro, se habían presentado alrededor de la mitad en la noche del error. Varios eran huérfanos, pero había también hijos de campesinos, había un hijo de mercader y un par de bastardos que habían huido de otros pueblos. Con su muerte era seguro que no volverían a intentar algo similar, al menos por un buen tiempo. Los sonidos aumentaron, ya salía la gente del templo dedicado a las tres diosas, muy lleno en época de fiestas; en general sólo iban los nobles en ese horario, pero previamente al festival de la pureza todos se querían confesar a su diosa predilecta. Al parecer la noticia del funesto asalto había corrido en la ceremonia. Llantos, gritos, blasfemias, el espectáculo estaba por comenzar. Rolf pensó sin temor en el dolor y la humillación que se avecinaban, pues su verdadera preocupación eran Esaú y los demás chicos en las mazmorras; estaba seguro de que Roger no sería un anfitrión amable. De pronto un ruido lo despertó de las ensoñaciones, era una piedra que había chocado contra el cepo.

- ¡Alto!- gritó un guardia - Pueden escupirlo, tirarle basura, gritarle, pero lo queremos vivo para la hoguera- Qué cariñosos, pensó Rolf.

-¡Maldito, tú te llevaste a Raúl, mi pobre Raúl!- gritó una mujer mesándose los cabellos para luego escupirle en la cara.

-¿Por qué viniste aquí, maldito? Extranjero de mierda- Se acercó un hombre que los guardias tuvieron problemas para contener, era el padre de Axel. Al verlo, Rolf comprendió por qué el chico era tan alto y robusto. Su segundo al mando era uno de los más ansiosos por demostrar que podrían librarse del yugo del marqués de Sombrese, pero no podía decirle eso a su furioso padre.

¿Sucedería así todo el día?, se preguntó Rolf. Veía algunas familias enteras en la multitud y eso le trajo recuerdos de aquella tercera noche del segundo mes de invierno, cuando celebraban su décimo año en torno a una cena más suculenta de lo normal. Aunque nunca pasarían hambre, habían quedado atrás los días donde los visitaban constantemente otras familias para hacer alianzas y celebrar fiestas. Incluso Rolf siendo pequeño notaba el trato despectivo de los otros niños.

-Rolf, en dos días irás a Blackwell e ingresarás al Círculo Externo. – Anunció su padre, que aún en un momento festivo como ese parecía incapaz de esbozar una sonrisa. - Brindemos por eso.

Sus padres levantaron sus copas con el preciado vino de Ricwart, que hacía tiempo había empezado a ser racionado en su hogar, mientras que Rolf y sus hermanos brindaron con sidra. Él era el mayor entre sus hermanos; que fueran tres varones era algo bueno, pues recibirían las dotes de sus futuras esposas y, en el peor de los casos, podrían hacerse un nombre como espada a sueldo en este o algún otro reino. Lamentablemente para Rolf, las pruebas para escudero le habían parecido más sencillas de lo que resultaron finalmente, y nadie quería un escudero mediocre que además estaba marcado por la desgracia de su mal visto linaje.

-  Entonces ningún caballero lo quiso, ¿verdad padre? -. La voz de Alexis rompió el silencio, incomprensible para una celebración. - Gabrius lo hubiera hecho mejor, Rolf, tú siempre quieres hacer todo a tu manera. - Su hermano Alexis era el menor de los gemelos; desde su nacimiento se notaba que sería el más delgado, pero era muy astuto y rápido, además de tener un ojo agudo. Como la mayoría en su familia no hablaba mucho, salvo para mordaces comentarios.

- No es momento para recriminar a tu hermano, Alex. Rolf lo hará muy bien, nos representará en el Círculo y quizás hasta llegue a Pontifex. Eso es más honroso que ser un caballero. - Su madre, quien siempre trataba de mantener la calma en la familia, sabía que eso era difícil por la tendencia de su primogénito a hacer amigos que sólo lo acompañaban en sus travesuras. Ella esperaba que estuviera tranquilo al menos y ayudara a traer el honor de nuevo a su casa.

- El que Gabrius haya dejado en el piso al hijo de Ser Vecknam no me ayudó mucho, gracias de todas maneras. - Replicó con sorna Rolf. Su hermano Gabrius, quien era ya casi de su tamaño y más fuerte que chicos dos inviernos mayores, había lanzado a un mozuelo que presenciaba la competencia de resistencia física e insultaba a su hermano y gente de su linaje.

- No dejaré que alguien insulte a mi familia, aunque sea a Rolf. - Hace un par de meses que Gabrius se alejaba de Rolf, aparentemente cansado de los reiterados desprecios de los demás chicos. Porque, ¿qué razón podrían tener sus antiguos amigos para dejarlos de lado si no la extravagante conducta de su hermano mayor?

- Basta, puede que sea la última vez que vean a Rolf en años, no es momento para tonterías. Que las diosas nos guíen y nos mantenga fuertes y unidos. - Zanjó la discusión su padre, quien siempre quería imponer el orden y sus propias ideas.
Y así había sido; al siguiente día, Rolf viajó junto con sus padres que lo dejarían en Luendeck, la ciudad portuaria desde la que partían todos los futuros iniciados hacia el que sería su hogar hasta que fuera un hombre del Círculo.


Un tomate en el nariz lo devolvió a la angustiosa realidad, seguían gritándole todo tipo de imprecaciones, no aceptaban que un extranjero como él fuera el causante de la muerte de sus hijos. Era el causante, quiso decirles, pero no el culpable.

-¡Roger!- gritó - El asesino es el marqués- pero nadie prestaría oídos a sus gritos, cuyos únicos oyentes fueron los guardias.

- Calla, imbécil- le dijo un guardia de voz rasposa, mientras le golpeaba una mano. Realmente amaba ese canto de sirena, no había nada más seductor.

Así fueron pasando las horas hasta que el hambre lo invadió, en ese justo instante llegaron más guardias a sacarlo del cepo. Esto lo angustió. Le preguntó al guardia a qué venían, a lo que este respondió muy amablemente con su puño. Te estás a punto de morir y todavía no aprendes, se dijo Rolf.


Los hombres lo llevaron de vuelta a las mazmorras, a la bella sala de torturas. Al parecer alguien con poder entre quienes habían perdido a sus hijos le había pedido un favor a Roger. Cuando vio el poste y al verdugo lo tuvo claro, tendría que pagar con todavía más dolor. Lo amarraron brutalmente al tronco, el tiempo comenzó a arrastrarse de una manera terrible y lenta, sentía el dolor correr por su espalda, cada uno de los latigazos que rompían su piel le hacía recordar las malas decisiones que había tomado. Lo querían vivo; fueron muchos azotes, pero todavía estaba consciente y lo llevaban de vuelta al cepo.

De pronto sonó música y algarabía en el pueblo, estaban llegando las primeras comitivas de actores y músicos que antecedían la venida de los nobles. Rolf levantó la cabeza que antes colgaba y vio en medio de la multitud a un caballo de guerra que no podía ser más parecido al alazán que tanto había cuidado. Miró mejor y la vergüenza logró más que el dolor, Rolf comenzó a llorar: era Ser Varus montando a Fuego.




lunes, 10 de marzo de 2014

Capítulo I : Un plan casi perfecto

Rolf se miró en el reflejo del agua, era el río más claro del claro, llamado río Claro; qué estúpido pero lógico resultaba, pensaba. Para qué complicarse y ponerle a los lugares nombres extraños, místicos  o rimbombantes. Recordaba palabras altisonantes y distintas de sus años en el Círculo Externo, rodeado de montones de niños hablabando con palabras antiguas que no tenían relación más que con las religiones y pueblos de hace generaciones. Había pasado tanto desde ese tiempo.

Se comenzó a poner sus ropas, tenía que buscar a los demás. Rolf era un joven normal, demasiado para su gusto, por lo que desde muy pequeño hizo cosas más allá de lo normal para no ser una sombra más que pasa por el mundo. Así empezó a decir mucho con pocas palabras, palabras pronunciadas con tono ronco y calmo, a manisfestar siempre su opinión. 
Claro, le traía problemas, pero sin ellos la vida no sería más que una pelusa que flota sobre un río. Su rostro era regular, si alguien lo intentara describir sin antes oir su voz o conocerlo bien, sería muy difícil diferenciarlo. Como la primera vez que se había escapado de la casa de sus padres. Qué comedia esa, lo habían confundido con otros niños que sí habían ido, al contrario que él, a comprar obedientemente las cosas en el mercado. Cuando se había aburrido y el hambre lo había obligado a volver, encontró su casa llena de chicos, todos con algún rasgo parecido a él, el pelo o la boca, pero al final no eran él, siendo claramente reconocibles porque algo en sus facciones los hacía diferentes, especiales y recordables. La única cosa que dejaba a Rolf en evidencia era la cicatriz sobre la ceja derecha, una marca de sus fugas o búsqueda de aventuras, como las llamaba él.Si tan sólo hubiese sido del Círculo Exterior, como querían sus padres, habría tenido una vida tranquila, sin grandes preocupaciones, pero no, él tenía que enamorarse y salir en búsqueda de su amada. Claro, cuando se es del Círculo no se puede tener mujer, al menos a vista y paciencia del mundo.

Se vistió como su plan requería, botas oscuras, pantalón de lana negra, jubón negro y coleto de cuero teñido negro. Tenía algo muy importante que hacer esa noche; el límite que separaba ser conspirador de ser atracador de caminos no estaba muy definido para los campesinos, no existía para el gobernador y sólo él y los suyos lo tenían muy claro, grabado en la cabeza.
Montó a Noche, su caballo. Era muy terco, pero lo había logrado amansar con cariño y dedicación. Sin embargo, como le había dicho Ser Varus, su antiguo maestro, en batalla los caballos morían de las más terribles maneras, por lo que no era bueno encariñarse mucho con ellos. Esperaba que esta noche ni esta ni Noche terminaran mal, pero las diosas no se preocupaban mucho por los hombres, mucho menos se iban a preocupar de un caballo.
Oyó los gorjeos de los pájaros, señales convenidas por su grupo para identificarse. Escuchó de pronto el ulular del búho: Axel estaba listo. Durante unos segundos eternos no se oyó nada más, hasta que rompió el silencio un apurado trino de Mika y la calma volvió a Rolf . Iban a romper la opresión sobre ellos y su pueblo, lograrían detener al maldito.

El sonido de los caballos que avanzaban al paso les indicó que ya estaba todo por comenzar. Estaban nerviosos, eran inexpertos en ese baile, esa macabra danza sangrienta con la que pretendían dar término a las vejaciones, violaciones y tantos otros abusos producidos por el nefasto gobernador, noble venido a menos que había aprovechado su cargo para asegurarse una vida de reyes a costa de los campesinos y pescadores de una de las regiones más pobres del reino.

Se sentía agitación, gritos se oían cerca, Rolf saltó con el caballo, oh, Ursya, Sorya y Varsya, señoras de la justicia, que esto termine bien. Eran muchos más hombres de lo que esperaban, los campesinos habían hablado de una decena, un solo destacamento, sin contar al maldito Roger Lefleur, a quien le encanta recolectar los tributos personalmente, su diezmo. Ese diezmo nunca era tal, el parecía creer que le correspondía mucho más. Con la mitad lo veían tranquilo; ni satisfecho, ni feliz, para eso hubiera sido mejor tener esclavos, escucharon decir a Roger, no labriegos. En qué se había convertido Sombrese por la descabellada idea de este rey de abolir la esclavitud de los nacidos en el reino, solía quejarse.

Chocaron los aceros, resonaban las maldiciones de los hombres y los relinchos de los caballos en medio de la oscuridad. Los jóvenes del Grupo Liberador del Claro intentaban dar un paso enorme hacia lo que ellos soñaban. El camino que unía el castillo embrujado, los distintos terrenos de cultivo y el pueblo cruzaba un gran bosque, antiguo y tranquilo; era un lugar perfecto para la emboscada. En ese momento surgió de entre los árboles un griterio que resonó e hizo escapar a los pájaros y animales nocturnos. Rolf agarró su espada y la apretó fuerte, sus nudillos jóvenes e inexpertos se pusieron blancos, ya no había vuelta atrás. Noche corría furioso, como una fuerza demoníaca entre sus piernas. Raspó el acero de su espada contra el borde de la lanza de uno de los guardias, pasó de largo como tantas veces había visto pasar a Ser Varus. Las flechas de sus amigos rebotaban o se perdían tristes en la noche, cosa que perjudicaba al grupo de choque. No eran profesionales ni tenían equipo de buena calidad comparados con los guardias. Estos eran hombres de armas, escogidos algunos entre crueles asesinos, otros eran los hijos bastardos de pequeñas casas nobles que harían lo que fuera para ganar ventaja  dentro de su desgracia frente a los ojos de sus amos. Perros, los llamaban a sus espaldas, y eso era insultar a tan leales compañeros.

De vuelta del primer ataque, Rolf giró su caballo, agarró fuerza y pretendió engañar al gordinflón que tenía en frente con un complicado movimiento de espada, pero este notó la estratagema y actuó a tiempo, deteniendo el golpe mientras su rostro mofletudo se burlaba del chico. A sus amigos no les iba mejor, sólo había otro caballo en el grupo. A este se sumaba un lote de huérfanos demasiado pequeños para ser contados como parte de las tropas, quienes tiraban piedras con sus hondas. Entre ellos estaba su amigo Esaú, quien todavía no alcanzaba las doce primaveras y era casi un hermano para él. Pobres chicos, pensó  Rolf, esos huérfanos creados por obra y gracia del Gobernador. No era la primera vez que alguien castigaba a sus granjeros, trabajadores o esclavos, pero al marqués de Sombrese le encantaba quemar cosas. Podían ser cosechas, chozas, herramientas o en el peor de los casos a los hijos de unos padres o a los padres de unos chicos. La ley del fuego no dejaba rastros ni pruebas. "Los campesinos se reproducen rápido, siempre hay más", escucharon al marqués comentar con sus hombres más de una vez.

Por un momento, al ver a Esaú, Rolf perdió la concentración en el enfrentamiento. No fue buena idea, otro guardia lo hizo caer del caballo. Por misericordia de Varsya, Noche siguió corriendo, pero no quedó suficiente piedad para Rolf, que cayó de costado sobre filosas piedras, las cuales por poco atravesaron el coleto y repartieron sus entrañas por el camino. Recuperó su espada perdida al caer, iba a ser más dificil luchar a pie. Casi cegado por el dolor, trató de acercarse al gobernador, pero los guardias anticiparon su movimiento. Al estar más cerca de ellos sintió el olor a humo en las ropas de los perros bastardos, debían venir de un ajusticiamiento. ¿Cuál sería ahora la familia destruida? Una piedra chocó contra un yelmo y se escuchó un alarido; los antes soberbios guardias se mostraron entonces más agresivos. Ya no era sólo un grupo de chicos, ahora eran peligrosos subersivos con ansias de sangre e ira en sus ojos.

El otro jinete aliado, o al menos su pobre imitación, perdió las riendas. El caballo se desbocó, pero el pobre Al no tuvo tanta suerte como Rolf: quedó enganchado y fue arrastrado unos metros, hasta que se sintió un golpe sordo que hizo girar a varios de sus compañeros solo para  ver su cuerpo que se desparramaba por la tierra del camino. Rolf, enfurecido, corrió evitando a un guardia a pie que ya resollaba de cansancio y se acercó hasta tener en frente al gobernador. Sólo veía rojo y su presa estaba ahí. Estaba preparando un tajo contra el maldito que gritaba órdenes. Tuvo que esquivar una piedra para poder lanzar la estocada mientras gritaba:

- ¡Roger Lefleur, paga con tu vida por las muertes que causaste! Agradece que estarás muerto antes de quemarte.

El cuerpo caía y la sangre saltó al rostro de Rolf, los segundo le parecieron interminables. Cuando volvió a sus cabales, el joven no podía creer lo fácil que había sido, Roger a pesar de su maldad era un guerrero y era muy extraño que ni siquiera llevara una espada. Con desasosiego, revisó el rostro del cadáver y descubrió que no era el protagonista de las pesadillas de los pobladores. Era muy parecido, podría ser un primo, pero no era la presa; este era un error, un error que estaba costando muchas vidas. Entonces oyó ruidos nuevos, se giró y uno de los guardias le apresó el brazo que llevaba la espada. Vió venir lo peor: sobre ellos se lanzaban decenas de caballos y sobre uno de ellos el verdadero Roger sonreía. A los jinetes los acompañaban varios arqueros que sí fueron efectivos, para pesar de Rolf. Con cada flecha un vida más pesaba en su alma, veía jóvenes y chicos tirados en la tierra con miradas perdidas, sangre por todos lados, cuerpos sin vida. También capturaron a Esaú. ¿Cuántos de sus amigos habían alcanzado a correr? Creía que sólo un par, Vincent y Palu al menos. Unos guardias levantaron el cuerpo del falso Roger.

- Todavía respira, mi señor- Anunció uno de ellos, arrancándole una risa al auténtico Roger:

- Para que de algo sirvan los bastardos. Curénlo, no me quedan muchos dobles. - Miró a Rolf y escupió: - Ya tenemos material de hoguera. Ya verán que se hace en Sombrese con las manzanas podridas.
El pueblo los había traicionado. La diferencia entre un delincuente y un conspirador para el Grupo Liberador del Claro estaba marcada a fuego, pero para los campesinos y el gobernador no existía.