martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo V: Polvo y ceniza

El cañón se llenó con gritos. Unos fueron las voces guturales y groseras de los asesinos a sueldo, otras fueron las palabras llenas de dolor del maestro y el amigo del joven escudero que con una rodilla en el suelo parecía desvanecido por el dolor.

- ¡¡Muere!! ¡¡Maldito!! - fueron las palabras dichas socarronamente.

- ¡¡Rolfff !! - fueron los segundos alaridos que parecían compartir el dolor.

El tiempo se iba haciendo lento para Rolf, cada segundo parecía pasar muy lentamente. Los bramidos de ambos bandos no eran más que sonidos ininteligibles, el dolor en la espalda mezclado con los alaridos había hecho recordar al escudero que aún vivía y debía luchar.

Habían sido rodeados, a Rolf la culpa se le mezcló con rabia, había puesto el plan en peligro y con ellos sus vidas por no obedecer. Nunca había sido bueno en eso, pero cuando viajabas con un guerrero experimentado un detalle marca la diferencia, era la delgada línea entre el arrojo y la imbecilidad.

La frialdad le volvía a la cabeza, mas no a sus venas; le carcomían las ganas de acabar a golpes y dentelladas con estos malditos violadores y asesinos. Pese a eso se mantuvo agachado, esperando el momento indicado. Uno de los mercenarios más ágiles había logrado entrar por otra de las grutas y al parecer había ayudado a otro no tan hábil, esa treta era lo que debía haber vigilado Rolf. Confiados en que estaba herido le tiraron una patada, era fácil y ahora tendrían rodeado al viejo cabrón, debían pensar los mercenarios. Rolf aprovechó ese tonto gesto para contraatacar, levantó la lanza con rapidez y le hizo un corte a su enemigo en el pecho, además de rebanarle la oreja.

- Hijo de pu… - Chilló el mercenario, y retrocedió. Era uno de los que ni siquiera se había preparado para atacar a un viejo, su escudero y un niño.

-Ahora concéntrate-  le dijo Ser Varus a su escudero. No podía ser conciliador en esta situación, se había demostrado el exceso de confianza y la poca inteligencia de los mercenarios, pero aún así eran muchos.

Las antorchas, al ir pasando la tarde, se habían hecho pocas, sus luces sólo proyectaban tenues sombras. El mercenario herido cedió el paso dejando al otro Acero Sangriento que lo enfrentaba en primera posición. El asesino más pesado blandía un martillo de guerra y una rodela, tanto maestro como escudero se miraron de reojo, Rolf se convenció finalmente de que Ser Varus confiaba en él plenamente; tendría que corresponder esa confianza.

Con nuevos bríos mantuvieron a raya a sus violentos atacantes, en una rápida ojeada el escudero contó menos enemigos que al comienzo del combate. Quizás huían, aunque eso sería demasiado fácil, pensó Rolf.

- Cuidado, nos van a caer encima - le dijo Ser Varus en praxas, la lengua que utilizaban los miembros del Círculo y eruditos.

El escudero sintió la tensión, su rival en vez de atacar directamente realizó una finta tras otra como un mal aprendiz, no debía estar acostumbrado a mantener la cautela. Quienes enfrentaban al caballero errante sólo lo intentaron distraer lanzando dardos y cuchillo. Entre los dos últimos cuchillos el cielo se hizo más oscuro para el caballero y el joven guerrero por un segundo, luego  vieron lo que parecía sólo unos trapos caer con una sonora crujidera de huesos. Otro sangriento yacía, ya eran tres las bajas de los mercenarios. Nadie se explicaba quien más podía estar allí. Los mercenarios se pusieron inquietos, habían perdido la confianza, pero la fueron reemplazando con rabia y sed de sangre, como si la antes fuera poca.

Volvieron a chocar los aceros, sin haber escondido su fuerza esta vez. El sonido se amplificó en el desfiladero, los gritos fueron menos esta vez. Ser Varus aprovechó para presionar a uno de los guerreros contrarios, el que no resistió el sorpresivo envión y tropezó, recibiendo el canto del escudo en el cuello. Yació el asesino en el suelo dando sus últimos suspiros. Con el mismo movimiento el caballero mandó un corte terrible que no pudo esquivar uno de los sangrientos que cargaba con un martillo; si no estaba muerto, pronto seguiría a su compañero al Pozo infinito.

Rolf escuchó sonidos detrás de sus enemigos, pero no era él quien debería preocuparse. Como nunca antes aceptó las instrucciones y se mantuvo atento a las palabras de Ser Varus y ahora era todo concentración. Los mercenarios y Rolf estaban inquietos, un golpe en sordo fue escuchado por el muchacho y su enemigo, el tercero desapareció entre las sombras. Ya se había oscurecido totalmente, era noche sin Luna. Nadie estaba muy contento, las noches en terrenos montañosos tenían leyendas horribles y los mercenarios, seres que vivían entre la vida y la muerte, solían ser muy supersticiosos. Por su parte, Ser Varus sólo estaba más atento, vigilante y volvió a la posición defensiva.

El rival de Rolf, el asesino más lento, combatió con muy poca precaución, más escondido detrás de su rodela que golpeando con el martillo. Dio miradas constantemente a su espalda, más preocupado por rivales ficticios que de quien tenía enfrente. La oscuridad devoraba el resto del cañón. Esquivó uno de los golpes del joven escudero. mas cuando se tiró a atacar, un sonido extraño lo hizo perder el golpe, el que lo dejó con la guardia abierta. Rolf, ni tonto ni perezoso, atacó nuevamente con un golpe directo a las entrañas, donde terminaba el coleto. Un olor nauseabundo llenó el aire, pero el golpe, aunque terrible, le dio tiempo al mercenario para intentar un golpe en la cabeza desnuda de Rolf. Si no hubiera sido porque que el alma dejó al miserable, este se hubiera llevado al muchacho al Pozo Infinito con él.

- Ser Varus, retaguardia limpia - Eran las palabras triunfales para una victoria que no sabía así, después de sacar la lanza de las vísceras del asesino. Había cuerpos por todos lados, olor a sangre y deposiciones. Ser Varus mantuvo la postura defensiva debido a los múltiples proyectiles que le  lanzaban los mercenarios restantes.

- ¡¡Deténganse!! - Rolf no sabía qué podía tener en mente Ser Varus para decir esas palabras  - Que un duelo termine con esto, ya ha habido demasiada muerte- el anciano terminó de decir con su voz fuerte y ronca.

- Viejo, ¿¡Si yo gano qué me llevo!? –  Se adelantó  mientras gruñía un hombre alto, con unas zonas quemadas y cortes en la cara, debía ser el cara de perro que mencionara Esaú.

- Nos llevas a los dos sin más derramamientos de sangre y sin molestar a los aldeanos- Ser Varus quería obligar a aceptar al jefe de los mercenarios basándose en la confianza que se tenía. -Si yo gano, se van del pueblo con las manos vacías y entierran sus muertos- el caballero sabía que no podía ser suave con esas bestias crueles.

- Esos serán quemados por ser unas basuras blandas- gruñó el gigantón después de escupir entre las rocas.

- Verás que haces con tus pecados - Sentenció, sombrío, el anciano.

Los mercenarios alejaron los cuerpos, los intentaron utilizar para delimitar un sector, pero Ser Varus lo impidió. Rolf iluminó mejor la zona, estaba tenso; no se podía confiar en esos bastardos.

El experimentado caballero se ajustó la armadura ligera, estaba cansado pero no lo demostraba, por su parte el gigante deforme estaba fresco, no había combatido, tenía menos hombres de los que esperaba, pero aún así tenía mucho a su favor, parecía un bárbaro. Rolf lo encontraba similar a un hombre de Xarja, una región distante y perdida según los exploradores de la que sólo se tenían documentos raros en centros de estudios y embajadas.

Los dos guerreros se miraron como si fueran a chocar dos carneros disputándose el territorio, no sería bello y eso lo sabía el anciano, se notaba la experiencia en ambos lados. Por uno era la práctica y el estudio, además de estrategia y calma. Por el lado otro era todo lo contrario, sed de sangre y violencia, quizás hambre en un principio, pero por sobre todo odio y brutalidad.

El hombretón dio un alarido gutural mientras blandió su afilada hacha para fintar y seguir con una patada que iba dirigida a derribar a Ser Varus. Este esquivó y lanzó un corte de manera automática con la espada larga desde abajo hacia arriba, chocó con una de las placas del extraño ropaje del mercenario. Este consistía en cueros de animal teñidos de negro mezclado con trozos de metal, anillos y puntas que no se distinguían. Los Aceros Sangrientos, o lo que quedaba de ellos estaban en el extremo opuesto de Rolf en el cañón, a una distancia de los combatientes. El gigante había vuelto a arremeter haciendo chocar los aceros, el hacha de doble filo  se mantuvo en su mano avivándole la sed, mientras Ser Varus tuvo que dar una par de giros con la espada para controlar la vibración del golpe. Siguieron así un par de golpes, el caballero errante seguía calmado midiendo y calculando al gigante, quien parecía tener energías infinitas.

Rolf miraba fijamente a los demás Aceros Sangrientos, estos habían vuelto a recuperar la confianza, entre mercenarios y aceros de alquiler el título de jefe se ganaba con sangre y se pagaba con la vida. Animaban a su jefe, pero sólo pensando en el dinero que obtendrían a cambio de las cabezas del viejo y el muchacho, no había ni lealtad ni estima.

El gigante intentó un golpe terrible que no dio con el caballero en su mollera por una uña, en cambio  azotó una de las paredes de piedra que provocó una nube de polvo y un sonido fuerte, sordo. Estos se siguieron repitiendo, lo que al caballero lo tuvo intranquilo. Le había logrado dar un par de cortes, pero el jefe de los mercenarios no mostró mayor problema. Cuando menos lo esperaba el gigante le hizo perder la espada y le intentó rematar con un hachazo, que se enterró finalmente en la piedra, dándole tiempo al caballero para recuperar la hoja acerada.

- Bragh, destruye al viejo pronto- le recriminaban las huestes al gigantón, olvidaban los cuerpos sin vida de los que fueron sus camaradas, parecían inquietos por los sonidos del cañón que junto con el viento nocturno producían escalofríos. Uno de los mercenarios ocultaba algo, Rolf no lograba ver tapado por los cuerpos de los combatientes. Un cuchillo arrojadizo cruzó por una de las mejillas de Ser Varus chocando finalmente con la piedra, uno de los mercenarios desaparecidos había vuelto y no sabía del duelo. El asesino estaba apuntando con el siguiente cuchillo dispuesto a lanzarlo al caballero sino hubiera sido por una flecha que cruzó el aire y le impidió el tiro, seguida por otra que le atravesó la mano.

Excepto por Ser Varus y Bragh, todos los  ojos se habían detenido en las cornisas del cañón. No los habían sentido, nadie los vió llegar, eran cinco hombres con arcos más un pequeño grupo de aldeanos repartido en ambos lados de las rocas.

- ¡Traición !- aulló el herido, como todo truhán pidió lo que jamás dió.

Los demás mercenarios ni siquiera miraron a al herido, ya no les quedaba más opción que esperar la victoria de Bragh. Rolf había estado mirando a los hombres sobre las paredes de roca y entre ellos reconoció a Esaú, que le había estado haciendo señas. Iba a dejar de mirar a los arqueros cuando con movimientos desesperados y de espanto se aferraron a donde pudieron.

El gigante, enfurecido por las esquivas del caballero, intentó dar por terminado el duelo con un golpe tal que resonó como el más fuerte de los truenos. Una de las laderas del cañón se desplomó inundando de gritos, polvo, confusión y muerte.



Esaú estaba parado a un lado de Rolf que miraba las piras que había encendido Ser Varus, los cuerpos con los jirones de ropa llenas de sangre sobre montones de paja, no tenían vestimentas apropiadas con las que darle sepultura y tampoco tiempo para gastar. El escudero no estaba contento con su maestro, no había logrado entender la deferencia hacia asesinos y violadores que incluso intentaron acabar con sus vidas.

- Ser Varus, ¿por qué?

- Rolf, estos miserables nunca recibieron nada en la vida. Tú deberías entenderlo, cuando te encontré estabas en un cepo condenado a muerte, nadie te hubiera sepultado. El odio genera odio, debemos tener piedad. Lo que aprendí de las diosas, es que en sus valores las vida crece, como caballeros vivimos y elegimos esos valores. Nunca olvides:

            Las tres diosas justicia ofrecen
            Fortaleza Sorya exige
            y Esperanza con risa da
            Prudencia Ursya exige
            y Caridad sonriente da
            Templanza Varsya exige
            y Fe con felicidad da

- ¿Ser Varus canta? - preguntó el paje.

- Esaú ¿Y tú, dónde estabas?-  Rolf  había estado preocupado por su amigo y entre todos los acontecimientos no tuvo oportunidad de preguntar.

- Yo estaba mirando entre las rocas, no podía perder otro amigo después de la desaparición de Rolfy. Cuando llegaron más personas pensé que estabamos perdidos, pero ellos eran cazadores también del pueblo que vinieron con los campesinos y querían vengarse. - Ser Varus y Rolf al fin se pudieron explicar la desaparición  y muerte del resto de mercenarios.- Yo, también causé la muerte de un mercenario -. Dijo el paje con pena, el caballero lo miró y negó con la cabeza - Pero era él o Rolf, no quería que muriera, nadie debe morir.

Todavía les quedaban preguntas, pero había una que nadie podía responder ¿Qué había pasado con el jefe de los mercenarios?

- Vayan, yo los alcanzo-  les pidió Ser Varus a los chicos, quienes oyeron unos breves cánticos en palabras que no pudieron entender, al alcanzarlos continuó.- Debemos irnos pronto, hemos causado muchos sufrimiento.

Los tres viajeros montaron sus respectivos caballos, no estaban contentos. Habían sobrevivido, pero a un terrible costo; no eran sólo los mercenarios muertos, ellos no habrían dejado a Encrucijada como una mancha de dolor y destrucción si no no los estuvieran buscando. Rolf además luchaba contra sus heridas, que entre corte y latigazos empezaban a sangrar con cada salto del caballo.

Continuará...

1 comentario:

  1. Súper emocionante, pero, qué triste el final! </3 tienes que quitarnos este gustito amargo con el próx cap

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