lunes, 16 de junio de 2014

Capítulo VIII: Descenso a los subterráneos

Los sonidos de los fanáticos recorriendo las dependencias de las seguidoras de la tríada se fueron apagando y Rolf, a pesar de los golpes y empujones, no logró salir de la habitación. La sala con los enfermos estaba bloqueada desde fuera, fue necesaria la ayuda de uno de los hombres que ya estaban prácticamente recuperados para poder salir de la sala de enfermos. El joven, gracias a los cuidados de las seguidoras de la tríada y al descanso, se sentía mucho mejor. Eso y los enfrentamientos consecutivos lo habían endurecido, en mente, cuerpo y espíritu.

Recorrió Rolf la primera planta y vio que no estaban las mujeres que tan bien lo habían acogido. Después tomó la escalera de caracol para ver el segundo piso, donde deberían estar los aislados y entre ellos Esaú. Avanzó por el pasillo donde se adevertían las distintas puertas a las habitaciones de los enfermos aislados, en ese piso el joven recordaba que además había otras cámaras en el lado opuesto. De todas las habitaciones sólo las últimas estabab cerradas. El primer cuarto de la izquierda estaba vacía; las mantas tiradas y los frascos rotos mostraban que alguien había sido sacado de allí. Cuando se acercó a la segunda pieza, donde debía estar Esaú, no encontró a nadie. Esparcidas por el dormitorio estaban las ropas que tapaban al chico, manchas rojas y algo de sus pertenencias, pero de Esaú no había señal.

Rolf intentaba controlar sus emociones, tocó las manchas y claramente era sangre, golpeó uno de los muebles con impotencia, las palabras del mentor volvían a dar vueltas por su cabeza, debía recobrar la calma, las emociones descontroladas le impedirían pensar. Pero ya estaba harto de que el pequeño sufriera indirectamente por sus decisiones. Si lo encontraba quizá sería el momento de dejarlo en esta ciudad, donde podría estar mejor, tal vez con los guardias o con alguna familia de la ciudado. Cruzaban esos pensamientos por la cabeza del joven, cuando sintió sonidos en la pieza adyacente. Salió corriendo y puso la oreja en la puerta, intentó girar la perilla, pero la hoja de madera no abría.

- Esaú, ¿estás ahí? - la voz de Rolf mezclaba esperanza y preocupación.

Un crujido de la puerta y luego una rendija de la que se asomó el hermano de Ayla con un gesto de silencio y le señaló además que entrara. Allí estaban dos mujeres de blanco que habían recibido sendas heridas. El chico le contó los sucesos. A pesar  de las grandes puertas que cerraban el enclave, había otras maneras de poder entrar a los recintos de las seguidoras. Una de ellas era una escalera que usaban para poder ayudar a los pobres habitantes de los distintos pisos subterráneos.

Ninguna de las autoridades conocía de las actividades de las seguidoras en los distintos niveles bajo el suelo de la ciudad en el interior de la montaña. Los nobles estaban más ocupados en las disputas entre ambos que de los habitantes de los subterráneos, quienes tomaban partido también. Ser Reginald "el albatros", antiguo caballero andante y mariscal del rey, intentaba cumplir con las reglas que el regente exigía. En un principio había llegado como una fuerza externa de moderación entre los antiguos habitantes del sector y los llevados por Roger para intentar ocupar la ciudad y le fuera entregada ante la muerte y desaparición de la familia Leblanc. El conde había llegado con sus tropas pensando que estarían poco tiempo hasta resolver la insurrección de los antiguos habitantes de Blancascumbres, como se llamaba el pueblo antes de la llegada de los usurpadores de Sombrese, de la manera menos sangrienta posible. Pero a medida que pasaba el tiempo, la ciudad fue creciendo con el dinero de las minas y la llegada de los forasteros de las regiones cercanas. Por otra parte, fueron llegando a oidos del Conde rumores de las violentas y brutales actividades de Roger. Adenás siempre fue interés de la familia Lefleur el anexar algunos pueblos de la región de Las Altas Cumbres, ahora repartida en distintos territorios, e incluso se le relacionó a la masacre de la familia Leblanc. Esta nueva información fue la que lo impulsó al mariscal a luchar por el anexo de la ciudad y tratar de traer la paz en el sector. No había sido fácil la misión de calmar a los insurgentes en guerra con la gente de Sombrese, que no veían con buenos ojos a la intromisión del mariscal. Los habitantes de los subterráneos eran los originarios del asentamiento y su resentimiento contra los invasores no había disminuido a pesar de los intentos de Ser Reginald de unir a la gente bajo el espíritu del reino y no sólo de una región, pero a Roger no le importaba lo que no le fuera útil, la gente de Blancascumbres sobraba para sus planes. Todos desconfiaban de todos.

- ¿Y tú como sabes tanto? – A pesar de la preocupación del escudero por la situación de su amigo, era demasiado extraño lo que acontecía en la montañosa ciudad.

- Mi familia era de los sirvientes de la familia Leblanc, nos quedamos aquí después de la masacre.- respondió el otro joven

- ¿Qué masacre? Típico del maldito. ¡Que el abismo se lleve su alma! - A Rolf el muchacho le daba lástima, pero había más de lo que preocuparse - ¿Y el resto de las mujeres?

- No sé, parece que están encerradas en otra de las habitaciones, quizá las de arriba - El otro joven estaba alejándose, evitando la pregunta de Rolf acerca de lo sucedido con la familia Leblanc, preocupado de otras cosas.

Rolf se acercó a la cama y volvió a ver a su amigo después de los días de aislamiento. Se veía levemente mejor, ya no se sacudía, ni tenía las marcas negras, pero todavía no había vuelto en sí. (AHHHH el que le dijo todo era el otro cabro! No sé por qué pero no lo entendí, debió ser que no quedaba claro cuando abrió la puerta) El escudero oyó los crujidos (¿qué crujidos? ¿del piso?) desde el pasillo, al parecer el muchacho de Nievegrís estaba buscando a las mujeres.

- Ey, muchacho, ¿necesitas ayuda? – gritó Rolf al salir al pasillo.

- Me llamo Arnout, "muchacho"  - se mofó del escudero  - lleva a las novicias heridas a las otras camas.

- ¿Novicias? - debían ser las de blanco pensó Rolf - ¿Encontraste a Colombe?

Después de un rato se dieron cuenta de que los fanáticos del triangulo dorado, como les dijo Arnout que se hacían llamar, se habían llevado a un chico que también estaba aislado, a Colombe y Ayla. Las otras señoras de la tríada no estaban en condiciones, una era muy vieja y la tría Monique había resultado herida. Alguien tenía que tomar las decisiones, pero no se ponían de acuerdo, se notaba que acostumbraban a seguir las directrices de Berna y las tríanas. Una de las mujeres de blanco llamada Estee, había logrado calmar a sus compañeras y dar cuidado a las heridas y a los enfermos.

- Debemos salvarlos - dijo el escudero, lo que a Rolf le parecía lo mínimo que podía hacer, para Arnout no era una posibilidad; era un deber.

- Disculpa, Rolf, pero mejor vete con tu amigo cuando esté sano, esto no es asunto tuyo - el joven de Nievegrís estaba molesto,- Cada vez que los extranjeros intentan enderezar  un entuerto dejan un regadero de torcidos.

-  Por favor traigan a Berna, ella sabrá que hacer, a tu amigo nosotras no lo podemos ayudar y el rito no está completo.- La petición de la mujer ponía un gran peso sobre los hombros de Rolf - aunque Colombe también nos podría ayudar, ustedes no podrán contra los locos de dorado.

- ¿Tienen algún ave para dar mensajes? - Una idea  surgió de la mente de Rolf, necesitaba de la ayuda de la guardia y de su maestro para asegurar el plan que tenía en mente.

Rolf y Arnout habían logrado conseguir información y armas para el joven nativo en el segundo nivel subterráneo. Mucha gente conocía al muchacho y al parecer había intentado motivar a la población a dirigir sus frustraciones a otros derroteros. También había quienes eran de la idea de irse de esa región, pero no querían dejar lo que tanto les había costado juntar.

- Mi padre fue fiel al duque blanco y él siempre fue bueno con su gente, yo soñaba con ser caballero algún día - la ayuda desinteresada de Rolf por rescatar a los rehenes le había ganado la confianza del joven - Todo eso fue destruido por la Orden Negra.

- Espera, ¿qué es eso? - preguntó Rolf, a quien no le sonaba para nada bien ese comentario.

- Así llamaba Ser Bernard a las familias que estaban en contra de terminar con la esclavitud- respondió Arnout - lo escuchaba cuando hacía reuniones con Ser Reginald y otros señores cercanos al rey.

Rolf estaba sorprendido, cuando todavía vivía con su familia también había escuchado hablar de algo similar. Su padre más de una vez había llegado apesumbrado de las reuniones de las casas por culpa un grupo que hacía sentir su presencia en las decisiones y leyes que presentaban al rey. Además varias de esas casas tenían vínculos sanguíneos con familias de este reino. Según lo que alguna vez escuchó también eran responsables de la caída de su casa.

Ambos jóvenes conversaron mientras recorrían una red de pasadizos que cada cierto tiempo bajaba. Rolf, a pesar de haber estado muy atento, no podría haber regresado por el mismo camino por sí solo. Entre las conversaciones había logrado reunir gente, enviar mensajeros y avisar lo que intentaba el grupo de fanáticos. Al parecer los miemros de la secta contaban con un vasto grupo de enemigos que se incrementó al saber quienes eran rehenes. La información que habían logrado reunir les indicó que tenían un día para lograr impedir los sacrificios que querían realizar los fanáticos del triángulo dorado.

- ¿Sabes manejar un arma? - Preguntó el escudero, adivinando un día largo y violento.

-  Cuchillos, gladius, corvos, las armas de los subterráneos.- le respondió el rubio joven - Hay una entrada a las cavernas de la secta, pero pasa por las minas-

Antes de poder realizar el viaje por las minas debían conseguir ropas para poder entrar a los recintos principales de la caverna sagrada para los fanáticos, así que tuvieron que buscar entre posibles sectarios para poder llevarse lo necesario, Sino jamás lograrían entrar. Según Arnout, había grupos de delincuentes relacionados e incluso gente de la guardia de Sombrese, esto no era extraño para Rolf, los perros de la guardia y los ladrones sólo se diferenciaban en la armadura.

- Mira, Rolf, entraremos en la caverna cuarta, es el sector más peligroso del que los nobles no tienen idea o no quieren saber - le dijo Arnout en susurros -  aquí viven muchos sectarios, porque no son muy tolerados en otros niveles.

Entraron en una vivienda que, como todas las de los niveles más bajos, era muy pequeña y oscuras, ya que los cristales luminosos resultaban muy caros para los pobladores de ese nivel. Además con los cristales, aunque se lograba calentar, no era como la leña azul  que daba más calor que luz.

- Creo que estamos de suerte - dijo Arnout

- Esto parece demasiado sencillo - replicó Rolf

Después de un rato de buscar, escucharon quejidos, no estaban solos al parecer y se pusieron  alerta. Detrás de unas de las pieles que estaban colgadas para mantener el calor, salió un hombre desnudo bostezando. Al ver a los dos jóvenes que sacaban sus armas mandó un chiflido y fue lo último que logró hacer, Rolf lo apuntaba con la daga y Arnout ya lo tenía agarrado tapándole la boca. Rolf entró por la piel colgante y vió una mujer tapada por pieles. El escudero le hizo un gesto de silencio mientras mantenía apuntada a la mujer con la daga y, luego de amordazarla, volvió con Arnout. Finalmente los jóvenes dejaron al hombre amarrado y amordazado, al igual que la mujer, y los ocultaron bajo las pieles. Iban saliendo de la cueva-casa cuando vieron unos hombres salir de una esquina. Rolf le hizo una seña a su nuevo amigo al ver que los hombres los señalaban.

- Corre - dijo Arnout, mientras que al sacar su cuchillo le mostraba que tendrían que pelear más adelante.

- ¡¡Infieles!! - gritó uno de los tipos, era una voz de alerta.

- Maldita sea, escucha - le dijo Rolf, parecía que el pasillo, calle, lo que fuera, había despertado como un monstruo de su siesta.

De otras cuevas y pasadizos salieron personas con rostros agresivos y armas en sus manos, no parecían dispuestos a dialogar  y menos a invitarlos a tomar una copa. Alguien le tiró un hondazo a Arnout que le dio en un muslo. Tuvieron que bajar la marcha para enfrentar a un par que no les dejaba espacio para avanzar. Un hombre que salió entre unas aberturas de la roca apresó el brazo de Arnout y casi lo hizo caer, pero el joven reaccionó rápido y le dio un par de cuchilladas para lograr la libertad. Rolf por su parte se abalanzó contra uno de los tipos que se interponían en su camino. No, llegar a las cavernas sagradas ya no parecía tan fácil.

Continuará...

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