domingo, 20 de abril de 2014

Capítulo IV: Encrucijada

El caballero ya entrado en años encabezaba la pequeña procesión. Iba acompañado de su  escudero, quien no era tan joven como debería, y al final iba el paje perdido entre los utensilios que llevaba el caballo de carga. Cualquier hombre viajado se daría cuenta que era una travesía improvisada por el número de caballos. A pesar de ser próscritos estaban optimistas en un principio por el bien logrado escape desde las mazmorras del marqués de Sombrese; de hecho, Rolf había retomado sus clases de esgrima, entre otras, durante el viaje a Encrucijada, el pueblo que estaba en camino a Nievegrís. Este no era muy grande, se había ido formando por gente que tenía sus prados muy lejos de Sombrese y por necesidad de los habitantes del pueblo minero de Nievegrís, que al aumentar sus extracciones de distintos minerales no alcanzaba con los alimentos y herramientas de los pocos campesinos del sector. Ahora Encrucijada ya era un pueblo con sheriff, taberna e incluso una pequeña plaza. Al sur, el camino atravesaba la región, pero el siguiente pueblo estaba muy al sur; este se llamaba Lago Verde. Para poder llegar a él había que atravesar un pequeño cordón montañoso, lleno de pasajes que impedían el paso de grandes caravanas. Estas solo podían cruzar por el camino principal, abierto por los hábiles ingenieros del rey durante una guerra ya remota.
Rolf veía la excitación en el rostro de Esaú, el chico estaba hambriento de nuevas experiencias, tal como él lo había estado en su primer viaje a otra ciudad. Ni siquiera habían llegado al pueblo cuando Ser Varus divisó gente. El anciano caballero dados los años de recorrer el mundo sabía que era mejor tener información del lugar por parte de los nativos y fue la experiencia obtenida en ese tiempo la razón por la que inició  una conversación con un labriego que cambió totalmente el ánimo del grupo.

- Buenas tardes, vamos camino a Encrucijada. ¿Todavía funciona la posada de Luke?-. Preguntó el caballero errante.

- Huff. - Exclamó el labriego, parecía muy cansado.- Usted no sabe, mejor váyase antes de que lo dejen sin nada.

- Pero, ¿qué pasa?- Insistió el caballero. Rolf sabía que Ser Varus no daría pie atrás hasta saberlo todo.

- El pueblo no es un lugar seguro para ir, Ser. Le ruego, mejor váyase. Los aceros sangrientos lo van a matar si lo ven aquí, todo está perdido.

- No, no podemos dejarlo así. Al menos cuéntame lo que ocurre para traer la autoridad si es ese el problema-. Rolf no sabía de que les servía realmente saber eso, pero al haber escuchado de Aceros Sangrientos todo le resultó más claro, debían estar relacionados con Roger, ya había oído de ellos entre los campesinos de los alrededores y sus crueles intervenciones.

El pobre campesino tenía los ojos llorosos, no le importaba demostrar sus emociones. A Rolf esto siempre le parecía algo admirable, ya que los nobles nunca demostraban sentimientos. Todo lo ocultaban, todo le parecía falso, al contrario de los humildes.

- Ellos llegaron buscando a un grupo de viajeros, hace dos lunas, pero no quisieron esperar en un campamento. Tomaron todo lo que quisieron. El sheriff intentó apaciguarlos, pero tenían un pergamino que les daba impunidad de actos. Cuando nuestro sheriff no siguió soportando las humillaciones, Los Aceros Sangrientos lo ejecutaron por traición-. El campesino, fuerte por sus años de trabajo, pero cansado por los mismos, siguió con su relato.- Han violado, saqueado los almacenes, hasta quemaron a un par de jóvenes que se resistieron.

Rolf pensó que sólo él estaba molesto, pero cuando miró a Ser Varus, este estaba rojo, las aletas de su nariz infladas, como pocas veces lo había visto. El paje, que también estaba escuchando, no quería seguir oyendo de atrocidades.

- Rolf, esto no puede quedar así- Ambos, maestro y escudero se miraron; tenían que pensar un plan.

Ser Varus y Rolf dirigían los caballos con sus cargamentos a través de uno de los pasajes del paso. Fuego, aunque grande incluso para un caballo de guerra, se movía tranquilo con su dueño. Noche, en cambio, estaba inquieto, quizás sentía lo perturbado que estaba el muchacho. Esaú debería haber llegado ya.

- Hey, son doce los mercenarios. Parecen algunos muy gordos y otro tiene un tajo en la cara.- Rolf saltó al escuchar la voz de Esaú; no había sentido sus pasos.

- Enano, casi me matas.- Dijo el muchacho volviendo a la calma- ¿Cómo decías?

- Sí, Esaú, cuéntanos lo que pudiste ver.- Ser Varus intervino.

- Eso, Ser. Son doce hombres, seis con espadas, pero no todas las espadas son iguales. Uno de los de espada tiene una cicatriz en la cara; otros tres tienen martillos, dos tienen hachas y uno lanza, no hay arqueros. Hay varios gordos que no creo que corran mucho. Porque además tienen armaduras, no como las de Ser Varus, son cotas de mallas y algunos con coletos de cuero. El más extraño era un gigantón con cara de perro.
Rolf estaba sorprendido del conocimiento de las armas y armaduras del chico:

- Y, ¿dónde aprendiste tanto de armas?

- Es que yo escucho a Ser Varus.- Rió Esaú. A pesar de que estaba todavía agitado por el esfuerzo de ir al pueblo y volver, este ya se había movido entre las rocas del paso para su posición de vigía.


Tenían las armas listas e iban a pie, Ser Varus cargaba su escudo y blandía la espada. Esperaban a los mercenarios en uno de los pasos de cabreros que acortaban el camino entre los campos, cerros y quebradas hacia Lago Verde sin necesidad de usar el camino principal. Tomás debía haber dicho a los crueles matones que había visto por esa ruta a un caballero anciano junto a su escudero y un paje, marchando en un desesperado intento por llegar a través de los cerros a Lago Verde. Rolf esta vez no estaba muy contento con la parte que le correspondía en el plan. ¿Cómo iba a estar mirando solamente hasta que entraran todos los mercenarios por el paso? Estaba molesto y desilusionado. ¿Cúando Ser Varus lo vería como un hombre? Mientras pensaba eso, Esaú silbó dando la señal, ahora debía el niño esconderse.
Un escalofrío le recorrío la espalda, era la misma sensación ante el enfrentamiento con los hombres de Roger, pero esta vez todo saldría bien, estaba Ser Varus y a pesar de su edad, eso le daba confianza. Se escucharon las risas y bravuconadas de Los Aceros Sangrientos,  las que demostraba toda su seguridad de sentirse superiores en número y fuerza. Ese era precisamente uno de los factores en que el anciano caballero confiaba, esa sensación de seguridad nublaba el juicio de los hombres. Estos, a pesar de ser gente de armas, seguramente estaban bajo los efectos del alcohol y sedientos de sangre, lo que sería una vergüenza para un caballero.
Los primeros en llegar ya blandían una lanza y un par de espadas, se reían todavía, incluso se burlaban del anciano caballero.

- ¿Y a este viejo de mierda buscábamos? Ya estás muerto- Se burlaban de Ser Varus, pero este se mantenía frío, lejano, como si su escudo lo protegiera también de las burlas.

- Miren quien lo acompaña, un pendejo flacucho- Ahora las chanzas le tocaban a Rolf, a quien no le eran indiferentes.

El mercenario de la lanza tiró un gargajo al caballero para luego atacar con fuerza. Ser Varus desvió fácilmente el ataque y lanzó un tajo rápido, demostrando que no sería tan fácil  como ellos pensaron. Ya se veían más rostros entre las rocas y el caballero empezaba a retroceder, Rolf no entendía totalmente la idea de su maestro.
Uno de los hombres de espada intentaba plantarle cara a Ser Varus, pero los altos muros de roca no los dejaba atacar en conjunto. No había espacio para más de dos hombres, de modo que el caballero errante mantenía el control además con golpes medidos, tenía que enfrentar a muchos brutos. El tipo de la lanza constantemente intentaba colarse por el costado, hasta que en uno de esos impulsos, el caballero le azotó la cabeza con el escudo y, luego de aplastarlo contra la roca, finalmente le enterró la espada sobre la clavícula. El mercenario cayó mientras Ser Varus volvía a ponerse en guardia cerrada, lo que a Rolf le recordó las clases con su mentor.
El muchacho no podía seguir solo mirando. Contemplar como cedía terreno aunque mantenía el control su maestro fue un teatro macabro que le hizo perder el control. De la nada apareció volando una hacha arrojadiza, el experimentado caballero logró esquivarla con su escudo, pero uno de los espadachines se había colado por el costado. Rolf corrió y echó mano rápidamente a la lanza que estaba tirada. Cuando Rolf frenó al espadachín casi hizo caer a Ser Varus, el caballero bajó un rodilla y uno de los Sangrientos pasó por encima. Rolf mantuvo la lanza en posición defensiva  y gracias a ella defendió su vida y la de Ser Varus, pero este no estaba contento.

- !Rolf, atrás, cíñete al plan¡- Las palabras del anciano caballero no hicieron más que enardecer al joven, quien le enterró la lanza al espadachín en una pierna. El muchacho no podía reconocer el origen del guerrero, el rostro del espadachin no se parecía a nada conocido, además de  barba en zonas extrañas y en el color de sus ojos mostraba una fiereza casi animal, debía ser un bárbaro de los que alguna vez leyó en los textos del Círculo. Rolf le detuvo  el golpe de espada y terminó con la vida de este con un rápido corte en la garganta. Mientras el hombre se desangraba, Rolf sintió una explosión de dolor, fue como la unión de todos los azotes  que le habían regalado en Sombrese en uno solo. El dolor lo hizo caer en una rodilla.!Bastardos¡ pensó Rolf cayendo en la angustia.

1 comentario:

  1. Me encantó este capítulo, es NECESARIO leer el próximo luego!
    <3 Esaú

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