lunes, 16 de junio de 2014

Capítulo VIII: Descenso a los subterráneos

Los sonidos de los fanáticos recorriendo las dependencias de las seguidoras de la tríada se fueron apagando y Rolf, a pesar de los golpes y empujones, no logró salir de la habitación. La sala con los enfermos estaba bloqueada desde fuera, fue necesaria la ayuda de uno de los hombres que ya estaban prácticamente recuperados para poder salir de la sala de enfermos. El joven, gracias a los cuidados de las seguidoras de la tríada y al descanso, se sentía mucho mejor. Eso y los enfrentamientos consecutivos lo habían endurecido, en mente, cuerpo y espíritu.

Recorrió Rolf la primera planta y vio que no estaban las mujeres que tan bien lo habían acogido. Después tomó la escalera de caracol para ver el segundo piso, donde deberían estar los aislados y entre ellos Esaú. Avanzó por el pasillo donde se adevertían las distintas puertas a las habitaciones de los enfermos aislados, en ese piso el joven recordaba que además había otras cámaras en el lado opuesto. De todas las habitaciones sólo las últimas estabab cerradas. El primer cuarto de la izquierda estaba vacía; las mantas tiradas y los frascos rotos mostraban que alguien había sido sacado de allí. Cuando se acercó a la segunda pieza, donde debía estar Esaú, no encontró a nadie. Esparcidas por el dormitorio estaban las ropas que tapaban al chico, manchas rojas y algo de sus pertenencias, pero de Esaú no había señal.

Rolf intentaba controlar sus emociones, tocó las manchas y claramente era sangre, golpeó uno de los muebles con impotencia, las palabras del mentor volvían a dar vueltas por su cabeza, debía recobrar la calma, las emociones descontroladas le impedirían pensar. Pero ya estaba harto de que el pequeño sufriera indirectamente por sus decisiones. Si lo encontraba quizá sería el momento de dejarlo en esta ciudad, donde podría estar mejor, tal vez con los guardias o con alguna familia de la ciudado. Cruzaban esos pensamientos por la cabeza del joven, cuando sintió sonidos en la pieza adyacente. Salió corriendo y puso la oreja en la puerta, intentó girar la perilla, pero la hoja de madera no abría.

- Esaú, ¿estás ahí? - la voz de Rolf mezclaba esperanza y preocupación.

Un crujido de la puerta y luego una rendija de la que se asomó el hermano de Ayla con un gesto de silencio y le señaló además que entrara. Allí estaban dos mujeres de blanco que habían recibido sendas heridas. El chico le contó los sucesos. A pesar  de las grandes puertas que cerraban el enclave, había otras maneras de poder entrar a los recintos de las seguidoras. Una de ellas era una escalera que usaban para poder ayudar a los pobres habitantes de los distintos pisos subterráneos.

Ninguna de las autoridades conocía de las actividades de las seguidoras en los distintos niveles bajo el suelo de la ciudad en el interior de la montaña. Los nobles estaban más ocupados en las disputas entre ambos que de los habitantes de los subterráneos, quienes tomaban partido también. Ser Reginald "el albatros", antiguo caballero andante y mariscal del rey, intentaba cumplir con las reglas que el regente exigía. En un principio había llegado como una fuerza externa de moderación entre los antiguos habitantes del sector y los llevados por Roger para intentar ocupar la ciudad y le fuera entregada ante la muerte y desaparición de la familia Leblanc. El conde había llegado con sus tropas pensando que estarían poco tiempo hasta resolver la insurrección de los antiguos habitantes de Blancascumbres, como se llamaba el pueblo antes de la llegada de los usurpadores de Sombrese, de la manera menos sangrienta posible. Pero a medida que pasaba el tiempo, la ciudad fue creciendo con el dinero de las minas y la llegada de los forasteros de las regiones cercanas. Por otra parte, fueron llegando a oidos del Conde rumores de las violentas y brutales actividades de Roger. Adenás siempre fue interés de la familia Lefleur el anexar algunos pueblos de la región de Las Altas Cumbres, ahora repartida en distintos territorios, e incluso se le relacionó a la masacre de la familia Leblanc. Esta nueva información fue la que lo impulsó al mariscal a luchar por el anexo de la ciudad y tratar de traer la paz en el sector. No había sido fácil la misión de calmar a los insurgentes en guerra con la gente de Sombrese, que no veían con buenos ojos a la intromisión del mariscal. Los habitantes de los subterráneos eran los originarios del asentamiento y su resentimiento contra los invasores no había disminuido a pesar de los intentos de Ser Reginald de unir a la gente bajo el espíritu del reino y no sólo de una región, pero a Roger no le importaba lo que no le fuera útil, la gente de Blancascumbres sobraba para sus planes. Todos desconfiaban de todos.

- ¿Y tú como sabes tanto? – A pesar de la preocupación del escudero por la situación de su amigo, era demasiado extraño lo que acontecía en la montañosa ciudad.

- Mi familia era de los sirvientes de la familia Leblanc, nos quedamos aquí después de la masacre.- respondió el otro joven

- ¿Qué masacre? Típico del maldito. ¡Que el abismo se lleve su alma! - A Rolf el muchacho le daba lástima, pero había más de lo que preocuparse - ¿Y el resto de las mujeres?

- No sé, parece que están encerradas en otra de las habitaciones, quizá las de arriba - El otro joven estaba alejándose, evitando la pregunta de Rolf acerca de lo sucedido con la familia Leblanc, preocupado de otras cosas.

Rolf se acercó a la cama y volvió a ver a su amigo después de los días de aislamiento. Se veía levemente mejor, ya no se sacudía, ni tenía las marcas negras, pero todavía no había vuelto en sí. (AHHHH el que le dijo todo era el otro cabro! No sé por qué pero no lo entendí, debió ser que no quedaba claro cuando abrió la puerta) El escudero oyó los crujidos (¿qué crujidos? ¿del piso?) desde el pasillo, al parecer el muchacho de Nievegrís estaba buscando a las mujeres.

- Ey, muchacho, ¿necesitas ayuda? – gritó Rolf al salir al pasillo.

- Me llamo Arnout, "muchacho"  - se mofó del escudero  - lleva a las novicias heridas a las otras camas.

- ¿Novicias? - debían ser las de blanco pensó Rolf - ¿Encontraste a Colombe?

Después de un rato se dieron cuenta de que los fanáticos del triangulo dorado, como les dijo Arnout que se hacían llamar, se habían llevado a un chico que también estaba aislado, a Colombe y Ayla. Las otras señoras de la tríada no estaban en condiciones, una era muy vieja y la tría Monique había resultado herida. Alguien tenía que tomar las decisiones, pero no se ponían de acuerdo, se notaba que acostumbraban a seguir las directrices de Berna y las tríanas. Una de las mujeres de blanco llamada Estee, había logrado calmar a sus compañeras y dar cuidado a las heridas y a los enfermos.

- Debemos salvarlos - dijo el escudero, lo que a Rolf le parecía lo mínimo que podía hacer, para Arnout no era una posibilidad; era un deber.

- Disculpa, Rolf, pero mejor vete con tu amigo cuando esté sano, esto no es asunto tuyo - el joven de Nievegrís estaba molesto,- Cada vez que los extranjeros intentan enderezar  un entuerto dejan un regadero de torcidos.

-  Por favor traigan a Berna, ella sabrá que hacer, a tu amigo nosotras no lo podemos ayudar y el rito no está completo.- La petición de la mujer ponía un gran peso sobre los hombros de Rolf - aunque Colombe también nos podría ayudar, ustedes no podrán contra los locos de dorado.

- ¿Tienen algún ave para dar mensajes? - Una idea  surgió de la mente de Rolf, necesitaba de la ayuda de la guardia y de su maestro para asegurar el plan que tenía en mente.

Rolf y Arnout habían logrado conseguir información y armas para el joven nativo en el segundo nivel subterráneo. Mucha gente conocía al muchacho y al parecer había intentado motivar a la población a dirigir sus frustraciones a otros derroteros. También había quienes eran de la idea de irse de esa región, pero no querían dejar lo que tanto les había costado juntar.

- Mi padre fue fiel al duque blanco y él siempre fue bueno con su gente, yo soñaba con ser caballero algún día - la ayuda desinteresada de Rolf por rescatar a los rehenes le había ganado la confianza del joven - Todo eso fue destruido por la Orden Negra.

- Espera, ¿qué es eso? - preguntó Rolf, a quien no le sonaba para nada bien ese comentario.

- Así llamaba Ser Bernard a las familias que estaban en contra de terminar con la esclavitud- respondió Arnout - lo escuchaba cuando hacía reuniones con Ser Reginald y otros señores cercanos al rey.

Rolf estaba sorprendido, cuando todavía vivía con su familia también había escuchado hablar de algo similar. Su padre más de una vez había llegado apesumbrado de las reuniones de las casas por culpa un grupo que hacía sentir su presencia en las decisiones y leyes que presentaban al rey. Además varias de esas casas tenían vínculos sanguíneos con familias de este reino. Según lo que alguna vez escuchó también eran responsables de la caída de su casa.

Ambos jóvenes conversaron mientras recorrían una red de pasadizos que cada cierto tiempo bajaba. Rolf, a pesar de haber estado muy atento, no podría haber regresado por el mismo camino por sí solo. Entre las conversaciones había logrado reunir gente, enviar mensajeros y avisar lo que intentaba el grupo de fanáticos. Al parecer los miemros de la secta contaban con un vasto grupo de enemigos que se incrementó al saber quienes eran rehenes. La información que habían logrado reunir les indicó que tenían un día para lograr impedir los sacrificios que querían realizar los fanáticos del triángulo dorado.

- ¿Sabes manejar un arma? - Preguntó el escudero, adivinando un día largo y violento.

-  Cuchillos, gladius, corvos, las armas de los subterráneos.- le respondió el rubio joven - Hay una entrada a las cavernas de la secta, pero pasa por las minas-

Antes de poder realizar el viaje por las minas debían conseguir ropas para poder entrar a los recintos principales de la caverna sagrada para los fanáticos, así que tuvieron que buscar entre posibles sectarios para poder llevarse lo necesario, Sino jamás lograrían entrar. Según Arnout, había grupos de delincuentes relacionados e incluso gente de la guardia de Sombrese, esto no era extraño para Rolf, los perros de la guardia y los ladrones sólo se diferenciaban en la armadura.

- Mira, Rolf, entraremos en la caverna cuarta, es el sector más peligroso del que los nobles no tienen idea o no quieren saber - le dijo Arnout en susurros -  aquí viven muchos sectarios, porque no son muy tolerados en otros niveles.

Entraron en una vivienda que, como todas las de los niveles más bajos, era muy pequeña y oscuras, ya que los cristales luminosos resultaban muy caros para los pobladores de ese nivel. Además con los cristales, aunque se lograba calentar, no era como la leña azul  que daba más calor que luz.

- Creo que estamos de suerte - dijo Arnout

- Esto parece demasiado sencillo - replicó Rolf

Después de un rato de buscar, escucharon quejidos, no estaban solos al parecer y se pusieron  alerta. Detrás de unas de las pieles que estaban colgadas para mantener el calor, salió un hombre desnudo bostezando. Al ver a los dos jóvenes que sacaban sus armas mandó un chiflido y fue lo último que logró hacer, Rolf lo apuntaba con la daga y Arnout ya lo tenía agarrado tapándole la boca. Rolf entró por la piel colgante y vió una mujer tapada por pieles. El escudero le hizo un gesto de silencio mientras mantenía apuntada a la mujer con la daga y, luego de amordazarla, volvió con Arnout. Finalmente los jóvenes dejaron al hombre amarrado y amordazado, al igual que la mujer, y los ocultaron bajo las pieles. Iban saliendo de la cueva-casa cuando vieron unos hombres salir de una esquina. Rolf le hizo una seña a su nuevo amigo al ver que los hombres los señalaban.

- Corre - dijo Arnout, mientras que al sacar su cuchillo le mostraba que tendrían que pelear más adelante.

- ¡¡Infieles!! - gritó uno de los tipos, era una voz de alerta.

- Maldita sea, escucha - le dijo Rolf, parecía que el pasillo, calle, lo que fuera, había despertado como un monstruo de su siesta.

De otras cuevas y pasadizos salieron personas con rostros agresivos y armas en sus manos, no parecían dispuestos a dialogar  y menos a invitarlos a tomar una copa. Alguien le tiró un hondazo a Arnout que le dio en un muslo. Tuvieron que bajar la marcha para enfrentar a un par que no les dejaba espacio para avanzar. Un hombre que salió entre unas aberturas de la roca apresó el brazo de Arnout y casi lo hizo caer, pero el joven reaccionó rápido y le dio un par de cuchilladas para lograr la libertad. Rolf por su parte se abalanzó contra uno de los tipos que se interponían en su camino. No, llegar a las cavernas sagradas ya no parecía tan fácil.

Continuará...

lunes, 2 de junio de 2014

Capítulo VII : Las seguidoras de la tríada

El galope de los tres caballos resonó entre las laderas de los pasos montañosos. Al escudero y su maestro ya no les importaba pasar desapercibidos ni mantenerse ocultos, la vida del integrante más joven de la comitiva peligraba y eso era lo único que les preocupaba. Una extraña criatura había aprovechado las condiciones naturales del paisaje rocoso para capturar al pequeño. El anciano caballero, tanto por sus viajes como por motivos todavía desconocidos por los más jóvenes, temía que si no trataban a Esaú con las hierbas y el equipo adecuado podía correr el riesgo de convertirse en algo que sólo se conocía en leyendas. Nievegrís tenía al menos un fuerte, un centro de investigadores del Círculo y una base de sacerdotes de las tres diosas. Por otra parte debían llegar pronto a Nievegrís para poder reabastecerse de pertrechos y comida. A pesar de estar en la frontera aún se encontraban en la región de Sombrese, llena de posibles enemigos.

Tuvieron que unirse a una de las dos filas para entrar en la ciudad; en una estaban mezclados un grupo de campesinos y otro de comerciantes, en además de aventureros, mineros y mucha gente de la región de Sombrese. Esa era sólo una de las dos gigantescas entradas en las inmensas murallas de roca, que tenía arqueros al parecer siempre de ronda. Los encargados de hacer la separación eran guardias con los colores del marqués de LeFleur. Por suerte, o al parecer por asuntos de Ser Varus, ellos estaban en la fila que controlaban los hombres de Ser Reginald.

- ¡Ey, tú, quédate ahí! - gritó uno de los guardias de Sombrese. En su traje estaba bordado el escudo de Roger; este era un campo cortado de sable con una torre de plata en la mitad superior y en la inferior una paloma en plata. Se veía muy joven e intentaba demostrar autoridad.

- Pero yo no he hecho nada- dijo un hombre bajo con una capucha marrón que se apretaba junto a una carreta.

- Se parece al tuerto Phil, Jhon - le dijo a otro de los guardias, quien hablaba con una mujer -

- Aprésalo entonces-  le respondió el guardia llamado Jhon, un tipo grueso a quien no le interesaba nada más que la mujer.

- Ya viste, Phil, me tendrás que acompañar-  Se acercó el guardia más joven al hombre bajo.

- Pero yo no me llamo Phil -  dijo el hombre del capuchón, intentando alejarse.

- No te resistas o será peor, Phil - le dijo el guardia ya molesto.

El tipo intentó correr para entrar a la ciudad, pero era todavía mucho terreno y lo rodeaba una multitud, mirando pero sin inmiscuirse. Cuando ya se había acercado mucho el joven y molesto guardia al hombre, este último intentó empujarlo, lo que enfureció al ya fastidiado centinela, el que botó la lanza y desenfundó su espada. El supuesto Phil intentó meterse en medio de la gente, que lo empujó de vuelta al ruedo, lo que aprovechó el vigilante para darle un corte en la espalda. El tipo, empeorando el asunto, le dio una patada al guardia en la rodilla. Este, ya salido de sus casillas, le enterró la espada en las entrañas y el hombre de marrón dejó de dar golpes. Se acercó Jhon, apartando a empellones a la gente, y miró al hombre que se desangraba.

- Ustedes dos, sáquenlo de aquí - Jhon le ordenó a unos tipos que también querían entrar.

Rolf cuando el asunto empezaba a pintar mal se quiso acercar, pero estaban muy lejos para intervenir, además Ser Varus con un gesto molesto e incómodo le señaló que no se podía hacer nada. Aún aquí los perros de Roger son igual de malditos, pensó el joven.

Después de presenciar la espantosa escena, Rolf vió a un joven aproximadamente de su edad que se alejaba raudamente del caballo de carga de su maestro.

- ¡Ladrón! -  gritó Rolf, que desmontó para perseguir al buscón.

El escudero no logró avanzar mucho entre la gente de esa fila y se le perdió el truhán entre las personas que eran además tan parecidas entre sí, a diferencia con Rolf, quien, más moreno, con sus espaldas más anchas y su pelo más oscuro, se notaba que venía de otro reino. Enojado se devolvió al grupo y Ser Varus, que no lograba moverse con libertad cargando a Esaú en sus brazos, le dijo al joven:

- No te preocupes, Rolf, en esa bolsa no quedaba prácticamente nada – El anciano no era tan  estúpido como para decir que el dinero lo llevaba consigo.

- Parece que la gente del Valle no es tan buena como usted cuenta- dijo Rolf después de haber mordido agriamente la impotencia.

Cuando ya estaban por entrar a la ciudad, uno de los centinelas que custodiaban la entrada los llamó. Rolf esperaba lo peor.

- Ser Varus, nos llegó su grajuro - Empezó a decir un jefe de los guardias, que vestía colores distintos a los de Sombrese - Debe tener cuidado de no cruzar al lado del palomar - esto último lo dijo en tono más discreto. El guardia en jefe se diferenciaba de sus hombres por unos bordados dorados sobre el escudo. Este, más complejo que el del marqués de Sombrese, estaba compuesto por un escusón cuartelado. En él se veía un albatros dorado junto al triángulo de las diosas sobre un campo de gules. El resto tenía varios símbolos más que Rolf todavía no había estudiado, pero eran también dorados sobre campo azur. Al parecer la ciudad no era como cualquier otra ciudad, cada sitio evidenciaba que había dos nobles responsables.

Ser Varus hizo un gesto de despedida a uno de los guardias y se dirigieron por la gran avenida principal hacia donde debería estar la mujer que supuestamente ayudaría a Esaú. Ella dirigía la casa de la acogida donde podrían curar las heridas del escudero que no daba señal de debilidad a pesar de los castigos sufridos. Siguieron el cartel que con un dibjujo  indicaba dónde estaban los recintos destinados a los seguidores de las tres diosas. Además ese sector tenía una sede del Círculo, el cual se instalaban en ciudades que le eran interesantes por sus avances o incluso por razones que no se entendían de buenas a primeras.

Aunque no podían malgastar el tiempo, les fue imposible aumentar la velocidad entre tanta gente que llenaba la avenida. Nievegrís era muy diferente a todo lo que Rolf había visto antes, no encontraba pobreza en medio de las construcciones por donde pasaban. Era una ciudad muy ordenada en su base, pero se notaba que habían tratado de construir en altura  y que en algún momento lo tuvieron que dejar de hacer, porque todos los edificios llegaban a un máximo de alto. El conjunto recordaba a un tronco cortado de un sólo hachazo horizontal.

Llegaron a un edificio casi en el centro de la ciudad, que estaba al costado del templo donde se veía pulular gente de muchas etnias alguns de los cuales probablemente no eran del reino, algo había hecho de esa ciudad un centro muy interesante para más gente de lo que se podía esperar de un pueblo minero perdido y emplazado en medio de dificultosos caminos. Entraron, Ser Varus con Esaú en sus brazos, que al parecer estaba peor que cuando lo había encontrado Rolf, quien les seguía de cerca. El paje tenía ojeras, el escudero lo tocó en la frente y corroboraba lo observado en los febriles ojos del pequeño. Si un alquimista, herbolario o sanador sólo viera esos signos, pensaría en algo pasajero; lo que les inquietaba era el cambio de la piel, en la que habían aparecido ronchas verdes, y la mancha oscura del cuello, que había crecido.

- ¿Hay alguien aquí?- preguntó el caballero en la entrada vacía de una mezcla entre posada y templo. Pasaron unos incómodos minutos de silencio; Rolf estaba molesto y comenzaba a impacientarse.

 - ¿No hay otro lugar donde llevar a Esaú, Ser? - dijo el escudero. Si hubiera sido su decisión, ya estarían buscando donde curar a su amigo, pero oyó pasos que se acercaban.

Una mujer apareció desde una esquina al cabo de un tiempo que les pareció eterno. Por el otro costado habían unas puertas grandes de las que salían murmullos y quejas; debía ser donde estaban los enfermos.

- Buenos días - les dijo la mujer sencillamente vestida de verde y con un triángulo bordado en sus ropas. Lo más rápido que pudo se acercó a ver el bulto que cargaba el caballero.

- Buenos días, necesitamos de la ayuda de Berna.-

La mujer se presentó como Colombe. Era una de las tres encargadas subordinadas a Berna  y le contó que ésta hacía tiempo que estaba ausente ayudando en las cavernas de Nievegrís, donde había surgido un brote de fiebre de cristal. Los guió hacia la esquina desde donde había salido; allí había una escalera de caracol y un pasillo. El suelo era de madera, pero todo el resto era de piedra pulida con cal.

Luego de que Ser Varus le contara los acontecimientos y Rolf describiera a la criatura, la mujer se acercó a Esaú y le hizo una caricia.

- Pobre, tendremos que mantenerlo aislado mientras lo limpiamos- les contó con preocupación Colombe.

- Además este muchacho necesita curar unas heridas - le respondió el anciano mirando con reproche al escudero.

Rolf le devolvió la mirada buscando las palabras indicadas cuando sonó una campanilla. Al parecer era la hora en que hacían rezos en honor a las tres diosas, ya que Colombe los guió hacia fuera de la habitación. Ahí el joven pudo ver que había mujeres vestidas de blanco de distintas edades y dos más con distintos colores una de vestido rojo y otra con vestido azul,

Después de terminadas las oraciones, una mujer se llevó a Rolf para atender sus heridas. Desde entonces había pasado más de dos días bajo los cuidados de las doncellas de la tríada. El joven intentaba dormir sobre un costado, pero se le hacía difícil porque las heridas ya limpias le escocían. No era tarde, pero le recomendaron que reposara, le dieron unos brebajes que le ayudarían a descansar pero aún así la preocupación por su amigo no lo dejaba en paz. En la habitación había trece camas más; no eran tantas considerando lo grande de la ciudad, pero al parece era más que suficiente, porque sólo se veía un par de hombres mayores con distintas extremidades en alto y una mujer que tosía mucho, la cual estaba entre dos pabellones de paño; sólo sabía que era mujer por su voz. En otros lechos  había un par de cuerpos más pequeños que parecían de niños de la edad de Esaú. Su maestro venía cada día a ver cómo estaban y le había traído un pergamino a Rolf. Aunque parecía frío para otras personas, Ser Varus estimaba mucho a Esaú, y para Rolf era un ejemplo; a pesar de las diferencias en el pasado, el escudero había aprendido mucho y tenía en gran estima al experimentado caballero.

Las puertas se abrieron y aparecieron las mujeres, entre las que había una en especial que a Rolf le llamó la atención. Tenía el cabello de la gente del Valle, pero la piel como las personas de Sombrese. Fue ella quien le dio de comer y le arregló las ropas de cama, era muy bella y no mayor que el muchacho.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó Rolf después de darle las gracias al terminar de atenderlo, pero ella hizo unos gestos que él no entendió.

Luego de intentar sin éxito llamar su atención, se rindió e intentó leer en el pergamino que le había dejado su maestro los movimientos de defensa que le había explicado Ser Varus durante su viaje. Cuando ya se iban las doncellas de la tríada, entró corriendo en la habitación un muchacho que a Rolf le pareció igual al que le había robado en la entrada a la ciudad.

- ¡¡Agárrenlo, es un ladrón!! - gritó Rolf mientras intentaba levantarse, a pesar de los parches.

Las mujeres miraron a Rolf con desaprobación. El supuesto ladrón se aferró a la chica atractiva y le hizo gestos que éste no pudo entender. Las demás mujeres le hicieron preguntas al jovenzuelo y el ánimo cambio totalmente; empezaron a moverse de manera frenética revisando las ventanas de la habitación y se desplegaron saliendo rápidamente de la sala, el escudero quería entender que produjo el cambio.

- Ayla no puede hablar y el chico es hijo de su madre  - le dijo la última de blanco mujer que iba a salir.

- ¿Qué ocurre? ¿Por qué corren? - preguntó Rolf, ahora más intrigado aún.

La mujer se devolvió con la encargada de rojo, a la que llamaban tría Monique y esta última le contó que vivía gente en bajo las calles de la ciudad,  la mayoría de ellos mineros e hijos de matrimonios de ambas regiones, que eran rechazados como parias; mientras más abajo, más pobres eran quienes vivían. Entre las personas de los niveles inferiores habían surgido sectas que cometían atrocidades cada cierto tiempo en nombre de los más desposeídos. En un intento por detenerlos, los hombres de Roger habían más bien creado mártires y casi divinidades, al arrasar muchos de esos guetos. Alguien había corrido la voz de la llegada al recinto de un chico poseído por un espiritu maligno y uno de esos grupos de fanáticos quería venir a buscarlo para sacrificarlo en nombre de su divinidad.

- Debemos llamar a la guardia - le dijo Rolf a la tría, que era una de las que estaba a cargo.

- Este asunto es más complejo de lo que parece, si involucramos a la guardia será un caos para todo la ciudad - respondió Monique - No los dejaremos entrar, el asunto pasará cuando tu amigo esté sano, aunque no es el único que está aislado.

Tría Monique estaba cerrando la sala cuando retumbaron las puertas de entrada. Una enorme tranca que les costó mover a seis de las mujeres impedía que las abrieran. Desde debajo  del suelo sonaban una especie de tambores. Rolf buscó con la mirada algo con que luchar si tuviese que hacerlo, ya que no sabía dónde habrían guardado sus armas. Ya estaba en pie cuando se oyeron voces de hombres que bramaban en los pasillos…  habían entrado.

Continuará...