El caballero ya entrado en años encabezaba la pequeña procesión. Iba acompañado de su escudero, quien no era tan joven como debería, y al final iba el paje perdido entre los utensilios que llevaba el caballo de carga. Cualquier hombre viajado se daría cuenta que era una travesía improvisada por el número de caballos. A pesar de ser próscritos estaban optimistas en un principio por el bien logrado escape desde las mazmorras del marqués de Sombrese; de hecho, Rolf había retomado sus clases de esgrima, entre otras, durante el viaje a Encrucijada, el pueblo que estaba en camino a Nievegrís. Este no era muy grande, se había ido formando por gente que tenía sus prados muy lejos de Sombrese y por necesidad de los habitantes del pueblo minero de Nievegrís, que al aumentar sus extracciones de distintos minerales no alcanzaba con los alimentos y herramientas de los pocos campesinos del sector. Ahora Encrucijada ya era un pueblo con sheriff, taberna e incluso una pequeña plaza. Al sur, el camino atravesaba la región, pero el siguiente pueblo estaba muy al sur; este se llamaba Lago Verde. Para poder llegar a él había que atravesar un pequeño cordón montañoso, lleno de pasajes que impedían el paso de grandes caravanas. Estas solo podían cruzar por el camino principal, abierto por los hábiles ingenieros del rey durante una guerra ya remota.
Rolf veía la excitación en el rostro de Esaú, el chico estaba hambriento de nuevas experiencias, tal como él lo había estado en su primer viaje a otra ciudad. Ni siquiera habían llegado al pueblo cuando Ser Varus divisó gente. El anciano caballero dados los años de recorrer el mundo sabía que era mejor tener información del lugar por parte de los nativos y fue la experiencia obtenida en ese tiempo la razón por la que inició una conversación con un labriego que cambió totalmente el ánimo del grupo.
- Buenas tardes, vamos camino a Encrucijada. ¿Todavía funciona la posada de Luke?-. Preguntó el caballero errante.
- Huff. - Exclamó el labriego, parecía muy cansado.- Usted no sabe, mejor váyase antes de que lo dejen sin nada.
- Pero, ¿qué pasa?- Insistió el caballero. Rolf sabía que Ser Varus no daría pie atrás hasta saberlo todo.
- El pueblo no es un lugar seguro para ir, Ser. Le ruego, mejor váyase. Los aceros sangrientos lo van a matar si lo ven aquí, todo está perdido.
- No, no podemos dejarlo así. Al menos cuéntame lo que ocurre para traer la autoridad si es ese el problema-. Rolf no sabía de que les servía realmente saber eso, pero al haber escuchado de Aceros Sangrientos todo le resultó más claro, debían estar relacionados con Roger, ya había oído de ellos entre los campesinos de los alrededores y sus crueles intervenciones.
El pobre campesino tenía los ojos llorosos, no le importaba demostrar sus emociones. A Rolf esto siempre le parecía algo admirable, ya que los nobles nunca demostraban sentimientos. Todo lo ocultaban, todo le parecía falso, al contrario de los humildes.
- Ellos llegaron buscando a un grupo de viajeros, hace dos lunas, pero no quisieron esperar en un campamento. Tomaron todo lo que quisieron. El sheriff intentó apaciguarlos, pero tenían un pergamino que les daba impunidad de actos. Cuando nuestro sheriff no siguió soportando las humillaciones, Los Aceros Sangrientos lo ejecutaron por traición-. El campesino, fuerte por sus años de trabajo, pero cansado por los mismos, siguió con su relato.- Han violado, saqueado los almacenes, hasta quemaron a un par de jóvenes que se resistieron.
Rolf pensó que sólo él estaba molesto, pero cuando miró a Ser Varus, este estaba rojo, las aletas de su nariz infladas, como pocas veces lo había visto. El paje, que también estaba escuchando, no quería seguir oyendo de atrocidades.
- Rolf, esto no puede quedar así- Ambos, maestro y escudero se miraron; tenían que pensar un plan.
Ser Varus y Rolf dirigían los caballos con sus cargamentos a través de uno de los pasajes del paso. Fuego, aunque grande incluso para un caballo de guerra, se movía tranquilo con su dueño. Noche, en cambio, estaba inquieto, quizás sentía lo perturbado que estaba el muchacho. Esaú debería haber llegado ya.
- Hey, son doce los mercenarios. Parecen algunos muy gordos y otro tiene un tajo en la cara.- Rolf saltó al escuchar la voz de Esaú; no había sentido sus pasos.
- Enano, casi me matas.- Dijo el muchacho volviendo a la calma- ¿Cómo decías?
- Sí, Esaú, cuéntanos lo que pudiste ver.- Ser Varus intervino.
- Eso, Ser. Son doce hombres, seis con espadas, pero no todas las espadas son iguales. Uno de los de espada tiene una cicatriz en la cara; otros tres tienen martillos, dos tienen hachas y uno lanza, no hay arqueros. Hay varios gordos que no creo que corran mucho. Porque además tienen armaduras, no como las de Ser Varus, son cotas de mallas y algunos con coletos de cuero. El más extraño era un gigantón con cara de perro.
Rolf estaba sorprendido del conocimiento de las armas y armaduras del chico:
- Y, ¿dónde aprendiste tanto de armas?
- Es que yo escucho a Ser Varus.- Rió Esaú. A pesar de que estaba todavía agitado por el esfuerzo de ir al pueblo y volver, este ya se había movido entre las rocas del paso para su posición de vigía.
Tenían las armas listas e iban a pie, Ser Varus cargaba su escudo y blandía la espada. Esperaban a los mercenarios en uno de los pasos de cabreros que acortaban el camino entre los campos, cerros y quebradas hacia Lago Verde sin necesidad de usar el camino principal. Tomás debía haber dicho a los crueles matones que había visto por esa ruta a un caballero anciano junto a su escudero y un paje, marchando en un desesperado intento por llegar a través de los cerros a Lago Verde. Rolf esta vez no estaba muy contento con la parte que le correspondía en el plan. ¿Cómo iba a estar mirando solamente hasta que entraran todos los mercenarios por el paso? Estaba molesto y desilusionado. ¿Cúando Ser Varus lo vería como un hombre? Mientras pensaba eso, Esaú silbó dando la señal, ahora debía el niño esconderse.
Un escalofrío le recorrío la espalda, era la misma sensación ante el enfrentamiento con los hombres de Roger, pero esta vez todo saldría bien, estaba Ser Varus y a pesar de su edad, eso le daba confianza. Se escucharon las risas y bravuconadas de Los Aceros Sangrientos, las que demostraba toda su seguridad de sentirse superiores en número y fuerza. Ese era precisamente uno de los factores en que el anciano caballero confiaba, esa sensación de seguridad nublaba el juicio de los hombres. Estos, a pesar de ser gente de armas, seguramente estaban bajo los efectos del alcohol y sedientos de sangre, lo que sería una vergüenza para un caballero.
Los primeros en llegar ya blandían una lanza y un par de espadas, se reían todavía, incluso se burlaban del anciano caballero.
- ¿Y a este viejo de mierda buscábamos? Ya estás muerto- Se burlaban de Ser Varus, pero este se mantenía frío, lejano, como si su escudo lo protegiera también de las burlas.
- Miren quien lo acompaña, un pendejo flacucho- Ahora las chanzas le tocaban a Rolf, a quien no le eran indiferentes.
El mercenario de la lanza tiró un gargajo al caballero para luego atacar con fuerza. Ser Varus desvió fácilmente el ataque y lanzó un tajo rápido, demostrando que no sería tan fácil como ellos pensaron. Ya se veían más rostros entre las rocas y el caballero empezaba a retroceder, Rolf no entendía totalmente la idea de su maestro.
Uno de los hombres de espada intentaba plantarle cara a Ser Varus, pero los altos muros de roca no los dejaba atacar en conjunto. No había espacio para más de dos hombres, de modo que el caballero errante mantenía el control además con golpes medidos, tenía que enfrentar a muchos brutos. El tipo de la lanza constantemente intentaba colarse por el costado, hasta que en uno de esos impulsos, el caballero le azotó la cabeza con el escudo y, luego de aplastarlo contra la roca, finalmente le enterró la espada sobre la clavícula. El mercenario cayó mientras Ser Varus volvía a ponerse en guardia cerrada, lo que a Rolf le recordó las clases con su mentor.
El muchacho no podía seguir solo mirando. Contemplar como cedía terreno aunque mantenía el control su maestro fue un teatro macabro que le hizo perder el control. De la nada apareció volando una hacha arrojadiza, el experimentado caballero logró esquivarla con su escudo, pero uno de los espadachines se había colado por el costado. Rolf corrió y echó mano rápidamente a la lanza que estaba tirada. Cuando Rolf frenó al espadachín casi hizo caer a Ser Varus, el caballero bajó un rodilla y uno de los Sangrientos pasó por encima. Rolf mantuvo la lanza en posición defensiva y gracias a ella defendió su vida y la de Ser Varus, pero este no estaba contento.
- !Rolf, atrás, cíñete al plan¡- Las palabras del anciano caballero no hicieron más que enardecer al joven, quien le enterró la lanza al espadachín en una pierna. El muchacho no podía reconocer el origen del guerrero, el rostro del espadachin no se parecía a nada conocido, además de barba en zonas extrañas y en el color de sus ojos mostraba una fiereza casi animal, debía ser un bárbaro de los que alguna vez leyó en los textos del Círculo. Rolf le detuvo el golpe de espada y terminó con la vida de este con un rápido corte en la garganta. Mientras el hombre se desangraba, Rolf sintió una explosión de dolor, fue como la unión de todos los azotes que le habían regalado en Sombrese en uno solo. El dolor lo hizo caer en una rodilla.!Bastardos¡ pensó Rolf cayendo en la angustia.
domingo, 20 de abril de 2014
domingo, 6 de abril de 2014
Capítulo III: El ataque de los centauros
La noche ocultaba los golpes en el rostro de Rolf. Estaba sucio, marcado por las caricias de los guardias, pero el peor golpe que recibió en el cepo fue ver que Ser Varus, su maestro y mentor en las artes de la caballería, estaba en el pueblo.La vergüenza no le dejaba respirar, la impotencia no lo dejaba pensar, la rabia era finalmente la que lo dejaba manterse en pie.
Cuando trataba de descansar al menos dormitando en su maravillosa cama de madera, sonaron voces a lo lejos, desde el sector del pueblo por donde se encontraba el palacete de Roger y los barracones; allí también se alojarían los nobles más importantes. Cuando la curiosidad no lo dejó resistir más, levantó su cabeza y vio las luces que se acercaban; debían ser los guardias. El marqués no toleraría que nadie más se acercara a su principal víctima y menos a vista de todo el mundo.
Rolf no estaba para sorpresas, la última que le habían dado estuvo relacionada con latigazos y la anterior a ésta lo tenía condenado y a sus amigos encerrados. Bajó la cabeza e intentó hacerse el dormido o al menos inconsciente. De cualquier manera, lo sacaron nuevamente del cepo, esta vez a rastras. El joven no supo calcular cuánto tiempo había pasado hasta que lo lanzaron sobre losa fría. Rolf debía haber sido tirado en alguna habitación, donde se quedó yaciendo inmóvil mientras sentía cómo los pasos firmes y pesados de los guardias se iban perdiendo. ¿Qué se viene ahora?, pensó.
- Estás más delgado, pareces no comer bien. Qué curioso para el líder de los bandidos del Claro- Declamó una voz muy conocida- los famosos salteadores de caminos.
Rolf, no había notado que había otra persona en el cuarto. Perplejo; reconoció la voz de su anciano mentor. Alzó la vista buscando de dónde venía tan molesta afirmación. El lugar era un cuarto de piedra que por la poca iluminación dejaba ver sólo una parte de el, un lugar de aspecto militar, pulcro. Alguien del linaje de Ser Varus podría permitirse incluso la habitación del marqués, pero esto jamás cruzaría por la cabeza del caballero, con orden y limpiez le era suficiente. Entre las tinieblas apareció un hombre de alrededor de cincuenta años, alto, robusto, con una túnica bordada con símbolos que Rolf reconoció como la túnica de descanso de los caballeros errantes, que se ponían cuando estaban en labores sociales. Como dijo su Sire, había pasado el tiempo, tenía este el cabello más blanco que cano, incluso la barba tenía muchas sectores blancos, pero no perdía su imponente figura.
-Ser Varus, yo no soy un delincuente-. A pesar de la humillación pública, jamás Rolf aceptaría que lo metieran en el mismo saco que a ladrones, asesinos y salteadores de camino, sobre todo cuando eso era una gran farsa inventada por su enemigo.Todo es mentira, es asunto del Marqués Lefleur y sus malditos perros.
- ¡Por las tres diosas! Creo que no deberías ser tan malagradecido con quien te perdonó la vida-. Dijo su antiguo maestro, mientras se movía hacía el sector más oscuro de la habitación. Manipuló el caballero objetos de cristal de distintos tamaños que capturaban la poca luz, algunos parecían llenos líquidos de distinto color, todos ellos encima de una mesa con alguna tela sobre ella. Rolf no daba crédito a lo que había dicho el viejo caballero, tenía los ojos abiertos de par en par y rechinaba los dientes de indignación, él jamás aceptaría la piedad que no había pedido al maldito señor de la región.
-Y que pasará con el resto? -. Rolf sabía la respuesta, pero no quería oírla, menos aún de boca del hombre en que ya no sabía si podía confiar
- Rolf, tú sabes bien qué pasará con ellos - El joven rebelde no tuvo palabras, ya totalmente erguido con ayuda del muro. Pensó en su pequeño amigo Esaú, de quien siempre había pensado que sería liberado.
- Esaú tiene sangre noble- El joven rebelde confesó el secreto que ocultaba-. Y no de cualquiera, sino de la sangre maldita de Lefleur.
Al parecer el secreto no era así para el marqués. Roger Lefleur había buscado durante años a su nieto, se había sentido traicionado cuando su hijo se escapó del hogar con una lavandera e intentó vivir alejado de él, su padre y abuelo del fruto de la pasión entre noble y aldeana. Como todos en la región, la joven familia fue víctima de su furia en forma de la ley de fuego, como le llamaba el marqués.
- Entonces, ¿estoy libre?. - Preguntó Rolf desconfiado. - ¿Cúal es el precio? - Un embaucador y cobarde no actúa sin pedir algo a cambio, pensó.
Ser Varus estaba concentrado terminando de verter el contenido de un cuenco en una copa.
- Tómate esto, te reconfortará. Debemos irnos pronto-. El caballero errante eludió habilmente la pregunta, sin importarle la actitud desafiante con que lo miraba Rolf. Este último, que se iba a negar a beber, respondió:
- No creo haber aceptado irme. Yo no me muevo sin haber matado a Roger. - Dijo Rolf, sabiendo que con eso se terminaría la persecución, la muerte de los aldeanos y lograría salvar a sus amigos.
Con la bebida en sus manos, sintió el aroma de la solución, que le recordó que no había bebido nada en un día al menos. Sediento, Rolf se bebió el delicioso elixir de un sorbo. Cuando iba a seguir atacando verbalmente a Ser Varus, el joven se sumió en un extraño embotamiento, que terminó por derribarlo, mientras balbuceba
- No.... no.. puedo de... jarlos.
Alrededor del mediodía el maltrecho cuerpo de Rolf permanecía artificialmente inmóvil, el joven recién en ese instante sintió los cálidos rayos del sol golpeando su rostro, todavía le dolían algunas partes del cuerpo, volviendo en si percibió el movimiento del caballo que lo llevaba. Respiró hondo y sintió el aroma del bosque de pino que estaba a la salida del pueblo.
- ¿Dónde estoy? -. Fueron las primeras palabras que pudo emitir Rolf con la boca seca y pastosa.
- En el bosque, camino a Nieve Gris. - La voz de Ser Varus lo hizo despertar, aunque sin perder totalmente la confusión. Cuando ya se dio cuenta de su situación, dirigió su caballo hasta interponerse en el camino del caballero con el rostro rojo de indignación.
- ¿Espera que le agradezca por salvarme la vida? Yo debería haber muerto con ellos.
Ser Varus lo miró sonriente, como si hubiera oído algo muy gracioso, y se le escapó una risa.
- ¿¡De qué se ríe?! -. Gritó el joven, incapaz de soportarlo más. La réplica calmada de Ser Varus no se hizo esperar:
- Yo pensaba que eras más audaz y me incitarías a salvar a tus hombres -. Contestó, para asombro del muchacho.
Rolf se estaba confundiendo con los distintos grupos de extranjeros que seguían llegando al pueblo. Tenía que seguir cada parte del plan con suma precaución; si era visto o reconocido todo se iría al traste. Aprovechando la algarabía y la festividad, avanzó junto con vendedores ambulantes, actores itinerantes e incluso nobles, mezclándose con los pobladores habituales. Entre los cortinas de un improvisado escenario, escuchó una obra de teatro ¿Sería la joven y el guisante? Qué lástima que esta vez no podría mirar a ver si reconocía a la compañía que montaba la obra. ¿Sería Francine? Después de una batalla entre la cabeza y el corazón de Rolf, se impuso finalmente la primera, recordándole que no había tiempo para confiar en el azar. Su disfraz por el momento parecía funcionar perfectamente, estaba el joven pensando en la obra, cuando sin darse cuenta se encontró de frente con algo que no tenía calculado, era la madre de uno de sus compañeros muertos, los ojos todavía enrojecidos de la mujer combinaban con el extraño verde de sus iris, tal como los tenía Raoul. Rolf se alejó lo más que pudo, tenía que pasar desapercibido, no podía pedir perdón ni dar rienda suelta a los sentimientos. Sintió el grito de la mujer, la multitud empezaba moverse hacía ella, el joven siguió mezclandose buscando un escondite. Empezaba el mozo a impacientarse, preocupado de que el resto cumpliera con su parte, habían pasado un par de guardias buscando a alquien que respondiera a las señas dadas por la madre de Raoul, pero una mujer al extremo de la histeria no tenía mayor credibilidad, de pronto el bullicio normal de una feria fue interrumpido por el golpe de los cascos de un caballo al galope sobre el empedrado.
- ¡Alerta, soldados! -. Gritó el anciano Ser Varus. - Atacan a unos viajantes en el bosque y vienen hacia acá, ¡son los centauros! -. Su maestro organizó un grupo de guardias, mientras mandaba a informar y enviaba más mensajes a las tropas del marqués. Todo este jaleo era la señal que Rolf había estado esperando. En tanto, la multitud se separaba en distintos grupos, algunos corrían a sus casas, otros esperaban oír más información; Sombrese era un avispero recién golpeado. Aún así no todos seguían al caballero.
- Alto ahí, porque siguen a este viejo, debe estar chocheando- replicó uno de los jefes de patrulla, que no conocía mucho de la historia de la región.
- Soldado, está dispuesto a perder su grado por desobediencia- Replicó con dureza el anciano caballero, a pesar de su edad nadie de su rango y menos querría meterse en problemas con alguien que tuviera sangre noble.
- Vamos reúnan las tropas y el resto ordenen a la plebe- Masculló finalmente el jefe de guardia quien fue humillado y seguía no estando convencido.
No era la primera vez que se producía un ataque similar. El último había ocurrido hacía quince años, cuando había sido necesario traer más soldados de otras regiones para detener a las terribles, pero escurridizas y sabias, criaturas que habitaban en los bosques. Últimamente no se sabía mucho de ellos, cosa que Rolf y Ser Varus utilizaban para su conveniencia.
Rolf, nada lento, corrió junto con la gente que vivía cerca de los barracones militares, principalmente familiares de los guardias o comerciantes del rubro. Ser Varus seguía movilizando a los soldados en un exitoso intento por sacar a la mayor parte de las tropas lejos del pueblo.
El joven líder rebelde caminó de prisa y en silencio. Gracias a la buena maniobra de su maestro, Rolf se dio el lujo de buscar por las mazmorras bajo las barracas sin muchos tropiezos hasta que oyó pisadas entre los pasillos subterráneos. Rápidamente identificó una celda abierta y se metió dentro. El guardia encargado de la celda andaba tranquilo, incluso comenzó a silbar una de esas canciones de taberna, sin esperar sentir unos brazos que saldrían de entre los barrotes para ahorcarlo hasta dejarlo sin aliento. Realmente Rolf andaba de suerte, no sólo porque se hubiera ido la mayor parte del contingente, sino que, a pesar de ser fuertes y desalmados, la inteligencia no era un tesoro que se encontrara en exceso entre esas tropas. Luego de vestirse con los ropajes del carcelero, siguió buscando a sus compañeros.
La oscuridad del calabozo permitía ver muy poco, apenas distinguió un pequeño bulto en un rincón de la última celda, cerca de un par de ratas que peleaban por quién debía tener la comida que permanecía en el plato del jovencísimo reo.
- Esaú, nos vamos. - El entrecejo del chico se contrajo con extrañeza, se mostraba desconfiado ante las palabras del falso guardia. Rolf se sacó el casco, para gran alivio del pequeñuelo, quien se levantó de un salto, tomó una de las ratas y preguntó muy sonriente
- ¿Nos podemos llevar a Rolfy? -. El homenajeado joven se limitó a abrir la puerta y pasarle un par de llaves; todavía faltaba liberar al resto.
Ya llevaban alrededor de una hora galopando por el camino opuesto al bosque tenebroso. El joven ex- líder rebelde lamentaba tener que dejar a sus amigos, pero al menos habían quedado libres y podrían tener otra oportunidad. Rolf aminoró la marcha, habían corrido mucho, no sabían si los seguían buscando, pasados unos minutos, Ser Varus se unió a ellos montado en su alazán, momento que aprovechó el joven para presentarlo.
- Esaú, él es Ser Varus, mi antiguo maestro y caballero errante, a quien debemos nuestra libertad.
- Gracias, Ser Varus. - Dijo el chico. – Pero, ¿cómo lograron hacer todo eso?
- Bueno, Esaú, el marqués de Sombrese mantenía algunos secretos que yo no podía seguir ocultando a menos que liberara a mi antiguo escudero, cosa que no fue muy sencilla. – Explicó el anciano caballero - No podemos volver por aquí a menos que sea con un ejército.
- ¿Pero de verdad los centauros atacaron al pueblo? -. Preguntó el pequeño.
- No, eran los pocos amigos de ustedes que no fueron capturados. Rolf logró dar con ellos y al parecer hicieron muy bien su parte; creo que se contarán un sinfín de historias acerca de centauros invisibles. - Al parecer a Ser Varus le agradaba el pequeñín, él no solía hablar tanto.
- ¿Entonces no existen los centauros? -. Dijo Esaú con un puchero, dejando de ser un subversivo y miembro del grupo liberador del Claro, para volver a ser lo que era, un niño de diez años, ahora paje de un caballero.
- Claro que existen, al igual que las ninfas y muchos otros seres, lamentablemente no teníamos tiempo para servirnos de su ayuda. – Aseguró Ser Varus. Para Rolf el anciano caballero sólo contaba cuentos para entretener a Esaú. De pronto se escuchó un cuerno y un montón de pájaros salieron volando del bosque camino a las lejanas montañas.
- Ahora deben estar de caza, esperemos que tengamos suerte y no nos confundan con sus presas. - Terminó diciendo Ser Varus; después apretó las riendas y puso a correr a Fuego, dejando atrás a Rolf y Esaú que, pasmados, se miraron mutuamente.
Continuará....
Cuando trataba de descansar al menos dormitando en su maravillosa cama de madera, sonaron voces a lo lejos, desde el sector del pueblo por donde se encontraba el palacete de Roger y los barracones; allí también se alojarían los nobles más importantes. Cuando la curiosidad no lo dejó resistir más, levantó su cabeza y vio las luces que se acercaban; debían ser los guardias. El marqués no toleraría que nadie más se acercara a su principal víctima y menos a vista de todo el mundo.
Rolf no estaba para sorpresas, la última que le habían dado estuvo relacionada con latigazos y la anterior a ésta lo tenía condenado y a sus amigos encerrados. Bajó la cabeza e intentó hacerse el dormido o al menos inconsciente. De cualquier manera, lo sacaron nuevamente del cepo, esta vez a rastras. El joven no supo calcular cuánto tiempo había pasado hasta que lo lanzaron sobre losa fría. Rolf debía haber sido tirado en alguna habitación, donde se quedó yaciendo inmóvil mientras sentía cómo los pasos firmes y pesados de los guardias se iban perdiendo. ¿Qué se viene ahora?, pensó.
- Estás más delgado, pareces no comer bien. Qué curioso para el líder de los bandidos del Claro- Declamó una voz muy conocida- los famosos salteadores de caminos.
Rolf, no había notado que había otra persona en el cuarto. Perplejo; reconoció la voz de su anciano mentor. Alzó la vista buscando de dónde venía tan molesta afirmación. El lugar era un cuarto de piedra que por la poca iluminación dejaba ver sólo una parte de el, un lugar de aspecto militar, pulcro. Alguien del linaje de Ser Varus podría permitirse incluso la habitación del marqués, pero esto jamás cruzaría por la cabeza del caballero, con orden y limpiez le era suficiente. Entre las tinieblas apareció un hombre de alrededor de cincuenta años, alto, robusto, con una túnica bordada con símbolos que Rolf reconoció como la túnica de descanso de los caballeros errantes, que se ponían cuando estaban en labores sociales. Como dijo su Sire, había pasado el tiempo, tenía este el cabello más blanco que cano, incluso la barba tenía muchas sectores blancos, pero no perdía su imponente figura.
-Ser Varus, yo no soy un delincuente-. A pesar de la humillación pública, jamás Rolf aceptaría que lo metieran en el mismo saco que a ladrones, asesinos y salteadores de camino, sobre todo cuando eso era una gran farsa inventada por su enemigo.Todo es mentira, es asunto del Marqués Lefleur y sus malditos perros.
- ¡Por las tres diosas! Creo que no deberías ser tan malagradecido con quien te perdonó la vida-. Dijo su antiguo maestro, mientras se movía hacía el sector más oscuro de la habitación. Manipuló el caballero objetos de cristal de distintos tamaños que capturaban la poca luz, algunos parecían llenos líquidos de distinto color, todos ellos encima de una mesa con alguna tela sobre ella. Rolf no daba crédito a lo que había dicho el viejo caballero, tenía los ojos abiertos de par en par y rechinaba los dientes de indignación, él jamás aceptaría la piedad que no había pedido al maldito señor de la región.
-Y que pasará con el resto? -. Rolf sabía la respuesta, pero no quería oírla, menos aún de boca del hombre en que ya no sabía si podía confiar
- Rolf, tú sabes bien qué pasará con ellos - El joven rebelde no tuvo palabras, ya totalmente erguido con ayuda del muro. Pensó en su pequeño amigo Esaú, de quien siempre había pensado que sería liberado.
- Esaú tiene sangre noble- El joven rebelde confesó el secreto que ocultaba-. Y no de cualquiera, sino de la sangre maldita de Lefleur.
Al parecer el secreto no era así para el marqués. Roger Lefleur había buscado durante años a su nieto, se había sentido traicionado cuando su hijo se escapó del hogar con una lavandera e intentó vivir alejado de él, su padre y abuelo del fruto de la pasión entre noble y aldeana. Como todos en la región, la joven familia fue víctima de su furia en forma de la ley de fuego, como le llamaba el marqués.
- Entonces, ¿estoy libre?. - Preguntó Rolf desconfiado. - ¿Cúal es el precio? - Un embaucador y cobarde no actúa sin pedir algo a cambio, pensó.
Ser Varus estaba concentrado terminando de verter el contenido de un cuenco en una copa.
- Tómate esto, te reconfortará. Debemos irnos pronto-. El caballero errante eludió habilmente la pregunta, sin importarle la actitud desafiante con que lo miraba Rolf. Este último, que se iba a negar a beber, respondió:
- No creo haber aceptado irme. Yo no me muevo sin haber matado a Roger. - Dijo Rolf, sabiendo que con eso se terminaría la persecución, la muerte de los aldeanos y lograría salvar a sus amigos.
Con la bebida en sus manos, sintió el aroma de la solución, que le recordó que no había bebido nada en un día al menos. Sediento, Rolf se bebió el delicioso elixir de un sorbo. Cuando iba a seguir atacando verbalmente a Ser Varus, el joven se sumió en un extraño embotamiento, que terminó por derribarlo, mientras balbuceba
- No.... no.. puedo de... jarlos.
Alrededor del mediodía el maltrecho cuerpo de Rolf permanecía artificialmente inmóvil, el joven recién en ese instante sintió los cálidos rayos del sol golpeando su rostro, todavía le dolían algunas partes del cuerpo, volviendo en si percibió el movimiento del caballo que lo llevaba. Respiró hondo y sintió el aroma del bosque de pino que estaba a la salida del pueblo.
- ¿Dónde estoy? -. Fueron las primeras palabras que pudo emitir Rolf con la boca seca y pastosa.
- En el bosque, camino a Nieve Gris. - La voz de Ser Varus lo hizo despertar, aunque sin perder totalmente la confusión. Cuando ya se dio cuenta de su situación, dirigió su caballo hasta interponerse en el camino del caballero con el rostro rojo de indignación.
- ¿Espera que le agradezca por salvarme la vida? Yo debería haber muerto con ellos.
Ser Varus lo miró sonriente, como si hubiera oído algo muy gracioso, y se le escapó una risa.
- ¿¡De qué se ríe?! -. Gritó el joven, incapaz de soportarlo más. La réplica calmada de Ser Varus no se hizo esperar:
- Yo pensaba que eras más audaz y me incitarías a salvar a tus hombres -. Contestó, para asombro del muchacho.
Rolf se estaba confundiendo con los distintos grupos de extranjeros que seguían llegando al pueblo. Tenía que seguir cada parte del plan con suma precaución; si era visto o reconocido todo se iría al traste. Aprovechando la algarabía y la festividad, avanzó junto con vendedores ambulantes, actores itinerantes e incluso nobles, mezclándose con los pobladores habituales. Entre los cortinas de un improvisado escenario, escuchó una obra de teatro ¿Sería la joven y el guisante? Qué lástima que esta vez no podría mirar a ver si reconocía a la compañía que montaba la obra. ¿Sería Francine? Después de una batalla entre la cabeza y el corazón de Rolf, se impuso finalmente la primera, recordándole que no había tiempo para confiar en el azar. Su disfraz por el momento parecía funcionar perfectamente, estaba el joven pensando en la obra, cuando sin darse cuenta se encontró de frente con algo que no tenía calculado, era la madre de uno de sus compañeros muertos, los ojos todavía enrojecidos de la mujer combinaban con el extraño verde de sus iris, tal como los tenía Raoul. Rolf se alejó lo más que pudo, tenía que pasar desapercibido, no podía pedir perdón ni dar rienda suelta a los sentimientos. Sintió el grito de la mujer, la multitud empezaba moverse hacía ella, el joven siguió mezclandose buscando un escondite. Empezaba el mozo a impacientarse, preocupado de que el resto cumpliera con su parte, habían pasado un par de guardias buscando a alquien que respondiera a las señas dadas por la madre de Raoul, pero una mujer al extremo de la histeria no tenía mayor credibilidad, de pronto el bullicio normal de una feria fue interrumpido por el golpe de los cascos de un caballo al galope sobre el empedrado.
- ¡Alerta, soldados! -. Gritó el anciano Ser Varus. - Atacan a unos viajantes en el bosque y vienen hacia acá, ¡son los centauros! -. Su maestro organizó un grupo de guardias, mientras mandaba a informar y enviaba más mensajes a las tropas del marqués. Todo este jaleo era la señal que Rolf había estado esperando. En tanto, la multitud se separaba en distintos grupos, algunos corrían a sus casas, otros esperaban oír más información; Sombrese era un avispero recién golpeado. Aún así no todos seguían al caballero.
- Alto ahí, porque siguen a este viejo, debe estar chocheando- replicó uno de los jefes de patrulla, que no conocía mucho de la historia de la región.
- Soldado, está dispuesto a perder su grado por desobediencia- Replicó con dureza el anciano caballero, a pesar de su edad nadie de su rango y menos querría meterse en problemas con alguien que tuviera sangre noble.
- Vamos reúnan las tropas y el resto ordenen a la plebe- Masculló finalmente el jefe de guardia quien fue humillado y seguía no estando convencido.
No era la primera vez que se producía un ataque similar. El último había ocurrido hacía quince años, cuando había sido necesario traer más soldados de otras regiones para detener a las terribles, pero escurridizas y sabias, criaturas que habitaban en los bosques. Últimamente no se sabía mucho de ellos, cosa que Rolf y Ser Varus utilizaban para su conveniencia.
Rolf, nada lento, corrió junto con la gente que vivía cerca de los barracones militares, principalmente familiares de los guardias o comerciantes del rubro. Ser Varus seguía movilizando a los soldados en un exitoso intento por sacar a la mayor parte de las tropas lejos del pueblo.
El joven líder rebelde caminó de prisa y en silencio. Gracias a la buena maniobra de su maestro, Rolf se dio el lujo de buscar por las mazmorras bajo las barracas sin muchos tropiezos hasta que oyó pisadas entre los pasillos subterráneos. Rápidamente identificó una celda abierta y se metió dentro. El guardia encargado de la celda andaba tranquilo, incluso comenzó a silbar una de esas canciones de taberna, sin esperar sentir unos brazos que saldrían de entre los barrotes para ahorcarlo hasta dejarlo sin aliento. Realmente Rolf andaba de suerte, no sólo porque se hubiera ido la mayor parte del contingente, sino que, a pesar de ser fuertes y desalmados, la inteligencia no era un tesoro que se encontrara en exceso entre esas tropas. Luego de vestirse con los ropajes del carcelero, siguió buscando a sus compañeros.
La oscuridad del calabozo permitía ver muy poco, apenas distinguió un pequeño bulto en un rincón de la última celda, cerca de un par de ratas que peleaban por quién debía tener la comida que permanecía en el plato del jovencísimo reo.
- Esaú, nos vamos. - El entrecejo del chico se contrajo con extrañeza, se mostraba desconfiado ante las palabras del falso guardia. Rolf se sacó el casco, para gran alivio del pequeñuelo, quien se levantó de un salto, tomó una de las ratas y preguntó muy sonriente
- ¿Nos podemos llevar a Rolfy? -. El homenajeado joven se limitó a abrir la puerta y pasarle un par de llaves; todavía faltaba liberar al resto.
Ya llevaban alrededor de una hora galopando por el camino opuesto al bosque tenebroso. El joven ex- líder rebelde lamentaba tener que dejar a sus amigos, pero al menos habían quedado libres y podrían tener otra oportunidad. Rolf aminoró la marcha, habían corrido mucho, no sabían si los seguían buscando, pasados unos minutos, Ser Varus se unió a ellos montado en su alazán, momento que aprovechó el joven para presentarlo.
- Esaú, él es Ser Varus, mi antiguo maestro y caballero errante, a quien debemos nuestra libertad.
- Gracias, Ser Varus. - Dijo el chico. – Pero, ¿cómo lograron hacer todo eso?
- Bueno, Esaú, el marqués de Sombrese mantenía algunos secretos que yo no podía seguir ocultando a menos que liberara a mi antiguo escudero, cosa que no fue muy sencilla. – Explicó el anciano caballero - No podemos volver por aquí a menos que sea con un ejército.
- ¿Pero de verdad los centauros atacaron al pueblo? -. Preguntó el pequeño.
- No, eran los pocos amigos de ustedes que no fueron capturados. Rolf logró dar con ellos y al parecer hicieron muy bien su parte; creo que se contarán un sinfín de historias acerca de centauros invisibles. - Al parecer a Ser Varus le agradaba el pequeñín, él no solía hablar tanto.
- ¿Entonces no existen los centauros? -. Dijo Esaú con un puchero, dejando de ser un subversivo y miembro del grupo liberador del Claro, para volver a ser lo que era, un niño de diez años, ahora paje de un caballero.
- Claro que existen, al igual que las ninfas y muchos otros seres, lamentablemente no teníamos tiempo para servirnos de su ayuda. – Aseguró Ser Varus. Para Rolf el anciano caballero sólo contaba cuentos para entretener a Esaú. De pronto se escuchó un cuerno y un montón de pájaros salieron volando del bosque camino a las lejanas montañas.
- Ahora deben estar de caza, esperemos que tengamos suerte y no nos confundan con sus presas. - Terminó diciendo Ser Varus; después apretó las riendas y puso a correr a Fuego, dejando atrás a Rolf y Esaú que, pasmados, se miraron mutuamente.
Continuará....
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